FÁBULAS EN ALTA VOZ
Ciudad Donde Todos Comen
Carlitos, como el resto de los habitantes de la Ciudad Donde Todos Comen, se siente demasiado dichoso. Con apenas ocho años, tiene un peso que se ajusta a su edad, una piel limpia, un cabello sano y, en fin, un desarrollo saludable, producto de la buena alimentación que tiene. Se levanta a las 6:30 de la mañana para ir a la escuela y luego de un rico baño, se apresura a comer un suculento desayuno, conformado por todos los nutrientes que debe llevar la primera comida del día. Terminado este paso, se despide de quienes quedan en casa y, mochila y lonchera en mano, corre a la escuela. A media mañana su merienda come lo que lleva de la casa, o si prefiere puede merendar en el centro de estudio. Cualquier opción que escoja le garantizará no sólo llenar su barriga, sino también satisfacer sus necesidades básicas de nutrición, apostando siempre a tener un organismo sano y bien alimentado. De regreso a su casa le espera un almuerzo con todas las de la ley. Carbohidratos, proteínas, vitaminas y otros nutrientes protagonizan la comida que ha de consumir Carlitos junto a su familia. Una siestecita no le cae nada mal, pues cuando se levante a eso de las 3:30 de la tarde, cuenta con su merienda vespertina. Terminada la jornada educativa, la llamada de la trabajadora doméstica le anuncia a todos que bajen a cenar. Frutas, vegetales, pescado, leche, jugo y otros alimentaos están en la mesa para deleitar los paladares de los comensales. Todos satisfechos, como siempre se sientan a compartir en familia. Aunque algunos de los miembros de la familia de Carlitos no acostumbran a comer más después de la cena, Carlitos que, como todos saben es “buena cuchara”, tiende a tomarse un vaso de leche o jugo antes de irse a la cama. Sí, a ese lugar donde tantas veces se va sin haber probado bocado en todo el día. A ese lugar de “descanso”, donde Carlitos, sus hermanos, sus padres, y muchos de sus amiguitos, se desvelan pensando en qué les espera al día siguiente, si encontrarán algo qué comer, si volverán a ver la luz del día y, en fin, si alguien se apiadará de ellos antes de que el hambre los mate. En esta ocasión Carlitos se fue a la cama y ¡vaya la cama!, a pensar en cómo sería si al menos un día pudiera vivir en un lugar donde todos tengan derecho aunque sea de llenarse la barriga. Él no sabe de nutrientes ni de buena alimentación, lo único que sabe es que está cansado de beber agua de azúcar negra, de comer malamente cuando un vecino -pobre también- le pasa a su mamá un plato de comida para toda la familia, cuando se va a la escuela sin saber lo que es desayunarse, cuando el sueño lo vence y no sabe de qué habló la profesora, cuando vuelve a su casa y no encuentra más que un sombrío panorama de padres y hermanos muertos del hambre, cuando llora porque prefiere morir ya que seguir “viviendo” bajo la indolencia de unos políticos a los que poco importa quién come o no, a los que erigen, aunque sea virtual, un muro para tapar la pobreza, a los que sólo les importa saber de su existencia cuando hay campaña electoral. Y a propósito, como ya están en eso, quién sabe si a Carlitos se le cumple su deseo de comer bien aunque sea por un día. De lo contrario a él,y a muchos dominicanos, sólo les queda viajar hacia la fabulosa Ciudad Donde Todos Comen.