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ARTE Y CULTURA

Los inicios de Ramón Oviedo

DE JOVEN RECHAZÓ EL TIPO DE ARTE DE AQUEL ARTISTA QUE TANTO LO INFLUIRÍA: PICASSO

II de II

SANTO DOMINGO.- A partir de 1936 empezó a arribar al país un contingente de exiliados españoles y judíos que el Generalísimo “Padre y benefactor de la Patria Nueva” utilizó al máximo para su proyecto de blanquear y desarrollar el país bajo su mandato y voluntad. No sólo se instalaron industrias propiedad de estos sectores inmigrantes.

El sector español, sobre todo, conquistó desde entonces un importante lugar en la economía nacional. Intelectuales y técnicos fueron contratados para conformar este proyecto que, indirectamente contribuiría al proceso que da al traste con la dictadura.

Entre las instituciones creadas con fines administrativos, militares y culturales nos interesan el Instituto Cartográfico porque inicia a Ramón Oviedo en un nuevo dominio del dibujo y le permite una limpieza sin igual en el trazo; la Escuela de Bellas Artes, porque nunca fue visitada por nuestro pintor y no logró, con sus amaneramientos implícitos, desviar su voluntad.

Seguía el artista en potencia, en las labores de la sórdida existencia con la “suerte” de que al menos, gracias a la batalla librada por los titanes de la modernidad plástica contemporánea, ninguna técnica humana es ajena a la pintura.

“Esta vez fue papá quien me llevó allí y me dieron el empleo porque vieron el dibujante que era, al menos el dibujante lineal que era: tenía buen pulso y me dijeron que hacía muy bien las letras”. El Instituto Cartográfico, formado por españoles como la mayoría de las instituciones modernas dominicanas, pronto vino a ser dirigido por un dominicano, Oscar Cucurulo, tan pronto se recibió de arquitecto.

“Con esa sensibilidad humana... Oscar Cucurulo me veía dibujar figuras y reproducir lo que veía... Se fijó en esto y me tomó aprecio. Entonces se dedicó a darme clases porque también notó que yo tenía una pobre preparación...”

Así se entrega nuestro artista, ya en plena madurez de su adolescencia, a completar, en alguna manera, su formación, porque desde hacía tiempo había dejado la escuela en el quinto grado de la primaria.

Desde sus años de escuela, antes del Instituto Cartográfico, Oviedo ensayaba óy formóó su dibujo a lápiz con modelos durante las horas de clases y fuera de ellas: “tenía un compañero que era mi modelo favorito. El me posaba y yo lo dibujaba, le daba el dibujo y él lo tiraba por ahí hasta que rodaba y se destruía”.

Así hizo innumerables trabajos: le daban una foto y él levantaba un retrato a lápiz. Esta práctica la continúa en sus años de adolescencia, cuando empieza a inclinarse por los primeros amoríos y ando haciendo dibujos, no a sus amigos sino a las damitas que le son simpáticas.

No abunda hoy muestra de esto porque nadie imaginó que este pobretón viniera a ser importante nunca. El hecho de que entre los salvados abunden más retratos de amigas que de amigos nos da las temperaturas de los romances de adolescencia de Oviedo.

Esta su segunda etapa de la vida es de un “dibujo de conquista”, en el más sano sentido de la expresión. Tiempo en que los romances se acompañaban de enormes ensueños, algunos tragos y canciones de Gardel.

La relación de Oviedo con el joven arquitecto fue fructífera no sólo para su superación académica: Oscar Cucurulo significó el puente hacia el primer contacto serio de nuestro pintor con la cultura.

Ya antes, dentro del espacio del mismo Instituto Cartográfico, el pintor, que a falta de una “verbalización” fluida ósímbolo de su personalidad tímidaó tiene el oído enormemente desarrollado, escuchó de bocas españolas como en una reconquista, las primeras clases “superiores”, dirigidas no a él pero de las que pudo disfrutar porque entre su ansia de conocimiento y las cátedras había una débil pared. También aprendió mucho de los españoles que trabajan en el Instituto.

“Les oí hablar de todo, hasta de plástica..., de pintura, de música. Personas cultas que venían huyendo de la guerra..., pero con preparación... Otros que vivieron esa época como yo saben que ellos hicieron un gran aporte”. Pero ninguno le dio lo que Cucurulo.

En medio cultural dominicano, que aún hoy muestra un apego patológico al arte tradicional y que si ha aceptado pintores valientes y rotundos ha sido por el espaldarazo internacional de que han sido objeto y sobre el cual han colocado su pintura como “inversión segura”, era, en esos días, más que débil en cuestiones artísticas serias y más bien reacio a la vanguardia.

Fue Oscar Cucurulo quien, antes que nadie, explicó a Ramón Oviedo el valor de este arte nuevo, pero nuestro pintor no asimiló ni remotamente lo que en sus manos, a través de revistas y paseos por exposiciones, ponía el joven arquitecto. Fue así como conoció a Picasso, muy en boga por el escándalo de su Guernica...

“Yo, muchacho al fin, sin formación de ningún tipo, rebatía muchas cosas de ésas en pobre entender.... No aceptaba a Picasso para ésos días. Para mí la suya era una pintura grotesca... Igualmente la de un señor apellidado Granel, que estaba por aquí y que fue el primero que trajo el surrealismo”3.

Más tarde Oviedo no sólo comprende la pintura moderna, sino además que la asimila, la interpreta, la siente y la ejecuta.

He dicho que quizás como recurso para contrarrestar su “escasa formación” nuestro artista posee una vasta memoria fotográfica y una gran capacidad auditiva. Recuerda las primeras impresiones que le provocaran lo poco de arte que se podía encontrar en esos días.

Así refiere la exposición que en el país realizara “un pintor cubano de apellido Tarazana... Siempre la recuerdo porque para mí fue de gran impacto: ese pintor era naturalista, tenía unos cuadros de ritos afrocubanos, con un gran dominio del realismo... En un cuadro de ésos había una vela encendida sobre el piso, una ponchera con agua y unos granos de maíz esparcidos por el suelo.

TESTIMONIOSTodo aquello era completamente real, la vela se reflejaba en la ponchera y el agua parecía cristalina. Había varias columnas y en una de ellas, un Cristo muy bien ejecutado, con un destello, una aureola luminosísima…Esos detalles se me grabaron… Esa fue al menos mi impresión en ese instante… Ahora no sé si diría lo mismo”, y estos detalles aparecerían más tarde en algunas de sus obras. Pero entre ese tiempo de impresiones sobre el arte ante el primer develamiento de lo que se cree majestuoso y la primera producción con intenciones puramente artísticas hubo un largo trecho.Silenciosamente y sin saberlo nadie —ni él mismo— seguía Ramón Oviedo en la vorágine de la existencia respondiendo desprejuiciadamente a los dictámenes de su necesidad en la más precaria de las existencias.“Te diré, también fui dibujante de perspectiva… Hice perspectivas de construcción, de edificaciones… Es una etapa…, bastante corta, pero bastante que comí de eso”. Porque Ramón Oviedo se acerca al arte en el mismo proceso de su existencia; el arte llegará a ser su más íntima compañía. Nunca he conocido, ni aquí ni fuera, pintor cuyo desarrollo artístico esté tan “lamentablemente” unido a la supervivencia, al oficio mero y simple.El “éxito” económico definitivo del pintor ocurrió cuando, luego de desandar, sale del Instituto Cartográfico a fundar, junto a un argentino, “la primera publicitaria organizada profesionalmente en el país”.

Era 1954 y asomaba la crisis de la dictadura. Contrariamente, quizás este haya sido el trabajo que más acercara a Oviedo a su vocación, aunque rápidamente se percató de que el trabajo de publicista le imponía sinnúmeros cortapisas a su voluntad y temperamento.Hizo, sin embargo, todo lo posible por mantenerse al día en su área y rápidamente entró al ejercicio y dominio de técnicas diversas que la plástica aportara a la publicidad: colages, fotomontajes, frotados, calcos, esfumados, composiciones atrevidas, líneas y manchas para el dibujo, caricaturizaciones…Ejercicios que le permitieron hacer, desde el departamento gráfico creativo de Publicitaria Reprex, la academia que la vida le había negado. Así, cuando se decide a pintar había pasado una gran experiencia en múltiples mundos gráficos que constituirían su actual arsenal de recursos y habilidades. Contaba con 36 años de edad, todos sus hijos y había hecho su academia solo.

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