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¿Muerte del multilateralismo?

Desde que 44 países y un reducido grupo de funcionarios y economistas sentaron las bases en 1944 para que el multilateralismo se convirtiese en referente del consenso para las soluciones de los problemas globales, en aquella reunión en Bretton Woods es mucho lo que se avanzó, pero en estos tiempos desafiantes no pocos piensan que ese sistema llegó al agotamiento sino a su muerte.

Aunque la retórica política y burocrática aduce lo contrario, cada día parece más evidente que los organismos que construyeron el muro de contención a los conflictos de todo tipo posguerra, tienden a ser ineficaces, ineficientes o tortuosos para dar respuestas rápidas a problemas que exigen la inmediatez de los tiempos.

De aquellas mentes ilustres que se reunieron en el hotel Mount de la localidad que le dio nombre a los acuerdos, no solo surgieron las políticas económicas mundiales vigentes hasta el 15 de agosto de 1971, sino la idea de fundar instituciones útiles en ese momento, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización Mundial del Comercio (OMC, creada cuatro años después), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con sus múltiples filiales.

Buena parte de los objetivos planteados en la Conferencia Monetaria y Financiera de Bretton Woods se cumplieron, dirigidos entre otras cosas a promover la cooperación monetaria y financiera; facilitar el crecimiento del comercio; promover la estabilidad de los tipos de cambio; establecer un sistema multilateral de pagos y crear una base de reserva. En resumen, aquellas brillantes mentes pusieron sobre la mesa las bases para un Nuevo Orden Mundial, que garantizase la estabilidad y la paz a nivel planetario.

Desde su concepción, el multilateralismo ha tenido un papel muy relevante en la globalización como la conocemos en las últimas décadas, pues reconstruyó la forma en que las naciones buscarían soluciones a los diversos conflictos que afrontaban, pero que abordaban se manera unilateral, que es lo contrario al multilateralismo.

Es innegable que el multilateralismo creó las bases para que las naciones pudieran encontrar respuestas comunes a problemas similares o crisis circunstanciales con características propias.

Si bien las iniciativas como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la agenda climática, por solo citar dos, han despertado grandes esperanzas en la burocracia política global y conllevado enfoques y soluciones plausibles, hay no obstante grandes abismos entre los resultados y la realidad de miles de comunidades que esperan soluciones concretas.

Los países con economías en vías de desarrollo como República Dominicana no solo se han beneficiado de grandes flujos monetarios para la aplicación de políticas públicas, o para la sostenibilidad financiera, sino que hemos sido receptores de asesoría técnica y financiera para mejorar los procesos gubernamentales.

Las amenazas de hoy no son las de final de la Segunda Guerra Mundial, pero también las sociedades modernas tienen otro tipo de desafíos, que a los ojos de no pocos críticos, estos mecanismos surgidos en 1944 para la soluciones en consenso ya no tienen respuesta adecuadas.

Caso de Haití y guerra en Ucrania De un tiempo a esta parte, algunos de esos organismos han resultado ineficaces para cumplir con su rol de construir el consenso para buscar la paz, la estabilidad económica y el bienestar de los pueblos. En las últimas décadas, Naciones Unidas, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y otras instituciones afiliadas que conforman el multilateralismo surgido en Bretton Woods, no han dado pie con bola o se les ha visto tirar la toalla. La OTAN camina por un lado y la ONU por otro.

A raíz de los golpes de Estado que crecen como la verdolaga en Haití, por mencionar este caso vecino en el Caribe, y su consiguiente inestabilidad política, económica y social, Estados Unidos a la cabeza y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) diseñaron, el primero de junio de 2004, una Misión de Estabilización en Haití, conocida por las siglas Minustah, con la encomienda de alcanzar la tan añorada paz entre los haitianos y crear los mecanismos institucionales para que ese país se colocase en condiciones de edificar su democracia.

Haití en este momento es un volcán en permanente erupción, donde las instituciones no funcionan, con una inestabilidad política tal que ningunas de las autoridades actuales tienen legitimidad, en tanto las bandas armadas delincuenciales son las que tienen el control del territorio, ocasionando intranquilidad y muerte. Ese es el resultado de 13 años de permanencia de la Minustah después que se retiró en el año 2017. Y ni hablar de las guerras en otras partes del planeta.

La resolución S/RES/1542 (2004) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sirvió para gastar miles de millones de dólares en esa nación vecina con escasos resultados. El terremoto de enero de 2010 agravó la situación política, económica y social en Haití y ante tal agravamiento y el magnicidio del presidente, la comunidad internacional mira para otro lado.

No es por otra razón que crece cada día la percepción de que los organismos multilaterales son inoperantes para un tipo de respuesta de conflictos armados, inestabilidad política o desafíos de sectores ultranacionalistas.

El último de los ejemplos, entre muchos tantos, lo constituye la guerra entre Rusia y Ucrania. Ante un liderazgo mundial menguado por circunstancias históricas, el multilateralismo no fue capaz de buscar una solución para que el mundo no se embarcara en una guerra en medio de una pandemia que afecta a todos los países.

La cavilaciones de que se está tocando las puertas a un Nuevo Orden Mundial marcado por la hegemonía cada vez más latente de una fuerza distinta a la que estuvo dominando desde Bretton Woods, son más socorridas lo que combinado con un liderazgo débil a nivel global nos lleva al estado de incertidumbre que todos sentimos.

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