Cuba y Europa

Si Cuba deja de ser una excepción totalitaria en el mundo, y permite elecciones libres y multipartidistas, sin duda se acabarían las sanciones y habría ayuda para reconstruir a la nación cubana.

1) AMLO con Nicolás Maduro. 2) Vicente Fox.

1) AMLO con Nicolás Maduro. 2) Vicente Fox.

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Carlos Alberto MontanerWashington, Estados Unidos

Cuba se ha convertido en un problema pa­ra la izquierda en to­das partes. No saben qué hacer con la Isla. El Parlamento Europeo (PE), el mayor del planeta, votó una re­solución en la que se condena al gobierno del ingeniero Miguel Díaz-Canel por la represión ejer­cida contra los jóvenes de “Pa­tria y Vida” el 11 de julio pasado. Salieron por millares a protestar pacíficamente en unas 50 ciuda­des y pueblos de Cuba, ejercien­do un derecho constitucional, y el régimen, instigado por Díaz-Canel, los reprimió sin compa­sión. Fueron 426 votos en con­tra de la dictadura, 146 a favor y 115 abstenciones.

De los 146 votos a favor, ca­si la totalidad se escudó en el “bloqueo del imperialismo yan­qui”. Ellos, y Díaz-Canel sa­ben que esa es una excusa ton­ta, pero la asumen porque es la única que tienen. Primero, por­que el embargo consiste, funda­mentalmente, en que no es po­sible concederle créditos a Cuba (esencialmente porque no pa­ga), pero el primer suministra­dor de comida y medicinas es Estados Unidos. Sencillamen­te, el embargo no es verdad. No existe.

El Parlamento Europeo es­tá compuesto por países funda­dores, como Francia y Alema­nia, y naciones que consiguieron sacudirse el yugo soviético que formaron parte de ese mundillo siniestro, totalitario y bárbaro. La mayor resistencia al comu­nismo, claro, está en ese sector. Desde los tres países del Báltico, al norte, hasta el sur de Bulga­ria y Eslovenia, pasando por los checos del inolvidable Havel y los polacos de Solidaridad, don­de comenzó a deshacerse el co­munismo. Algunos prohíben la existencia de partidos comunis­tas, otros la permiten. Los comu­nistas hoy tratan de sobrevivir respetando las reglas democrá­ticas y olvidando las recomenda­ciones marxistas de establecer una “dictadura del proletariado” durante un periodo que Marx no precisó.

Lo que queda del comunis­mo es un partido que persigue con saña la “desigualdad de resul­tados”, que cree en el gasto públi­co como la Syriza de los griegos, y preconiza la planificación centra­lizada. Como esa es la receta para un fracaso anunciado, Alexis Tsi­pras se hundió con ella, pero dejó un ejemplo en los cuatro años que gobernó del 2015 al 2019: los co­munistas, al desprenderse del le­ninismo, y respaldar los Derechos Humanos, son confiables y demo­cráticos. Por eso el viejo comunis­mo cubano, hecho de represión y palo y tentetieso, es un grave di­lema moral. Si lo apoyan es que no han aprendido la lección y son grandes hipócritas (como los co­munistas de Podemos en España).

Hay una ley, firmada por Bill Clinton en 1996, llamada “The Cu­ban Liberty and Democratic Soli­darity Act”, la ley Helms-Burton, que trata al gobierno cubano co­mo un enemigo, que es lo que Fi­del Castro quería y lo que se sintió siempre hacia sus vecinos del nor­te, y que tiene su fundamento en las confiscaciones sin compensa­ciones de 1959 y 1960.

La ley es, realmente, generosa. Si Cuba deja de ser una excepción totalitaria en el mundo, y permite elecciones libres y multipartidistas, sin duda se acabarían las sanciones y habría ayuda para reconstruir a la nación cubana. Lo dice la ley. Lo asombroso es que Díaz-Canel y la cúpula dirigente, formada por per­sonas generalmente inteligentes, saben que o cambian el modelo político o continúan siendo unos miserables. Por eso los cubanos se lanzaron a las calles pidiendo liber­tad.

Más tarde, con la salida de casi dos millones de personas de Cu­ba, y su instalación progresiva en EE.UU, concretamente en Florida, el embargo se mantuvo como una concesión a esos Cuban-Ameri­cans, dada la tradición política nor­teamericana de tomar en cuenta a las víctimas para la formulación de su política exterior. (Los judíos con relación a Israel, o los negros con relación a África son buenos ejem­plos). Por eso demócratas y repu­blicanos pensaban que “los asun­tos cubanos eran una cuestión de política interna” de EE.UU. Real­mente, lo son.

El voto del PE ocurrió mientras Díaz-Canel estaba invitado a Méxi­co por el presidente Andrés Ma­nuel López Obrador. A AMLO le pasaron la cuenta los cubanos an­ticastristas que radican en México y la propia oposición mexicana. Vi­cente Fox (“come y vete, Fidel”), Felipe Calderón, lo que queda del PRI decente –hay un PRI decente, créanlo o no los lectores–, y el en­torno de algunos intelectuales nu­cleados en varias revistas literarias como Letras Libres del historiador y ensayista Enrique Krauze. AMLO se lo pensará dos veces antes de volver a invitar a ese sujeto. A me­nos que cambie.

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