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Enfoque

Listo para un choque

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Guillermo PérezSanto Domingo, RD

A esta hora, Haití está bordeando una ladera muy peligrosa, camino a lo peor, con un gobierno frágil y casi medio país arrebatado por 162 pandillas armadas que lo desafían sin tapujos, mientras aterrorizan a la población con asaltos, extorsiones, secuestros y asesinatos.

Allí ya están aflorando señales de un inevitable choque frontal entre el Gobierno, que apenas dispone de un puñado de soldados y una policía insuficiente, ineficaz, agotada y mal pagada, y unas pandillas de bandidos con muchos recursos, bien armados y mejor motivados.

A la par con eso, una marcada escasez de combustibles, a causa de la inseguridad, amenaza con un cierre de los hospitales y clínicas privadas, mientras se agranda el malestar popular y, de remate, aumentan las muertes y contagios por Covid-19.

Hasta ayer, domingo, el reporte oficial de muertes por Convid-19 registraba 660 muertes, 23,569 casos confirmados y 129,466 en sospecha.

Todo eso, junto, forma un combinado explosivo.

Con 11 millones 402, 533 habitantes, en su mayoría prisioneros de una pobreza espantosa, Haití es, definitivamente, un país sin futuro.

La nueva crisis generada por los grupos pandilleros cierra allí toda brecha a un mínimo ambiente de paz, siquiera fugaz. Ante ese panorama sombrío que envuelve a los haitianos, la República Dominicana no puede parpadear siquiera un segundo, ni quitar sus ojos sobre las fronteras terrestre y marítima.

Haití no solo está frente a otro problema grave. Ese país tiene heridas profundas en todo su cuerpo social, y cualquier esfuerzo por reconciliarlo sería, nada mas, pérdida de tiempo.

Es el fiel retrato de lo que dijo Daniel Dorsainvil, un exministro de Finanzas del país vecino, en su lapidaria aserción de que “Haití se ha hundido”.

El Gobierno está listo para una ofensiva y, ya descartada de facto la vía del dialogo con los grupos violentos, a Haití le esperan momentos muy cruciales.

Habrá acción oficial, pero cuando arranque una embestida, ese país podría consumirse en una lucha despiadada en la que sería difícil distinguir entre hombres de ley y salvajismo.

El Gobierno haitiano ha declarado su intención de acabar con las estructuras pandilleras, una amenaza que despierta y pone en alerta a esos grupos, cuyos territorios no van a ceder a las buenas, en paz y silencio.

Más de la mitad de estas bandas peligrosas operan en Puerto Príncipe y sus áreas vecinas, y es por ahí donde late esa amenaza.

Las pandillas, y pocos tienen duda, son un poder en Haití. Nacieron, crecieron , se multiplicaron, y ahora son muy fuertes. El pasado 17 de este mes, el primer ministro Ariel Henry y autoridades tuvieron que huir de Pont-Rouge, donde fueron recibidos a tiros por grupos armados que controlan esa zona, justo al intentar depositar una ofrenda floral al pie del monumento a Jean-Jacques Dessalines, el padre fundador de la nación. Minutos después, el líder de pandillas Jimmy Chérizier fue allí, con decenas de hombres armados, entregó un arreglo de flores y luego de despidió del lugar, sin contratiempos.

En 2019, un diagnóstico de la misión (Minujusth) identificó 162 grupos armados en el territorio haitiano, con más del 50% operando en el área metropolitana”. Según un cálculo de la Estrategia Nacional de Desarme, Desmantelamiento de Grupos, en Haití circula un flujo de, cuando menos, 2,700 armas y municiones ilegales.

“Los últimos años han estado marcados por la expansión de grupos armados en todo el país hacia comunidades vulnerables y precarias en áreas urbanas, periurbanas y rurales”, apunta.

Estos grupos, agrega, “se están multiplicando y creando alianzas formales y no formales que los hacen más fuertes; en 2004 había, oficialmente,34 grupos armados”. En su primer discurso la noche del pasado viernes, cuando juró al cago de nuevo jefe de la Policía Nacional Haitiana (PNH), Frantz Elbé lanzó esta advertencia: “La lucha contra el bandidaje, el tráfico ilícito de armas de fuego, y el desmantelamiento de las bandas, serán nuestras principales prioridades”.

Elbé sustituyó a Léon Charles, que tenía casi un año en el cargo. Renunció tras el secuestro de los 17 misioneros estadounidenses y canadienses. Los pandilleros lo festejaron.

Ahora, Elbé, al mando de la Policía, promete acabar con ese mal, pero los lideres de bandas no parecen temer a sus intimidaciones. Es suficiente recordar el trágico final del operativo desarrollado por el cuerpo policial en Village-de-Dieu, el pasado 12 de marzo, cuando esos grupos mataron a cinco policías.

Ese evento, como dice el refrán dominicano, dio “alas” a las bandas armadas, que, quizá por eso, ya no ven a la policía como un escollo en medio de su camino, ganando más fortaleza y reclutando a nuevos malhechores.

Uno de los hombres más peligrosos que tiene de frente el Gobierno es Jimmy Chérizier, un expolicía, líder de la poderosa pandilla homónima, considerado el enemigo número 1 de la Policía.

Chérizier, un hombre leal, en vida, al expresidente Jovenel Moise, aún reclama justicia por el asesinato del exmandatario.

La intención de acabar con las pandillas es una tarea espinosa. Por ejemplo, Pont-Rouge, un distrito de Puerto Príncipe, está controlado por bandas armadas. Es otra fortaleza de los bandoleros, y a las autoridades no les resultara fácil entrar a sus dominos.

Mientras que El G9, una temida coalición de grupos bandoleros está bien armada y con muchos seguidores diseminados en amplias franjas del país.

Frantz Elbé, de 51 años, con poco más de un año de edad a la muerte del dictador François Duvalier “Papa Doc”, fue investido por el primer ministro, Ariel Henry. Elbé ya recibió todo el apoyo del Gobierno, que ya adelantó va a mejorar las condiciones laborales de los policías.

El nuevo jefe de la Policía, conocedor de la situación crítica de su personal, pretende mejorar el caso de sus agentes.

De ahí su insistencia en “motivar a los policías sobre el cumplimiento de sus tareas en esta histórica encrucijada de la nación haitiana”. Este oficial prometió prevenir casos de secuestro y “evitar que los matones cometan sus delitos, permitir que la población se ocupe de sus negocios de manera pacífica”.

Las motivaciones de estas bandas difieren: Unas buscan control económico, político y territorial,.

De ahí el resultado de los conflictos y la violencia entre esos grupos. En algunas áreas, inversionistas privados con grandes empresas compran servicios de seguridad y protección de sus inversiones.

Entre otras fuentes, los mercados públicos, las redes de agua y las estaciones de autobuses les dejan cuantiosos ingresos a los grupos armados.

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