¿QUIÉN ESTÁ EDUCANDO AL PUEBLO?
‘Santísimo cuerpo y sangre de Cristo’
El jueves conmemoramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: la Fiesta de Corpus Christi. Esta celebración nos recuerda cuando “nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa Amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura”. (Catecismo de la Iglesia Católica No. 1323) Algunas veces he escuchado a “cristianos” decir: “Creo en Dios y en Cristo, pero no en la Iglesia, y a la Misa voy solamente cuando tengo ganas”. Parece ser que no se sienten para nada comprometidos con su Bautismo. Y es que seguimos “dando” los sacramentos a todo aquel que lo pide sin saber qué es lo que está pidiendo. Nos olvidamos que fue el mismo Jesús el que dijo: “No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen” (Mt. 7,6). El Santo Sacrificio de la Misa, o el Sacramento de la Eucaristía, es el Sacramento Central, fuente y cumbre de la vida eclesial. “Los demás sacramentos están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan”. (PO5) Por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todo” (1 Cor 15,28). Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre... el que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna... permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 51.54.56). ¿Habrá alguien consciente que no desee participar de la vida de Cristo? ¿Existirá algún cristiano que rechace el participar de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo con Cristo? Y es que como nos dice San Pablo: “Llevamos un tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros” (2 Cor 4, 7). Nosotros solos no podemos. Debemos pedir las fuerzas al Señor. Tenemos a Dios con nosotros y estamos como paralizados. No lo dejamos actuar. Le ponemos freno y nos dejamos llevar por las tentaciones del enemigo que nos dice que no participemos de ese banquete si no tenemos deseos de hacerlo. ¡Craso error! El rev. padre Ignacio Larrañaga nos dice: “Hay que rezar sin ganas para que nos vengan las ganas de rezar”. El mundo de hoy nos distrae constantemente de nuestras responsabilidades como cristianos comprometidos con nuestra fe, y nos envuelve en la vorágine de lo material y transitorio. No hay tiempo para el Señor. Con la fracción del Pan, rito propio del Banquete o Cena del Señor, se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es el propio Cristo, entran en comunión con Él y forman un solo cuerpo en Él” (1Cor 10,16-17). Es, pues, una pena que no hayamos entendido aún la grandeza de la Eucaristía. La Comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es “entregado por nosotros”, y la Sangre que bebemos es “derramada por muchos para el perdón de los pecados” (1Co 11,26). Nos alimenta nuestra vida espiritual, conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Así como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse. Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él. Señor, que yo saboree las primicias de Tu Espíritu y siempre valore el inapreciable regalo que es el recibir Tu Cuerpo y Tu Sangre, presente en cada Eucaristía.