Vudú, calinda y gagá

Cuando los colonos se enteraban que grupos de esclavos de Saint Domingue u otros territorios hispánicos hacían reuniones en las vastedades de las selvas para embriagarse con alcohol, entre ritos, brebajes y la complicidad de la noche, la incertidumbre arropaba la atmósfera en la hacienda de los blancos.

Como el vudú, la calinda, el gagá y cualquier otro ritual acompañaban a los participantes de aquellas reuniones clandestinas de los esclavos negros, quienes huían a la espesura de las plantaciones como forma de buscar su independencia del yugo del amo, sin que la decisión estuviera movida por asuntos ideológicos como suelen sugerir ciertos autores.

A principios del siglo XVl y en los subsiguientes de la dominación colonial, aquellas tribus bozales obligadas a afincarse en Saint Domingue traían todas sus tradiciones, que conservan con orgullo sus descendientes haitianos.

El cimarronaje se produjo en todos los territorios hispánicos conquistados por las potencias coloniales europeas. Primero lo hicieron las poblaciones autóctonas indígenas, luego los africanos lo usaron como una válvula de escape, pero posteriormente derivó en un espacio político. Es en ese ambiente que nace el vudú que practican hoy día los haitianos.

Cuando su matiz cambió a una forma de expresión política, las autoridades coloniales y los amos se pusieron en guardia, persiguieron a los participantes y promotores, acciones de las que no se escaparon ni siquiera aquellos que practicaban el vudú.

Cimarronaje, vudú y rebeldía de los esclavos confluyeron en una simbiosis que amenazó a la jerarquía esclavista hasta derrotarla en su dominio, como ocurrió al iniciar el siglo XlX en Saint Domingue. Previo a ese desenlace independentista haitiano, se produjeron una serie de hechos que adornan la historia de esta lucha entre esclavos y esclavistas.

A los esclavos se les prohibió realizar reuniones. En Léogane, una comuna ubicada en el suroeste de Haití y asentamiento del Cacicazgo de Jaragua, las autoridades coloniales emitieron el decreto del 16 de marzo de 1705 del Consejo de esa demarcación, prohibiendo celebrar las referidas reuniones en los bosques.

Los abusos, prohibiciones y atropellos fueron cultivando la rebeldía, aprovechada por los liderazgos de Bahoruco por Enriquillo, primero, luego en 1719 por unos tales Michel, Polydor, Telémaque Canga, Isaac y Pyrrhus Candide, sin que ninguno de esos movimientos y sus cabecillas se dejaran amedrentar.

Hay, sin embargo, un jefe cimarrón que conjugó liderazgo, creencias, religión, vudú y sus ritos: Francois Macandal. Las “Notas históricas” de Moreau de Saint-Méry describen en su cronología acerca de la personalidad y carácter de Macandal:

“Un día hizo traer un vaso lleno de agua, donde metió tres pañuelos, uno amarillo, uno blanco, uno negro. Sacó primero el amarillo.

–“He aquí –dijo– los primeros habitantes de Saint Domingue, eran amarillos”. Se refería a los indios.

–“He aquí los habitantes actuales –y enseñó el pañuelo blanco.

–“He aquí, en fin, los que serán los dueños de la isla”, dijo al sacar el pañuelo negro.

Como refiere Johanna von Grafenstein en su obra “Haití l”, Macandal se hacía pasar por un iluminado, un profeta, “un houngan, inspirado por las divinidades superiores de África, y cuya misión sagrada era la de expulsar a los blancos de la colonia y hacer de Saint Domingue un reino independiente para los negros”.

Aunque Macandal murió ejecutado en 1758, su profecía se cumpliría casi cinco décadas después cuando otro esclavo, Toussaint Louverture, dirige la emancipación.

No obstante, a que entendía que él era un ser divino, Macandal, de carne y hueso, pero con unas indudables condiciones de líder, fue seducido por la carne.

Convencidos por las fábulas de que Macandal tenía la capacidad que tiene Gregorio Samsa en la “Metamorfosis” de Franz Kafka, el líder de los esclavos una noche de diciembre de 1757, obviando todo criterio de prudencia, acudió a una calinda en la comuna de Dufrené, en Limbé.

Los colonos del norte habían fracasado en su intento de hacer preso y sacrificar a Macandal, pero ese día le echaron el guante y fue conducido al Cabo, escoltado por decenas de colonos armados de fusiles con el fin de mandarlo a mejor vida.

Condenado a ser quemado vivo, Macandal no pudo –como establecía la leyenda– convertirse en insecto (maringouin) y el 20 de enero de 1758 fue echado a la hoguera. Por una de esas cosas del destino, el palo al que estaba atado no era lo suficientemente fuerte, se las arregló para desatarse, brincar de entre las brasas y escaparse, lo que acrecentó aún más la narrativa popular de que los esclavistas no le podían matar.

Macandal posteriormente murió de manos de los colonos, pero su historia legendaria queda en la memoria histórica de los haitianos como el primer líder emancipador de la raza negra en Haití, en la que el vudú, el gagá y la calinda sirvieron de combustible para que los afrodescendientes en Saint Domingue alcanzaran su libertad.

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