SIN PAÑOS TIBIOS
Siempre hay un Judas
Jueves Santo. El Maestro, que siendo hombre y Dios a un tiempo conocía su destino, sabía que su tiempo en la tierra acababa y que el desenlace fatal estaba a punto de comenzar.
De la entrada triunfal a Jerusalén apenas quedaban recuerdos. La ciudad bullía de gente que venía a celebrar la Pascua, y las masas siempre habían sido volubles. Por eso –quizás– no le sorprendería que al día siguiente, los mismos que el domingo le aclamaban como Rey e hijo de David, dos días después preferirían a Barrabás, antes que a él. Al fin de cuentas, siempre una cosa ha sido con guitarra y otra con violín.
A esta hora ya Judas había cerrado el negocio. Treinta monedas de plata era mucho dinero, y aún siguen siéndolo, pues no importa el monto, lo que importa es el negocio. Acusar a Judas, o incluso quemarlo, es una estrategia efectiva de tercerizar la culpa y externalizar el pecado, pues siempre es más fácil ver la debilidad y culpa del prójimo que las propias.
Dentro del plan divino, Judas desempeñaba un papel fundamental. Sin él no habría crucifixión, muerte y resurrección (no olvidemos que toda la fe cristiana se sostiene en la victoria de Jesús sobre la muerte), y, para ello, la traición de Judas era imprescindible. Que bien pudo el Maestro hacer que Pedro lo detuviera –o, al menos enfrentarlo antes de que procediera a entregarlo‐, pero decidió dejar que hiciera lo que tuviera que hacer, para que, finalmente, al día siguiente todo quedara consumado.
El problema no está en ese Judas –el Iscariote, “el calumniado” al decir de Bosch–, sino en los otros, porque Judas hay muchos y siempre los ha habido en todas las épocas y tiempos, sólo que Judas sin fines ni propósitos dentro de un plan divino.
La traición cerca a todos los hombres de poder. Por acción u omisión, los anillos que se construyen en torno a los poderosos obran por sí y para sí, en detrimento del líder. Ahora que las lealtades se han roto y la ambición más absoluta se vuelve compañera de la gratificación instantánea; ahora que la necesidad urgente de tener se impone a la de ser; que los placeres más mundanos se visten de sofisticación distintiva y nos hacen pagar más por lo mismo de siempre, haciendo que el dinero nunca sea suficiente; ser Judas, se convierte, más en oportunidad que negocio.
La traición y la envida andan campantes por la tierra y ser delator es un premio, y salvarse a costa de otros es un mérito. Si el centro cede y todo se desmorona, al menos que se sepa quién traicionó a quién, porque Jesús tuvo claro quién lo haría y porqué, pero ahora, compartimos mesa con tantos Judas, que a ratos se podría pensar que el peor de todos es uno mismo.