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Savater y ‘Política para Amador’

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María Antonietta RonzinoSanto Domingo

Los políticos se mueven por intereses, dice Fernando Savater, razón por la que jamás abandonan una práctica que produce beneficios y se acostumbran a mentir hasta cuando duermen para conseguir sus propósitos y la gente corriente no puede hacer nada para cambiar las cosas, porque siempre tienen ellos la última palabra. Desde el principio, cuando éramos más o menos primitivos, que todavía lo somos, solía ser jefe el más musculoso y hábil, que era ayudado por los de mayor experiencia, los ancianos. Ahora ayudan los ineptos, que se la buscan para llenar sus bolsillos, sus ambiciones. Los ancianos siempre tenían peso de autoridad y el título de senadores, que viene de senior, mayor, más viejo; ahora, mejor fuera no decirlo: vividores, sinvergüenzas, trepadores, depredadores, violadores, ladrones, corruptos, que son los más peligrosos enemigos de lo social, los que creen en lo social más que nadie, los que convierten los afanes sociales (el dinero, por ejemplo o la admiración de los demás o la influencia sobre los otros) en pasiones feroces de su alma, los que colectivizan todo. Los jefes sostienen que nos mandan por nuestro bien, los anarquistas, por su parte, dicen que nadie nos mande y todo el mundo se porte bien, no obedeciendo a hombre falible y caprichoso, sino a la verdadera bondad de la naturaleza, pero cuando vemos todo lo que ocurre tenemos la impresión de que se perdió totalmente, porque parece que hemos dejado sueltos a los mil calígulas que llevamos dentro. Convertimos a los jefes en dioses, en algo excepcional, situándolos por encima de las pasiones y flaquezas humanas, lo que resulta muy peligroso tanto para el interesado como para los restantes miembros de la comunidad. Antes se era jefe por ser más sabio, el más fuerte. Se trataba de asegurar la estabilidad y el funcionamiento de la sociedad, evitando posibles enfrentamientos civiles y las novedades peligrosas, pero no pudieron evitarse las usurpaciones, los asesinatos entre hermanos, las tiranías de monstruos llegados al trono por casualidad del azar y otras muchas desventuras. Las debilidades y los vicios siempre han sido del dominio público, por eso existen los dos espectáculos en masas por excelencia, el deporte y el teatro. Lo habitual es que critiquemos y achaquemos al otro los males sociales, los desastres políticos, pero somos cómplices porque apoyamos todo lo que se hace. La mayoría de los “políticos profesionales” no saben sobre los asuntos del país, ni les interesa mucho más que el hombre de la calle que lee dos periódicos al día. Todo esto hace que los ciudadanos se desalienten al reflexionar sobre los asuntos públicos, porque siempre van a hacer lo que les dé su gana. La corrupción se da mucho en los países democráticos, en los políticos profesionales, pues mayormente son personas que consiguen dinero por medios ilícitos para su lucro personal y para financiar la buena marcha de sus partidos. El origen de la desigualdad de los hombres no es político, dice Rousseau, sino económico, la propiedad privada fomenta las desigualdades, la envidia, la codicia y hace que los humanos se identifiquen con lo que tienen y no con lo que son replegándose sobre sus bienes y desdeñando la moral y la buena relación con los demás.

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