Enfoque: Política
Cuba, el fin de la fiesta
La marcha cubana del 15 de noviembre ha sido convocada por Archipiélago. Esa agrupación no es un partido político y no pretende sustituir a los comunistas en la dirección del país. Toma su nombre de la diversidad. No es cierto que Cuba sólo sea una Isla. Es una isla grande –mayor que Holanda y Bélgica combinadas– y con muchos islotes habitables, a los que se agregan Isla de Pinos y la abundante cayería.
Tampoco sus integrantes están al servicio de los “americanos” o, concretamente, de la CIA. Esa es la clásica infamia con la que el régimen pretende descalificar a los que se oponen a su forzada unanimidad. Los numerosos miembros y simpatizantes de Archipiélago lo que desean es manifestarse y decir sus verdades amparados en la Constitución.
La Constitución garantiza la libertad de pensamiento, pero, simultáneamente, condiciona lo que se lo que se dice a los fines socialistas diseñados por el orden institucional del propio texto. Es deliberadamente ambiguo, dado que el modelo es la Constitución de Stalin de 1936 y sus derivados. Por una punta establece los derechos fundamentales. Por la otra, los suprime.
En el caso cubano, cuando Oswaldo Payá Sardiñas, a nombre del ‘Movimiento Cristiano de Liberación’, presentó las más de diez mil firmas (presentó más de 14,000) que se requerían para someter a referéndum una enmienda constitucional que autorizaría el multipartidismo, el Parlamento cubano (la ‘Asamblea Nacional del Poder Popular’) no se dignó a responderle.
En el 2012, sencillamente, lo asesinaron junto a Harold Cepero. Molestaban demasiado. Lo cuenta Human Rights Watch: tras un confuso incidente, en el que sólo murieron los cubanos, pese a que ambos habían salido por sus propios pies del auto. Esto lo contó Ángel Carromero, un joven español que conducía el coche el día del crimen.
Previamente, la Constitución, los fines comunistas de la sociedad cubana y el rol del Partido, habían sido “blindados”, de manera que resultara muy improbable modificar el curso de los acontecimientos cubanos. No obstante, es prácticamente imposible impedir esos cambios hacia la apertura. ¿Cuándo sucederán? Una vez que existe una masa crítica que los demande o, en su defecto, cuando existe la voluntad política de efectuarlos por cierta gente con poder efectivo.
En Cuba concurren ambas fuerzas. El 11 de julio pasado se hizo patente que los jóvenes desean ampliar los márgenes de participación de la sociedad, pero, al mismo tiempo, son millares los cuadros del propio Partido Comunista que se autodenominan “reformistas”, y están deseosos de iniciar un cambio sustantivo que les permita abandonar para siempre las supersticiones colectivistas y autoritarias. Son 62 años de fracasos continuados.
En ese sentido, los casos de Leo Brouwer, de Pablo Milanés, y de Silvio Rodríguez, con ser diferentes, son muy significativos. Repitieron el “hasta aquí hemos llegado” de José Saramago, cuando en La Habana, fusilaron a tres jóvenes negros el 11 de abril de 2003. Brouwer se distanció tajantemente del régimen cubano por la represión ejercida contra la sociedad civil el 11 de julio de este año. Golpearon y encarcelaron a centenares de personas pacíficas, lo que a este sobrino-nieto de Ernesto Lecuona, gran guitarrista y gran compositor, le resultaba intolerable.
Pablo Milanés vive en España desde 1992, de manera que no es de extrañar su franca ruptura con el régimen, expresada en circunstancias anteriores y ahora reiterada. Más significativa fue la posición adoptada por Silvio Rodríguez. Se reunió más de una hora con el joven dramaturgo Yunior García Aguilera tras su arbitraria detención, animador de Archipiélago, y con su mujer, Dayana, realizadora de cine. De esa reunión salió una petición formal del cantautor a la dictadura para que pusiera en libertad a los cientos de detenidos que no hubieran ejercido la violencia.
Dijo Silvio Rodríguez en Facebook: “El encuentro con Yunior y Dayana fue bueno, no exagero si digo que fraterno; hubo diálogo, intercambio, nos escuchamos con atención y respeto. Para mí lo más doloroso fue escuchar que ellos, como generación, no se sentían ya parte del proceso cubano sino otra cosa. Me explicaron sus argumentos, sus frustraciones. Traté de hacerles comprender que a mis años también todo resultaba mucho más lento de lo que esperábamos que fuera”.
Silvio Rodríguez le ha dado una lección a Miguel Díaz-Canel sobre cómo tratar a la oposición. Pero ha recibido otra lección bastante obvia: ha escuchado que Yunior y Dayana “no se sienten parte del proceso cubano”. Es tan antiguo el cuento de la Sierra Maestra que no es posible, para los muchachos jóvenes, vincularse emocionalmente a esas historietas. Silvio nació en los años cuarenta. Yunior en los ochenta. Si Silvio fuera tan racional como aparenta le diría a Díaz-Canel que se preparara para el fin de la fiesta. Está a la vuelta de la esquina.