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Haití y la seguridad nacional dominicana

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Angel LockwardSanto Domingo, RD

Como un estado de guerra civil de baja intensidad ha calificado el Presidente Luis Abinader la situación en Haití, un Estado fallido que no ha logrado sobreponerse a la caída de la dictadura Duvalier hace 36 años, desde cuándo – golpes de Estado e inestabilidad – ha sido la norma hasta caer en forma absoluta, en la situación actual de ingobernabilidad.

En medio de un agotamiento hemisférico sobre el tema haitiano, luego de inversiones millonarias –multilaterales de ONU y de bilaterales - durante décadas, que no han logrado ni siquiera atenuar los problemas más graves - el Presidente dominicano ha indicado esta semana en Washington – certeramente - que esa situación es una amenaza a la seguridad nacional.

No debemos olvidar que Haití, es el hermano siamés del que política y militarmente nos separamos en 1844 por nuestras profundas diferencias culturales de origen, empero de quien jamás podremos hacerlo geográficamente, además de ser un importante socio comercial y, que fruto de los cambios económicos y sociales del siglo XX en ambos estados, tanto durante la dictadura de Trujillo (1930-61), como en ocasión de su caída, exceptuando un pequeño periodo (1961-86) – fruto de una clase política más madura y de un empresariado más comprometido - logramos adelantarnos bastante en el camino del desarrollo creciendo – en promedio (1966-2021) más de un 5.5% durante 46 años, mientras que ellos empobrecieron más cada año.

Los “amigos de Haití” – Venezuela, Francia, Canadá y USA - están cansados de intentar ayudarlos y desilusionados porque allí, todo, menos lo correcto, se ha intentado sin resultados. Ninguna nación desea, ni siquiera, facilitar soldados para una pacificación que es requisito previo a cualquier plan de recuperación y, desde luego, nadie se anima a seguir votando dinero en ese hoyo negro de desorden y miseria.

Estar de este lado de la frontera, como país, ya es un riesgo de seguridad pues, debiendo vernos como amigos y aliados, nuestra prosperidad relativa nos convierte en un peligro y la historia, nos confirma como un enemigo: esa no es una realidad que podamos cambiar, nuestros últimos gobiernos, todos, Hipólito, Leonel y Danilo, hicieron de todo para mejorar nuestras relaciones y convertirnos en un hermano cercano y colaborador en sus frecuentes desgracias, naturales y políticas; el resultado ha sido más odio.

Las relaciones binacionales durante el siglo pasado estuvieron determinadas por la invasión norteamericana a ambas repúblicas, Haití (1915) y República Dominicana (1916), luego por la impronta de Trujillo con el “Corte” y su influencia en los gobiernos haitianos y, cuando tras su muerte se instaura la democracia, por la crisis diplomática de abril de 1963, entre Bosch y Duvalier, tras la irrupción en la Embajada dominicana en Puerto Príncipe de Ton Tons Macoute y, luego de la Guerra de Abril de 1966, por la figura pálida pero firme de Joaquín Balaguer quien mantuvo una relación cordial con la dinastía gobernante en aquel lado.

La llegada al poder 1991 de Jean Bertrain Aristide, ex sacerdote que había estudiado acá, exhibiendo un anti dominicanismo xenófobo, exacerbó los ánimos y eso, no mejoró con su destitución en 1993, sino hasta que llegó a la Presidencia Rene Preval, único espacio de cierto consenso: el primero todavía con algo de influencia, está retirado, el segundo, falleció y sin lideres a la vista, Puerto Príncipe y el resto de esa nación, es territorio del caos bajo el control de las bandas armadas fruto de la pésima decisión de disolver el Ejercito en 1996, única institución haitiana existente desde 1804.

Esa “Caldera del Diablo” para citar un título conocido que da idea de la situación, constituye ciertamente, un peligro a la seguridad nacional, primero, porque en el Gobierno dominicano no existe ningún servicio de inteligencia que provea información confiable sobre la situación y su evolución. Segundo, porque allí no quedan embajadores que negocien entre las partes en conflicto, de hecho, no hay partes en conflicto político pues no quedan dirigentes que sirvan de interlocutores, es una guerra fratricida – desordenada y caótica - de todos en contra de todos en medio de anarquía y la miseria más extrema, sin solución a la vista.

En el marco de esa realidad dantesca terrible cualquier error político del Gobierno de este lado puede tener efectos terribles, a corto y mediano plazo; en Haití, con una clase política extremadamente fragmentada, contaminada con las bandas de secuestradores y narcotraficantes, de influencia territorialmente muy limitada, uno de los pocos temas que une a algunos, es el anti-dominicanismo.

Muchos creemos que Claude Josep, ex primer Ministro, igual que los líderes de bandas haitianas, no merecen visitar nuestro país – que siempre ha sido la tierra del asilo de todos los haitianos, políticos, empresarios y simples braceros -, él lleva a diario una campaña injusta y despiadada nuestra contra, pero quizás no hacía falta una disposición presidencial, bastaba una instrucción a los consulados y oficinas de migración: Lo correcto se hace con sabiduría, no con inteligencia, pues le hemos dado a un enemigo gratuito no sólo una bandera de lucha, sino que le hemos colocado al frente de una turba, pequeña, pero compacta con un tema que une a un sector haitiano, en momentos en que como dijo nuestro Presidente, existe un riesgo de seguridad nacional.

No está en el espacio de lo inimaginable que un día cualquiera grupos con decenas de miles de haitianos hambrientos, desesperados, con ancianos, mujeres y niños, dirigidos, marchen a la frontera, desarmados, buscando cruzar al lado verde de la isla poniendo en la obligación de intervenir – para preservar el territorio como es su deber - a nuestros soldados: No creo que el Ministerio de Defensa tenga un previsto un plan de contingencia para algo así.

Si el lector no cree esta posibilidad de afectación de nuestra seguridad nacional, debería bastar con mirar las noticias de 13 los mil haitianos que desde México, a miles de kilómetros de distancia, intentaron cruzar la frontera con Estados Unidos en donde durante días acamparon: Las imágenes de la policía fronteriza dispersándolos a caballo con látigos recorrieron el mundo y forzaron al Gobierno norteamericano a una disculpa ¡Imagínense si sucede acá! Con más de dos millones de haitianos en nuestro territorio, dispersos sin localización, ubicados en decenas de bateyes, barriadas y ghetos basta un altercado entre un nacional haitiano y uno dominicano – incluso provocado intencionalmente – para encender la mecha de un desorden civil difícil de controlar en todo el país para el que desde luego, el Ministerio de Interior y Policía, no tiene un plan de contingencia: Si les parece exagerado ruego que lean sobre “la noche de los cuchillos”, cuando, en 1804, en una sola noche en todo Haití, en busca de su espacio político, los haitianos mataron en menos de doce horas a los 25 mil blancos en que descansaba la colonia más rica de Francia, que desde entonces se llama República de Haití, la más pobre de América.

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