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FÁBULAS EN ALTA VOZ

Dentro de mi propia fábula

Cuando se viaja a otro continente llevando sólo como acompañante tus pensamientos, el desafío es la promesa. Horas de vuelo, diversos aviones, distintas vivencias y un puñado de recuerdos que caen fríos en tu espalda conforme te vas alejando de tu entorno; son las ramas que llevas a cuestas para enfrentar la batalla. Sin embargo, cuando llegas al punto de encuentro, te sorprende ver que las armas de Taiwán para hacerte frente no son más que la amabilidad, el respeto, la educación, el orden y, por qué no, su visual y tangible desarrollo. Te desarma el compotamiento impresionante de los 23 millones de habitantes que ocupan la isla de unos 36 mil kilómetros cuadrados. Es admirable la forma en que guardan, bajo su formación, cualquier deseo de vociferar. Quizás no conozcan este termino. El respeto es su carta de presentación, mientras que el idioma no los limita para ofrecer al visitante su más amplia sonrisa. No se ufanan de su considerable desarrollo ni se detienen en la búsqueda de obtener cada más éxitos para exhibir una mejor población. Estar allí es como sentir la magia de un mundo abstracto. En ocasiones no sabes con cuáles otras cosas te encontrarás. Por supuesto, todas dignas de admirar. Y es que se trata de un país donde no se compromete la seguridad ciudadana, no se quebrantan los derechos de sus habitantes, no se maltrata la moral de una mujer, no se negocia la integridad física y moral de los niños y, lo que es aún más sorprendente, no se puede ser político sin antes comprometerse a trabajar en bien de la mayoría. Hay que estudiar para ser funcionario. Lo mejor. Un cambio de gobierno no supone la transformación de todo el personal que trabaja en las oficinas gubernamentales. Sólo el gabinete es cambiado. La razón es obvia. Allí se apuesta a la preparación académica, y todos lo que están la tienen, lo que significa que no tiene sentido quitar a alguien preparado para poner a otro con igual capacitación. No se estilan las prebendas. En definitiva, es fabuloso descubrir que hay un país en el mundo donde se importantiza el descanso para un mejor desenvolvimiento laboral y donde, a pesar del buen comportamiento de sus habitantes, se toman medidas preventivas para hacer cumplir las leyes. Igualiiiito que aquí. Lo único que desde que me bajé del último avión, el cual me trajo de regreso, de inmediato advertí que en la misma magnitud en que predomina en Taiwán el orden se echa de ver entre los dominicanos el desorden. La muestra la tenía en la mira. Un gran bullicio en el aeropuerto me dio la bienvenida a mi adorado país. De camino a mi casa una maquinaria de políticos se la jugaba en la calle para conseguir el voto popular con miras a las elecciones del próximo domingo. Ni hablar de la tocadera de bocina en los semáforos, y el temor de ser víctima o testigo de la creciente delicuencia que asota nuestro entorno. En síntesis. Por primera vez en mi vida el desorden hizo que me sintiera viva, pues durante los días que duré en Taiwán, sentí vivir dentro de mi propia fábula.

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