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Polín, el trabajador, empresario, hacendado y filántropo, ha muerto

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Marino Vinicio Castillo R.Santo Domingo, RD.

Le conocí allá por el año ´54 del pasado siglo, recién graduado de abogado ya.

Era una figura simpática y cálida, cuyo mayor mérito residía en ser un trabajador increíblemente laborioso. Era, además, auxiliar en la compra de plátanos de la región de una leyenda del trabajo 24-7, 10 horas por jornada, Miguel el Viejo; tenían un camioncito con el cual recogían los plátanos de la comarca y gozaban de un respeto generalizado en ella, porque eran generosos con los pequeños y medianos productores en sus momentos más difíciles de apremios diversos.

Visitaron la oficina procurando nuestros servicios por un accidente sufrido en choque con otro camión, conducido por un ebrio que no supo esquivar un motorista, rara avis entonces; naturalmente, el hecho se reputaba como de extrema gravedad, pese a que no había muerte de por medio y sólo fracturas, pero se trataba de la Ley 2022 sobre Tránsito, una verdadera guillotina.

Al asumir la defensa de Polín, advertí una ventaja que tendríamos en la causa por la naturaleza de las cargas respectivas de los dos camiones envueltos: uno, cargado de plátanos y sudor, y el otro, en cambio, proveniente de una juerga que se evidenciaba en las botellas vacías que aparecieron en su cabina, así como una moderna vellonera que al parecer iría a alguna casa de vida libre.

Les dije que, en principio, llevábamos las de ganar, porque los jueces, aunque parecía extraño entonces, le prestaban atención a las dedicaciones de los vehículos accidentados, y fui más lejos, al citarle un juez de la capital, muy pintoresco, ante el cual cualquier accidente de motoristas que le llegaba, él partía de la convicción de que “éste era invariablemente culpable” porque “el hecho de andar en un motor era una imprudencia primaria y permanente”. Polín, con gracejo, apuntó: “Ojalá el de aquí piense igual.”

Ahora que veo la marejada de motores pululando entre vehículos mayores en sus acrobacias, creo que el juez que citara, que no llegó a ver ésto, se proclamaría Profeta; sobre todo, si llegare a saber que los conductores de motores terminarían tristemente por ser llamados “muertoorita” y que su muerte pasaba a ocupar el segundo lugar como causa. Esto, sin dejar de reconocer su enorme utilidad para las labores y transporte del pueblo pobre y valioso, aunque, por desgracia, está la presencia del crimen utilizándolos para hechos antisociales y bárbaros, imperdonables; en minoría, desde luego.

Vuelvo a Polín, cuando le dije: Tenemos ganado el caso y él consideró aquello como una proeza y lo agradeció siempre, aunque yo dejé de verle al mudarme a la capital. De él sabía, a veces, que se iba consagrando como un hombre de campo sobresaliente; había progresado patrimonialmente hasta llegar a ser propietario de una estación gasolinera de importancia, pero la nota predominante seguía siendo: “Polín es un trabajador incansable.” Se respetaba por su ejemplar dedicación y fue entonces cuando llegó a verme a mi Estancia María Virgen, porque “quería consultar algo delicado.” Lo encontré, ya entrado en años, pero con el mismo espíritu y me dijo: “Caramba, doctor, a mí me apena tratarle ésto, pero no encuentro otro para confiarle lo que me pasa.”

Se trataba de que él había adquirido una pequeña finca en la Sabana de San Diego, cercana del pueblo, propiamente sub-urbana, y la invadían cada semana grupos de antisociales que comenzaban a convocar gente pobre para establecerlas allí y negociarlas. Dijo: “Lo peor es que cuando consigo desalojarles, a las pocas horas vuelven y me han dicho que es la misma autoridad policial, la que me protege aparentemente, la que incita a las nuevas ocupaciones.”

Sin embargo, también me agregó, que le habían recomendado como el único modo de impedir esa tormentosa situación de despojo, contratar los servicios de un hombre joven, valeroso, pero muy peligroso, cuyo trabajo consistía en la protección de “propiedades en peligro”, bajo paga, que en su caso llegó al nivel de un millón de pesos.

Polín confesó que se le dijo que ese hombre usaba métodos violentos y se apersonaba con un grupo de sujetos que propiamente expulsaban a los ocupantes sembrándoles temor, al grado de que no volvían, ni insistían en el predio comprometido. Me dijo: “Hasta les prenden fuego cuando dejan las casitas vacías y le tienen mucho miedo.”

Pareció avergonzarse al contar esa parte y yo le dije: “Polín, tú no eres culpable, tú más bien eres una víctima de esa situación, porque la autoridad de tu Estado ha dejado que ocupen lugar esas fuerzas siniestras y ésto es muy grave como síntoma, porque, a la larga, lo que demuestra es que el crimen ha ido ganando espacio al marginar y evidenciar a la propia autoridad encargada de la seguridad pública.”

Polín entonces dijo: “Pero, quiero que sepa usted que, a pesar de que me dá vómitos hablar de estas cosas, me ha dado resultado, porque el gobierno no me ha protegido la propiedad.” Era notable su decepción y, sobre todo, su confusión al sentirse en medio de esos valores y desvalores enfrentados.

Ahí parece que se originó el Polín filántropo, pues en sus últimos años de vida reparó, a sus expensas, cientos de viviendas de gente pobre de su comunidad. De seguro Polín descansa en paz; más que nosotros, que sobrevivimos en este tremedal. Esta reminiscencia ayuda para advertir al pueblo de sus riesgos mayores.

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