Enfoque
“Las puertas del Cielo”
Puertas levanten sus dinteles, elévense, portones eternos y que pase el Rey de la gloria! Salmo 24,7
LAS PUERTAS DEL CIELO no son tan grandes. Son de oro y pesan mucho; además, tienen varios cuerpos y a modo de sello algunos paneles. Cada panel o sello tiene un escudo y un rótulo con el nombre del obispo de cada diócesis; también, uno de los rótulos especifica al representante del “Siervo de los siervos de Dios”.
Las puertas del Cielo tienen forma, pero si dijese que son cuadradas mentiría, y si agregara que parecen rectangulares no sería preciso, tampoco son redondas; simplemente son hermosas, impresionantes y majestuosas.
Las puertas del Cielo están ahí, cualquiera puede pasar por ellas y dejan pasar a todo el mundo. Pienso que lo difícil es quedarse, pero como no lo intenté, no podría afirmarlo.
No están ni lejos ni cerca, el Cielo está en todas partes. Aunque también pueden ser un sitio de peregrinación. Un destino para la adoración y la reconciliación.
Como no andaba buscándolas debo confesar que me encontré con ellas, porque, ese día monté a mi familia en el automóvil, tomamos la carretera que conduce al Este, y pasamos primero el puente sobre el río Ozama, contaminado y moribundo, que se ha vuelto una cuneta, continente de aguas pestilentes.
Después el Higuamo manso y caudaloso. Aguas arriba lo imagino rumoroso. Hoy saturado por las mieles de los trapiches, el vaporizo de la cachaza y los distintos desechos industriales.
Uno se sana de todo esto cuando el río Soco nos sobrecoge casi en su desembocadura y miles de mariposas amarillas se enredan en los mangles. Y un garzón cenizo elegante, se sacude la moña como si fuera un adolescente, y se levanta en un vuelo esforzado, lento… rasante.
El olor penetrante de los limones agrios hace que detengamos el carro para comprar. Compramos, y la esencia de los limones se impregna en toda la familia. Una parvada de “judíos”, brillando en el mediodía al destello de su negritud infinita que choca con el sol, nos observan desde un Caimoní.
El viaje se ha hecho más ligero porque la fragancia de los limones se llevó cualquier hastío. Una marina repleta de yates y lanchas contrasta con las aguas dulces del río. El Romana que disfruta de este afán eterno no les hace caso.
Doblamos y tomamos el rumbo más al Este. Mis hijos exultan de gozo porque el cañón de la carretera nos baja casi a ras de la represa del río Chavón con sus aguas tranquilas y nobles. Una paloma coronita, como si fuera un fósil viviente, pasa sobre nosotros embrujándonos con la fascinación de su vuelo delicado.
Las mariposas siguen pasando en su vuelo nupcial que es fecundo y de vida, y porque es el último es mortal.
Aceleramos la marcha y pasamos potreros con infinidad de bestias que pacen; piñones cubanos que se deshacen con la brisa, se desgajan para servir de alimento a los ganados y calmarles la sed.
Finalmente llegamos, con la suerte de que en ese momento retiñe el carrillón, y produce un sonido alegre que arrebata el espíritu y los sentidos, hasta que uno se acerca a ellas, son las Puertas. Las Puertas donde se combinó una aleación que deshizo la vileza del hierro y la flojera del cobre. Son puertas de conversión… ¡de redención!
Ellas representan la Iglesia que es Madre y Maestra; es la Barca de Pedro azotada por las tempestades, vilipendiada y perseguida. Pero impertérrita y fiel a su misión profética. A veces contradictoria como grupo humano, que tiene de acuerdo a Santa Catalina de Siena, la cara de una mujer leprosa lavada constantemente por la sangre del Cordero y las lágrimas de los siervos de Dios. Por eso las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Es el Cuerpo de Cristo.
Jesús diría mansamente: “yo soy la puerta”. “Nadie llega al Padre sino es a través del Hijo”. “Mira que estoy a la puerta y llamo…”.
Lo más curioso de estas puertas es que controlan la entrada principal a la Basílica de Higüey, y usted entra, y sigue hasta el fondo, sube la escalera hasta donde está la reliquia de la imagen milagrosa del cuadro de la Virgen de la Altagracia, y unos peregrinos hacen el Rosario. Mientras repiten las letanías, escucho: “Casa de Oro”, y después, “Puerta del Cielo”.
De regreso del sitio santo mi esposa apunta que por María entró Cristo al mundo para reconciliar el Cielo con la tierra. Y me llega la idea fuerte al corazón de que, eso es el infinito, una sucesión infinita de puertas que se abren y que se cierran.
Y que finalmente, a Dios le fascinan las puertas, por eso seguramente nos dejó aquí, para que todos las vean, majestuosas, firmes y reconciliadoras: “Las puertas del Cielo”.
Festividad de Nuestra Señora de la Altagracia, 21 de enero de 2022.