Reminiscencias

Tres gestos de paz desconocidos

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Marino Vincho CastilloSanto Domingo, RD

Le pude conocer bien a fondo por el largo tiempo que pasamos en una clandestinidad compartida. Conversábamos, él como oficial de la Fuerza Aérea y yo como abogado y político beligerante.

Cuando mis amigos del Listín me indujeron a escribir, cada cierto tiempo, acerca de mis reminiscencias, al examinar mis fuentes encontré que la clandestinidad con Pedro Santiago Rodríguez Echavarría sería una abundante corriente de cosas que compartiéramos.

Hoy quiero empezar por algunas muy netas del 18 de enero del 1962, del pasado siglo. Una escena por la mañana entre dos hombres, Huberto Bogaert y Rafael Bonnelly, y otra en la noche en la cual Chaguito se casó con la gloria de la paz.

Desde luego, habré de contar muchas otras de los días precedentes en distintas entregas; las de hoy son muy valiosas, porque sirven para pensar en algo que ocurre cuando aquellos hombres, actores de grandes gestos, al no trascender se pierden en el anonimato y en la polvareda del tiempo. Es injusto que tal cosa ocurra; de ahí mi satisfacción al recordarle. Se había producido el derrocamiento del Consejo de Estado dos días antes y los miembros del Consejo de Estado fueron detenidos y se llevaron a ocupar una hermosa residencia situada en el recinto amplio de la Base Aérea de San Isidro. Entre ellos estaba el Dr. Nicolás Pichardo, hijo de una prima mayor de mi madre, quien la criara, junto a mi otra madre, Anadelia. El eminente médico fue el coordinador clave de las fuerzas políticas que convinieron en la formación de aquel organismo colegiado para la transición, cuyo presidente seguiría siendo Joaquín Balaguer, hasta el 27 de febrero de aquel año de transición.

No se pudo cumplir con tal programa porque, faltando cuarenta días, la intriga política hizo su trabajo de desestabilización por lo bajo de aquel mar de pasiones, y se asumió un nuevo plan, el de impedir que Balaguer se retirara y fuera por sus pies a su casa, porque de él serían los méritos.

Así nació el proyecto de la Noche de las Antorchas, que se puso en marcha desde el mediodía mediante un proceso de protestas públicas, cuyo epicentro sería el local de la segunda planta de la UCN, frente al Parque Independencia. A eso de las cuatro de la tarde llegó la tragedia. Los tres tanques que patrullaban la ciudad, por desgracia se enviaron al lugar y se internaron en la muchedumbre, donde se produjo lo peor.

El comandante quiso bajar las bocinas de los balcones, lo intentó desde una escalera improvisada, siendo derribado, y entonces, oficiales de la columna blindada iniciaron un tiroteo, muriendo cuatro inocentes ciudadanos que tan sólo protestaban. De ahí surgió la ira del legendario aviador que se había alzado desde la Base Aérea de Santiago, el 19 de noviembre.

Ordenó la captura del Consejo de Estado, con excepción del Obispo y dos de los héroes del 30 de Mayo. Fueron horas intensas, de mil minutos, se podría pensar. Balaguer quedaba así, atrapado entre el gesto violento del cuartel y su diseño civilizado para la transición.

Ante el vacío, formó una junta cívico-militar presidida por un hombre de enorme integridad, Huberto Bogaert, a quien vi llegar dos días después al lugar donde permanecían detenidos los Consejeros; al entrar, exclamó: “Fello, tú sabes que yo soy un hombre de paz, y quise ayudar en este vacío; pero vengo a tratarte a ver cómo se arreglan estas cosas”. La respuesta que mereció fue: “Huberto, de ti no se podía esperar otra cosa”; y se abrazaron.

En la noche, sin embargo, se produjo el arresto del general insurrecto y se implementó la reposición del Consejo de Estado. Es decir, ese día hubo dos gestos: el de Bogaert y Bonnelly en la mañana, y otro en horas de la noche mientras Chaguito se encontraba en la Jefatura del Estado Mayor, junto al Gral. Rodríguez Reyes. Yo estaba presente allí. De repente, se presentó el Gral.

Eladio Marmolejos Abreu, junto a otros oficiales superiores, muy exaltados porque la Base iba a impedir que hicieran preso al líder del 19 de noviembre. Fue una escena tremenda; Chaguito, consciente de los peligros, se opuso y comenzó a expresar advertencias tratando de calmar a Marmolejos, quien sostenía que, sí eso se aprobaba, “no habría fuerzas armadas, pues era un abuso que un general pudiera ser apresado por un oficial subalterno, y dijo, con mucho carácter: “¡Esto es guerra!”.

Al bajar por la escalera, Chaguito arengó a un centenar de hombres de infantería, bien armados, que esperaban sus órdenes, y dijo: “Cálmense señores. Cálmense. No podemos dividir las fuerzas armadas, esto dejémoslo a los políticos. Esta mañana vino el Presidente del nuevo gobierno a ver a sus amigos; cálmense. Y no olviden que quien está preso es mi hermano.” Se cubrió de gloria aquel brillante oficial dominicano; prefirió la paz, y afrontó los sacrificios de su familia. Lo relato porque lo viví de cerca, no porque él me sugiriera que algún día lo hiciera. Dormí aquella noche, y otras muchas, donde mi inolvidable Nicolás, que desde la tarde me había prevenido: “No te apartes de mí; y te vas conmigo pase lo que pase”.

Chaguito pudo desatar la guerra y la impidió; fue tan humilde que murió sin reclamar jamás mérito alguno. Amigo mío, descansa en paz. Total, vinieron las divisiones, la intervención militar, y después la guerra.

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