HISTORIA

Página del 'Diario de Ana Frank'

EL PRÓXIMO 12 DE JUNIO CUMPLIRÍA 81 AÑOS, PERO MURIÓ CASI A LOS 16, EN UN CAMPO DE CONCENTRACIÓN

El próximo 12 de junio Ana Frank cumpliría 81 años de edad. Pero murió casi a los 16, en un campo de concentración nazi, en 1945. Si todavía es recordada, se debe a su gran legado: el célebre “Diario de Ana Frank”. Esta compilación de cartas constituye una rareza en los anales de la literatura universal: una niña judía alemana de 13 años relata su triste vida en un escondite de Amsterdam, Holanda, durante la persecución nazi; luego el cuaderno es descubierto; se publica y alcanza fama mundial. La obra se enmarca en los años del odio racial de los alemanes contra los judíos. En plena ocupación alemana (1942-1944), Ana describía en su diario el miedo que sentía viviendo oculta con su familia bajo terrible amenaza, sus nacientes sentimientos por un joven, los conflictos con sus padres y su vocación de escritora. Un testimonio sobre la persecuciónLas cartas que componen el “Diario de Ana Frank” fueron dirigidas a Kitty, un personaje imaginario. En realidad, la niña escribió sus notas a los de su época, pero sus palabras pasaron a la posteridad. La tarde del viernes, 9 de octubre de 1942, era gris en Holanda. El sol era tenue sobre los campos y el clima fresco y húmedo. Ese día Ana Frank indica en su Diario que solo hablaría de sucesos tristes. Narra lo que está pasando con los de su raza: los judíos. Relata, como una cronista que oculta su propio dolor, los terribles hechos de la hora. Escribe: “Querida Kitty: Hoy solo tengo noticias deprimentes para ti. Muchos de nuestros amigos judíos son pescados poco a poco por la Gestapo, que los trata sin ninguna consideración: son transportados en vagones para ganado a Westerbock, al gran campo para los judíos, en el Drente. Westerbock debe de ser una pesadilla; centenares y centenares son obligados a lavarse en una sola habitación, y no hay retretes. Duermen unos encima de otros, mezclados, en el primer rincón que encuentran. Hombres, mujeres y niños duermen juntos. No hablemos de las costumbres: muchas mujeres y jovencitas están embarazadas”. Desde su escondite, bajo el temor que vive junto a su familia, advierte que los judíos atrapados no tienen escapatoria: “Imposible huir: la mayoría están marcados por su cráneo afeitado y otros además por su tipo judío. Si esto pasa ya en Holanda, ¿qué ocurrirá en las regiones lejanas y bárbaras de las que Westerbock no es más que la antecámara?”. Estremecida por el impacto en su corazón, declara con franqueza lo que todos saben y temen: que sus amigos morirán, y ella y los suyos podrían seguirles. Mirando la inquietud que sobrecoge a sus parientes, y conmovido su tierno corazón por los peligros del momento, deduce lo que ha de venir: “No ignoramos que esa pobre gente será asesinada. La radio inglesa habla de cámara de gas. Tal vez sea la mejor manera de morir rápidamente. Solo de pensarlo me pongo enferma”. Ana no esconde su malestar. Sabe que “los alemanes son pródigos en castigo”, que de un modo inmisericorde ejecutan su mandato: “Todos los días hay trenes atestados de jóvenes destinados al trabajo obligatorio en Alemania. Cuando se paran en el trayecto, en algún pueblo, algunos tratan de escapar; a veces lo consiguen, pero en un porcentaje muy pequeño”. Una última frase, que el eco de la angustia hace patética, manifiesta su protesta: “Valiente pueblo, el alemán. ¡Y pensar que yo pertenezco a él! Pero, no. Hace mucho tiempo que Hitler nos convirtió en apátridas. Por otra parte, no hay mayores enemigos que los alemanes y los judíos. Con cariño, Anna Frank”.

Tags relacionados