Cuba y Europa
Si Cuba deja de ser una excepción totalitaria en el mundo, y permite elecciones libres y multipartidistas, sin duda se acabarían las sanciones y habría ayuda para reconstruir a la nación cubana.
Cuba se ha convertido en un problema para la izquierda en todas partes. No saben qué hacer con la Isla. El Parlamento Europeo (PE), el mayor del planeta, votó una resolución en la que se condena al gobierno del ingeniero Miguel Díaz-Canel por la represión ejercida contra los jóvenes de “Patria y Vida” el 11 de julio pasado. Salieron por millares a protestar pacíficamente en unas 50 ciudades y pueblos de Cuba, ejerciendo un derecho constitucional, y el régimen, instigado por Díaz-Canel, los reprimió sin compasión. Fueron 426 votos en contra de la dictadura, 146 a favor y 115 abstenciones.
De los 146 votos a favor, casi la totalidad se escudó en el “bloqueo del imperialismo yanqui”. Ellos, y Díaz-Canel saben que esa es una excusa tonta, pero la asumen porque es la única que tienen. Primero, porque el embargo consiste, fundamentalmente, en que no es posible concederle créditos a Cuba (esencialmente porque no paga), pero el primer suministrador de comida y medicinas es Estados Unidos. Sencillamente, el embargo no es verdad. No existe.
El Parlamento Europeo está compuesto por países fundadores, como Francia y Alemania, y naciones que consiguieron sacudirse el yugo soviético que formaron parte de ese mundillo siniestro, totalitario y bárbaro. La mayor resistencia al comunismo, claro, está en ese sector. Desde los tres países del Báltico, al norte, hasta el sur de Bulgaria y Eslovenia, pasando por los checos del inolvidable Havel y los polacos de Solidaridad, donde comenzó a deshacerse el comunismo. Algunos prohíben la existencia de partidos comunistas, otros la permiten. Los comunistas hoy tratan de sobrevivir respetando las reglas democráticas y olvidando las recomendaciones marxistas de establecer una “dictadura del proletariado” durante un periodo que Marx no precisó.
Lo que queda del comunismo es un partido que persigue con saña la “desigualdad de resultados”, que cree en el gasto público como la Syriza de los griegos, y preconiza la planificación centralizada. Como esa es la receta para un fracaso anunciado, Alexis Tsipras se hundió con ella, pero dejó un ejemplo en los cuatro años que gobernó del 2015 al 2019: los comunistas, al desprenderse del leninismo, y respaldar los Derechos Humanos, son confiables y democráticos. Por eso el viejo comunismo cubano, hecho de represión y palo y tentetieso, es un grave dilema moral. Si lo apoyan es que no han aprendido la lección y son grandes hipócritas (como los comunistas de Podemos en España).
Hay una ley, firmada por Bill Clinton en 1996, llamada “The Cuban Liberty and Democratic Solidarity Act”, la ley Helms-Burton, que trata al gobierno cubano como un enemigo, que es lo que Fidel Castro quería y lo que se sintió siempre hacia sus vecinos del norte, y que tiene su fundamento en las confiscaciones sin compensaciones de 1959 y 1960.
La ley es, realmente, generosa. Si Cuba deja de ser una excepción totalitaria en el mundo, y permite elecciones libres y multipartidistas, sin duda se acabarían las sanciones y habría ayuda para reconstruir a la nación cubana. Lo dice la ley. Lo asombroso es que Díaz-Canel y la cúpula dirigente, formada por personas generalmente inteligentes, saben que o cambian el modelo político o continúan siendo unos miserables. Por eso los cubanos se lanzaron a las calles pidiendo libertad.
Más tarde, con la salida de casi dos millones de personas de Cuba, y su instalación progresiva en EE.UU, concretamente en Florida, el embargo se mantuvo como una concesión a esos Cuban-Americans, dada la tradición política norteamericana de tomar en cuenta a las víctimas para la formulación de su política exterior. (Los judíos con relación a Israel, o los negros con relación a África son buenos ejemplos). Por eso demócratas y republicanos pensaban que “los asuntos cubanos eran una cuestión de política interna” de EE.UU. Realmente, lo son.
El voto del PE ocurrió mientras Díaz-Canel estaba invitado a México por el presidente Andrés Manuel López Obrador. A AMLO le pasaron la cuenta los cubanos anticastristas que radican en México y la propia oposición mexicana. Vicente Fox (“come y vete, Fidel”), Felipe Calderón, lo que queda del PRI decente –hay un PRI decente, créanlo o no los lectores–, y el entorno de algunos intelectuales nucleados en varias revistas literarias como Letras Libres del historiador y ensayista Enrique Krauze. AMLO se lo pensará dos veces antes de volver a invitar a ese sujeto. A menos que cambie.