Enfoque 

Los pescadores

Teniendo por testigos a Andrómeda y más al sur a Casiopea hiciéronse dos pescadores a la mar junto a un marino.

Los pescadores.

Los pescaores.Listín Diario

A pesar de las alas negras del escarabajo de la noche se orientaban por alguna estrella. Orión, celosa, brillaba con el fulgor de los ojos de un grillo infinito.

Antes, el marino que se había pasado el día calafateándole el fondo a la yola con estopa y brea, montó la red de carnada, examinó las luces, y después de desenredar los cordeles le afiló la punta al bichero.

Los pescadores de gran pericia, bastante experiencia y fatigados por la superficialidad del curricán, habían optado por la pesca de fondo.

Uno de ellos se inició en las aguas natales del Yaque del Norte, atrapando tilapias y guabinas; otro, a orillas del Camú, anzuelando carpas y biajacas.

En la Bahía de Ocoa, no muy lejos de la costa y con la playa de Monterrío al oeste, fondearon a treinta brazas.

El marino puso luces en el agua calma y esperó a que subiera calamar, pero no solo subió calamar, también emergió chicharro y camiguama.

Y así, con carnada rosada y plateada, comenzó la pesca.

El Doctor arrancó adelante anzuelando un colorao y el Profesor sin quedarse atrás clavó una cojinúa.

Subieron los cordeles y cebando los anzuelos los dejaron a media agua. El Profesor pegó un bocayate y el Doctor mató dos jureles.

El marino con la paciencia y habilidad de un pelícano velaba con el jático oportuno.

Los pescadores aprovechando la camiguama tiraron con carnada viva buscando los cariticos, pero uno pegó un guaguanche y otro un macabí.

Después de discutir un rato y hacer las exageraciones que hacen todos los pescadores, tocaron fondo. Volviendo al principio subieron un candil y un rascacio.

Una mancha compacta de blanquillo escoltada por balajú se acercó al bote, y al acoso de las picúas se desbandaron en grupos, quedando en las aguas iluminadas la fosforescencia de un desconcierto.

El pescador que no veía, con fino tacto, advirtió que la corriente estaba cambiando, que lo sentía en los cordeles. Corroboró el marino afirmando que podía meterse el “nortesito”. A seguidas, un marullo le acarició la panza a la yola.

Entonces el que contaba cuentos contó que en Cuba a la colirrubia le decían rabirrubia, y que los pargos se comían fritos en La Habana.

En eso una morena se enredó en el cordel del Profesor, y un pejesapo le comió la carnada al Doctor.

El marino, mientras achicaba el fondo de la yola, evocó los manatíes de la desembocadura del río Ocoa, y llenándose de fantasía, narró sus enamoramientos y describió sus retozos apasionados; con voz quebrada ponderó la fuerza del corazón del carey.

Los pescadores hicieron silencio mientras el hombre de mar les narraba los tiempos cuando el chinchorro jalado por todo el pueblo venía lleno de bonitos y albacoras; o, cuando el cachón del salao se llenaba de camarones.

Sorpresivamente, la Osa Menor, encendió la bóveda estrellada, y el Lucero de la Mañana, amarillito, estremeció la noche con sus destellos.

El hombre del timón, antes de levar ancla, les dio una última oportunidad. Y yéndose de nuevo al fondo, el Doctor pegó un colorao y el Profesor una cojinúa.

Entonces, de la nada, el marinero musitó: —“No hay meros y chillos, falta profundidad”.

Mientras se dirigen a tierra el marino va silencioso, apenas exhala un suspiro porque todavía no sabe quién ha ganado. En la orilla se agitan banderolas mientras pronuncian discursos; salen con música y guirnaldas a recibirlos. Entonan cantos de mar y sueños.

El crepúsculo apenas deja ver el morro de la Osa Mayor. Los pescadores van cansados, y en el macuto llevan la esperanza.

Se reaniman en medio de la vocería, porque, hasta los que tiran el chinchorro se han dividido: unos pujan al morao… otros al colorao.

Bahía de Ocoa, 1990.