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Enfoque

Afganistán y Haití en la agenda global

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RAFAEL NÚÑEZSanto Domingo, RD

En la década de los noventa, es­pecialistas de política inter­nacional acu­ñaron el concepto de “Esta­dos fallidos” para referirse a las naciones que son in­capaces de controlar el or­den social interno de sus te­rritorios, de no garantizar a su población los servicios y bienes públicos necesarios y sus instituciones y autorida­des carecen de legitimidad, según el criterio geopolítico clásico en uso.

Otro elemento tomado en cuenta por la visión clá­sica para definir qué es un “Estado fallido” tiene que ver con la imposibilidad de este para conservar el mo­nopolio legítimo de la fuer­za; se convierte en un ser sin vida que no es capaz de valerse por sí solo.

En los tiempos en que en los foros académicos se de­finía ese criterio, Haití ni Afganistán se encontraban en la lista de “Estado falli­do” debido, por un lado, a un asunto geoestratégico y en razón del contexto glo­bal en el que se abordaba ese tema con preocupacio­nes que hoy día siguen sien­do legítimas.

Bajo los mismos postula­dos clásicos que observa el fenómeno como un todo, se elaboró la lista de “Esta­dos fallidos” que incluía so­lo a países del África Subs­ahariana, esto es Liberia, Somalia, Angola, Ruanda, Sudán, Sierra Leona, en­tre otros. Casi a final de la década de los 90s se agre­garon no solo Afganistán y Haití, sino los Estados que se desprendieron de la an­tigua URSS y Yugoslavia, así como Albania.

A partir de la Segunda Guerra Mundial surgen fac­tores políticos y sociales que demandan nuevas partici­paciones de actores emer­gentes que exigen respeto y reconocimiento de dere­chos, libertades e indepen­dencia. Ese hecho, unido a la caída del Bloque Socialis­ta en la zona Eurasia, crea las condiciones para el de­terioro de esos Estados que mantuvieron cierta estabi­lidad política y económica, gracias al apoyo de uno de los dos polos en disputa du­rante la Guerra Fría: Esta­dos Unidos y la URSS.

EEUU con un enfoque parcial Quienes tomaron decisiones en los últimos años sobre política exterior estadouni­dense (especialmente des­pués de los atentados del 11 de septiembre) demostra­ron tener una visión parcial acerca de la debilidad o de­ficiencia de los Estados del llamado Tercer Mundo o de economías emergentes, al­gunos de los cuales son cate­gorizados como fallidos.

La relevancia que toma en la agenda del Departa­mento de Estado el tema de las naciones con esas carac­terísticas, se afinca en dos factores: el posicionamien­to geoestratégico que pueda tener el país en la región y la amenaza que representaría para los intereses norteame­ricanos.

A partir del 11 de sep­tiembre de 2001, Afganistán se constituyó en una de las naciones de mayor peligro para la seguridad nacional de los Estados Unidos, junto a Irak, de acuerdo con la na­rrativa de la administración Bush, a partir de los atenta­dos a las Torres Gemelas y en el Pentágono.

La República Islámica de Irán, que ha mantenido una fuerte rivalidad con los nor­teamericanos desde la Re­volución Iraní de 1979, deja de ser urgencia de la política exterior estadounidense en el Golfo Pérsico en ese mo­mento.

En el abordaje estadouni­dense para tratar de auxiliar a esos “Estados fallidos” se advierte la ausencia de una visión holística, opacada por dos concepciones: la prime­ra, un punto de vista geoes­tratégico a partir de los inte­reses de los Estados Unidos en la zona, que se manifies­ta con el intervencionismo, que en el caso de Afganistán valía tanto como Irak a par­tir del ll/9, no solo porque la zona es la que produce el 50 por ciento de las reservas mundiales de petróleo, sino por el posicionamiento mili­tar en la región, pues el Gol­fo Pérsico da acceso al océa­no Índico y al Atlántico sur.

Para Estados Unidos, en segundo lugar, Afganistán tiene otros atractivos que no poseen los dos Esta­dos que ocupamos la isla La Española en el Caribe. Como ocurría con las tie­rras americanas en la épo­ca colonial, el suelo afga­no se encuentra preñado de hierro, cobre, cobalto, acero, tierras raras y litio, este último utilizado en el campo de la electrónica y para bajas emisiones de carbono.

No es casual que tras la invasión estadounidense de 2001, días después deshi­cieron sus maletas en el país de los Talibanes un grupo de geólogos de ojos azules.

La actitud de Estados Unidos y las demás poten­cias mundiales es diferen­te cuando se trata de Haití. Los aviones enviados a sacar de Kabul a todo ciudadano que quisiera salir, afgano o americano, dista mucho de la asumida con los cerca de 10 mil haitianos en las fron­teras con México, que se or­denó su deportación en vue­los especiales.

Las riquezas bajo el sue­lo afgano se calcula en 3 billones de dólares. Eso explica que solo en las úl­timas dos centurias hayan invadido los ingleses en el siglo XlX, los rusos en el XX y los norteamericanos en el siglo XXl, lo que ha costado 100 mil víctimas de civiles afganos, entre muertos y heridos, en so­lo diez años. Afganistán se conoce como el “Cemente­rio de los Imperios”.

La comercialización del opio es otro caramelo codi­ciado por las distintas fuer­zas externas e internas. Con la siembra, Afganistán se con­vierte en el mayor productor del mundo con 224 mil hec­táreas. De acuerdo con cifras dadas a conocer por la ONU y el gobierno Afgano, “el culti­vo total de opio fue el año pa­sado de un 37 por ciento más que en el 2019”.

La venta de opio en el mer­cado alcanza los 55 dólares por kilogramos, necesaria pa­ra los laboratorios de medi­camentos o para abastecer el mercado ilegal de consumi­dores. En 20 años de presen­cia militar, los contribuyentes norteamericanos financiaron la guerra con 300 millones de dólares por día, esto es 2 bi­llones de dólares.

¿Qué puede esperar Haití en la agenda de los países desarrollados que poco caso hacen a una na­ción que se desangra, que se debate en la anarquía? Claro está, Haití no tiene las riquezas de Afganistán y sí tiene mucha miseria en todo el sentido del tér­mino.

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