Política

Observatorio Global

Una alarmante inflación

Leonel FernándezSanto Domingo, RD

En medio del auge de la pandemia, en el 2020, una de las principales preocupaciones de los economistas era que se desatara una deflación.

Los precios de las materias primas o commodities habían disminuido drásticamente. Con el petróleo ocurrió lo insólito. Su precio había descendido a menos 34 dólares el barril, lo cual equivale a decir que lo estaban regalando y nadie lo quería.

Con el proceso de reactivación de la economía global, desde el último cuatrimestre del 2020 y todo lo que va de este año, lo que ha estado ocurriendo, sin embargo, es todo lo contrario: es una alarmante inflación.

No hay un factor único que explique este nuevo e inesperado fenómeno. Obviamente, la necesaria expansión del gasto público, mediante la emisión monetaria por parte de los bancos centrales, ha sido un elemento sustancial.

Pero, en adición, habría que considerar el aumento de la demanda por parte de China; el aumento del consumo interior, tanto en las economías avanzadas como en las emergentes; la interrupción de las cadenas globales de valor; el aumento de los fletes y seguros marítimos, así como los retrasos en la distribución de las mercancías, ya sea por la crisis de los contenedores, como por la falta de camiones y conductores para trasladarlas por carretera.

A todo eso, por supuesto, habría que añadir la especulación financiera sobre contratos a futuro de commodities, la cual ya ha empezado a ocurrir, como aconteció durante la crisis del 2008. Prueba de eso es la solicitud, hecha recientemente por el presidente Joe Biden a la Comisión Federal de Comercio (Federal Trade Commision), para que investigue si las compañías de gas y petróleo están incurriendo en actividades ilícitas en los mercados financieros, ya que, según el presidente estadounidense están “generando significativos beneficios por los altos precios de la energía.”

Dos escuelas de pensamiento Con el inicio de la recuperación económica, algunos productos empezaron a subir de precios. Desde la Reserva Federal de los Estados Unidos se elaboró el argumento de que no había razones para preocuparse, ya que se trataba de un fenómeno aislado y transitorio.

Pero luego el alza de precios se extendió a mayor número de productos, incluyendo los relacionados a la energía, el transporte, los alimentos y las viviendas; y la inflación, en lugar de apaciguarse, se prolongaba en el tiempo.

Con el repunte de la economía, el índice de desempleo se redujo. Pero, de igual manera, se produjo un aumento de salarios, con lo cual la demanda de bienes y servicios se disparó.

Al producirse ese incremento de la demanda, juntamente con un cuello de botella en la oferta, los precios de los artículos volvían a subir, provocando un círculo vicioso que los economistas identifican como de “una espiral de precios y salarios”.

Ahora, con los datos del desempeño económico durante el mes de octubre, se determinó que Japón, China y Alemania están atravesando por su peor período de inflación en una década, y que, en el caso de los Estados Unidos, la situación es aún peor, pues se trata de la mayor alza de precios en treinta años.

Todo eso ha llevado a sostener a un economista de la categoría de Larry Summers, ex presidente de la Universidad de Harvard, secretario del Tesoro durante la administración de Bill Clinton y asesor económico del presidente Barrack Obama, de que “la inflación se pondrá peor antes de que empiece a mejorar.”

Ese escenario preocupante de espiral inflacionaria debe conducir a la Reserva Federal norteamericana a considerar como su prioridad el de frenar la inflación, o lo que es igual, alcanzar la estabilidad de precios.

De acuerdo con Larry Summers, si no se lograse ese objetivo, la economía estadounidense entraría en una situación de grave recesión, que volvería a aumentar el desempleo y afectar el bienestar de los pobres y de la clase media.

¿Qué hacer? Actualmente, la percepción que empieza a dominar en los mercados es que la inflación no será tan de corto plazo como se pensaba, sino que se va a prolongar en el tiempo.

Como consecuencia, la adquisición de acciones en la bolsa de valores ha empezado a disminuir y los fondos de inversiones han dirigido sus miradas hacia la compra de contratos a futuro de oro, lo cual ha elevado su precio a 1,866 la onza troy; y a la adquisición de bonos del tesoro norteamericano con retorno de corto plazo.

Ese escenario hace suponer que para cambiar la percepción de los inversionistas y efectivamente contener la hemorragia de la inflación, la Reserva Federal y el gobierno norteamericano tendrán que realizar algunos ajustes.

Entre esos ajustes estarían la disminución de la compra de activos por parte de la Reserva Federal al Departamento del Tesoro, que actualmente llega a más de 120 mil millones de dólares mensuales.

Con eso reduciría la cantidad de dinero en circulación; y, por consiguiente, una merma en la demanda que debería conducir a una baja de los precios.

Pero, además, estaría por parte del gobierno norteamericano tomar la medida de bajar los aranceles, con lo cual se abaratarían los artículos de importación.

Finalmente, por supuesto, está el hecho esperado de que la Reserva Federal suba la tasa de interés, que hasta ahora ha estado en prácticamente cero. Al subirla, naturalmente, se encarecería el valor del dinero, disminuyendo, por vía de consecuencia, su circulación.

Así pues, hay medidas que las autoridades pueden adoptar para controlar la espiral inflacionaria y garantizar estabilidad de precios.

Lo que ocurre, sin embargo, con la idea de elevar la tasa de interés, es que si se realiza cuando la economía todavía no ha alcanzado su plena recuperación, se asume el riesgo, entonces, de un estancamiento en el crecimiento y hasta de una contracción.

En los Estados Unidos, como en cualquier lugar del mundo, la inflación tiene efectos políticos fulminantes. Los gobiernos que no logran controlarla generalmente terminan en la hoguera de la opinión pública y el repudio de los electores.

Eso enseña la historia y no hay motivos para poner en dudas su proyección hacia el futuro.

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