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Panorama político

Atentado contra el presidente Reagan puso en vilo a EE.UU

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Guarionex RosaSanto Domingo, RD

El atentado contra el presidente Ronald Reagan a su salida de pronunciar un discurso en el hotel Washington Hilton en 1981 tras un almuerzo, ha sido el recuerdo más intenso de mi estancia diplomática en esa capital. Al atacante, John Hinckley acaban de darle libertad.

En marzo 30 de 1981 el presidente Reagan se dirigía a paso doble tras el almuerzo que le ofrecía el sindicato AFL-CIO, ignorando que el joven Hickley estaba por la puerta lateral del hotel, esperando la oportunidad de atacar al gobernante, un prestigioso líder republicano.

Por pocos minutos no presencié el atentado porque salíamos de un edificio enfrente donde almorzaba con el vicecónsul, Julio Cordero Espaillat, ahora embajador en Colombia.

Habíamos visto la limosina aparcada en la puerta de salida por donde saldría Reagan.

Los varios tiros que causaron severas heridas al presidente Reagan y a otros de sus guardaespaldas, particularmente a su jefe de prensa, James Brady, quien quedó inválido para siempre, sacudieron el normalmente tranquilo vecindario.

A poco de escuchar los disparos en el restaurante chino donde estábamos, salimos de prisa al exterior por la calle T (el atentado ocurrió en esa vía casi esquina Connecticut) donde está situado el gran hotel. Ya en ese momento ambulancias y carros de la Policía corrían veloces.

El destino era el hospital George Washington, hospital para recibir al presidente si algo le ocurriera en la ciudad de Washington, ya que el hospital Naval Bethesda se encuentra a la salida hacia Maryland. Fue allí donde trataron al expresidente Trump por el Covid-19.

El atentado contra Reagan no solamente fue el acontecimiento más grave de su cuatrienio, sino que puso al país en vilo ya que el vicepresidente Bush (padre) estaba en el avión Air Force 2 volando por Texas.

El secretario Haig fue a la Casa Blanca para ponerse “al mando”, lo que no anticipaba la Constitución Desde el primer momento los médicos elogiaron la fortaleza física del paciente quien había sido atleta y actor de cine. A su lado se mantuvo siempre Nancy Reagan su esposa, definida por su temple de mujer, cuya postura le ganó enorme respeto entre el público.

Conductor por 1 hora A poco de su llegada a Washington, D.C., para acreditarse como embajador extraordinario y plenipotenciario nombrado por el presidente Guzmán en 1980, el embajador Enriquillo del Rosario Ceballos pidió cita para hacer “visita previa” al decano diplomático, Anatoli Dobrynin.

El decano era un embajador de carrera y diplomático de la Unión Soviética con cuyo país la República Dominicana no tenía relaciones diplomáticas. Diplomático de la vieja escuela el embajador dominicano quiso hacer “la visita previa”, a quien conocía desde 1963, cuando había sido nombrado por Bosch.

Dobrynin, la estrella del servicio exterior soviético, le había presentado credenciales a los presidente John Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter y Ronald Reagan. Tenía un espacio permanente para parquear su carro en el Departamento de Estado.

La realidad es que el embajador dominicano, acabado de llegar desde Santo Domingo, no tenía automóvil y me pidió el favor de que lo acompañara a la embajada soviética. Le dije que con mucho gusto, lo que me convertiría de un Consejero y Cónsul en “conductor por 1 hora”.

La embajada soviética ocupaba la mansión más suntuosa de la calle 16, donde habían varias embajadas entre ellas las de Cuba. Los salones eran elegantes. De sus paredes colgaban pinturas soviéticas y de otros países y los pisos de madera cubiertos de alfombras orientales de gran valor, una versión más que idílica de la dictadura del proletariado.

El embajador del Rosario Ceballos fue recibido por un secretario y mientras me acomodaban en una salita protocolar adonde llegó un auxiliar que hablaba español, y a poco un mayordomo con una bandeja de plata con vasos de agua y tazas de café. Fue una visita que entre conversación y corto viaje no pasaría de una hora.

Mayordomo agradecido En la embajada dominicana duré cuatro años y medio. Me designó en enero de 1979 el presidente Antonio Guzmán como Cónsul General, que pocos meses después me elevó al rango de Consejero, porque era el compatible con el de Cónsul General. A la llegada del presidente Jorge Blanco, fui ascendido a embajador en Haití.

Un día llegó al Consulado el señor Antonio Pérez quien deseaba renovar el pasaporte. Como la costumbre le recibimos los documentos y saqué un poco de tiempo para conversar con él porque había sido el mayordomo del extinto embajador Francis Meloy jr, en Santo Domingo.

Meloy jr. había ganado muchas amistades durante el tiempo en que estuvo como embajador en Santo Domingo (1969-1973), porque tenía un temperamento correcto en las relaciones con el gobierno y amistoso y jovial con todos a quienes conocía.

Después de pasar más de tres años en Santo Domingo fue destinado a Guatemala y luego a Beirut, Líbano, donde perdió la vida en medio de un atentado. El embajador Meloy jr., había previsto que su mayordomo se quedara con una familia adinerada de Washington, D.C. Tras conocernos me invitó junto al vicecónsul Cordero Espaillat a un almuerzo en la casa de sus patrones. Él y la domestica mexicana tenían un bungaló con terraza y patio. Allí ofrecieron un almuerzo plateado con un menú muy variado y vino blanco y tinto según nuestra preferencia.

El señor Pérez habló con gratitud hacia el embajador Meloy jr. , y a los buenos tiempos que el diplomático disfrutó en el país pese a que le tocó aquí una época bastante activa políticamente y de contradicciones dominicanas con el régimen de los doce años del presidente Balaguer y sus adversarios.

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