Haiti y RD: El dilema de una migración descontrolada
La República Dominicana vive hoy una de sus encrucijadas más complejas: una presión migratoria silenciosa y persistente que aparenta estar fuera de control, la cual ha sido interpretada en muchos sectores como una “invasión pacífica” procedente de Haití.
Más allá de las palabras, el desafío haitiano para el Estado dominicano exige una lectura política sobria, una visión estratégica y, sobre todo, un compromiso con nuestra soberanía.
Haití, devastado por la inestabilidad política, los desastres naturales, la violencia de pandillas y el colapso institucional, ha dejado de ser un Estado funcional. Este colapso arrastra consigo a miles de haitianos que, en busca de seguridad y subsistencia, miran hacia el este: hacia República Dominicana, donde cientos de miles de haitianos han mitigado el hambre, problemas de salud, educación y sustento de vida.
La migración haitiana hacia territorio dominicano es histórica, pero en los últimos 15 años ha cobrado una dimensión mucho más intensa y visible. Se ha convertido en un fenómeno social de gran escala que afecta barrios, economías locales, sistemas de salud, escuelas y la percepción ciudadana de control estatal. La pregunta ya no es si hay un problema, sino cómo enfrentarlo sin caer en los extremos de la indiferencia y no perder a futuro no muy lejano nuestra identidad nacional.
La defensa de la soberanía es legítima. Un Estado tiene el derecho —y el deber— de proteger sus fronteras, definir quién entra y bajo qué condiciones. Pero la soberanía no puede usarse como excusa para la improvisación, ni como herramienta retórica para fortalecer campañas políticas. Si bien es cierto que la presión migratoria haitiana representa un reto real para la seguridad, la economía informal y la cohesión social, también es cierto que muchos sectores de la economía dominicana —como la construcción, la agricultura o los servicios— dependen de esa mano de obra migrante, en su gran mayoría no regulada y fuera de nuestras leyes migratorias.
Aquí reside una de las grandes contradicciones del Estado dominicano: “tolera lo que no quiere asumir, y reprime lo que no se atreve a organizar”. Esta ambigüedad es peligrosa: socava el Estado de derecho y convierte el tema haitiano en una bomba de tiempo.
República Dominicana no puede ni debe cargar sola con el colapso haitiano. La comunidad internacional ha sido, en el mejor de los casos, tímida; y en el peor, hipócrita. Las grandes potencias que históricamente han intervenido en Haití han preferido mirar hacia otro lado, mientras presionan discretamente a la República Dominicana para que actúe como un muro de contención.
Pero sin apoyo real —financiero, logístico y diplomático— no hay política migratoria que resista. Urge una coalición regional e internacional seria para la reconstrucción institucional de Haití, con liderazgo haitiano, pero con respaldo externo firme.
República Dominicana necesita una **política migratoria integral, moderna y coherente**, que no se base en la improvisación ni en el miedo.
No se trata de abrir las puertas sin condiciones, ni de cerrar los ojos ante los desafíos reales. Se trata de “gobernar con visión de Estado”, no con el calendario electoral en la mano. Es por eso que valoramos la intención del presidente Luis Abinader de reunirse con los ex mandatarios de nuestro país para lograr un consenso político frente a la crisis sin precedentes que atraviesa Haití.
El fenómeno migratorio haitiano pone sobre la mesa una pregunta profunda: ¿qué tipo de país quiere ser la República Dominicana; uno que quiera mantener su Identidad Nacional o uno que le sea indiferente ligarse con el Vudú y el Gagá?.
La respuesta no será sencilla, el tiempo se está agotando, por suerte nuestras autoridades parecen decididas a ponerle el “cascabel al gato” a esta migración descontrolada.