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Los Lazarillos del milenio

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Homero Luis Lajara SoláSanto Domingo, RD

Observando el panorama político nacional, atestado de acusaciones a granel, muchas sin pruebas ni fundamento alguno, me uno a las observaciones del dilecto Pablo Mckinley, en su columna del portaaviones de la prensa nacional, el Listín Diario, quien después de un escrito de antología, titulado: “dictadura (del insulto) con respaldo popular”, escribió otra, intitulada: “PRM y gobierno”, recomendando que: “no insulte, argumente, debata, confronte, estudie, que la política es la guerra de las ideas para evitar la guerra de las armas”.

Estas situaciones recurrentes me han hecho valorar la importancia de la lectura para poder entender el porqué de los hechos acaecidos, incluyendo el lenguaje soez e inquisidor, sin evidencias tangibles , disparado por los francotiradores “morales” de la revolución tecnológica.

Por esas razones estoy utilizando este título de “Los Lazarillos del milenio” , inspirado en un libro que leí hace tiempo y ayuda a entender la actitud de ciertas personalidades: “La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades”, de autor desconocido, escrita en 1554.

Dicha lectura es una crítica directa a la sociedad de la época, con similitudes a lo que vivimos hoy, cuando critica con dureza a alguaciles, capellanes, escuderos y demás componentes de la sociedad, pero a diferencia de esa época, donde por temores hasta religiosos, existía la reticencia de identificar a los titiriteros, hoy en día, por la forma tan directa de telegrafiar los encargos, los títeres tienen cabezas visibles.

La vida y milagros de Lázaro González Pérez, personaje humilde, no transcurrió en un jardín de rosas, siendo hijo de un molinero ladrón que falleció cuando él apenas tenía 8 años de edad, y cuya madre se arrejuntó con otro hombre, a quien le dió un hijo, haciéndola deshacerse de Lázaro, por no tener los recursos para alimentarlo, dejando un niño a merced de la influencia de un mundo de pícaros, avaros, corruptos y cínicos.

La madre lo dejó con el oficio de ser guía de un ciego con características miserables, gran astucia y que mostró a ese niño en formación el lado amargo y torcido de un personaje que le hizo pasar muchos sinsabores que lo indujeron desde pequeño a ser el clásico sobreviviente, taimado, malicioso y vengativo . Llegando su impaciencia a un estado tal, que condujo al ciego a la roca Tarpeya, descalabrándose.

Al escapar de ese suplicio, el joven Lázaro comenzó a trabajar con un clérigo que le propuso que le sirviera como ayudante, y el mismo aceptó ilusionado, sólo por asegurar su alimentación, pero para su sorpresa, éste era más avaro que el ciego. Fue atrapado por el mismo robando un pan y le propinó tremenda paliza que lo hizo huir .

Se fue a buscar fortuna a Toledo, y su siguiente amo era un escudero, esta vez le tocó un buen hombre, pero muy pobre, y Lázaro, que en el fondo tenía buen corazón, se dedicó a mendigar para alimentar a su amo, pero la suerte volvió a abandonarlo y fueron desalojados de la casa donde vivían por falta de pago de alquiler, y de nuevo, Lázaro quedó sin amo. Por desdicha, le tocó otro amo, un fraile corrupto, promiscuo y vividor, vendedor de bulas, que se pasaba la vida engañando. Este fue uno de los capítulos prohibidos por la Santa Inquisición.

Posteriormente, Lázaro se unió a otros amos, un pintor, con el que por fin pudo comprarse ropa nueva, incluso una espada ; después con un alguacil, pero debido a los riesgos de esa profesión lo abandonó raudo.

Esperando ver luz en el fondo del túnel, le sirvió a un arcipreste de la iglesia de San Salvador de Toledo, quien le proporcionó casa donde vivir y hasta una de sus criadas como mujer, y se casó con ella, aunque se comentaba que era la amante del arcipreste. A pesar de las críticas de la gente, debido a sus vicisitudes, Lázaro reflexionó en función a sus pesares, llegando a la conclusión, por miedo a volver a padecer carencias, que la honra no nos da de comer, y eligió vivir tranquilo, creyendo ser más feliz, sin dejar esa nueva vida por nada del mundo.

Como se puede apreciar, el Lazarillo de Tormes, un clásico de la literatura universal, es un un faro para poder entender la hipocresía y el cinismo de las sociedades de todo el mundo, y de todos los tiempos, en las cuales, muchas veces, cada cual busca su canonjía, sin percatarse del daño que puede hacerse a sí mismo, a los demás y a su país .

Con una visión asombrosa, este género epistolar, ataca todos los estamentos sociales, denunciando la corrupción y la avaricia. De esa manera, el ciego presenta ante los humildes que su triste condición no lo libera de la mezquindad y la dureza de corazón . Y con el escudero, simboliza la hipocresía de las falsas apariencias, interpretando el sagrado concepto del honor como un absurdo.

En esta enriquecedora lectura se puede apreciar el envejecimiento de la inocencia, hasta alcanzar la experiencia deformada por la ausencia de valores y buenos ejemplos, utilizando el género picaresco.

Hoy en día, los “lazarillos del milenio” constituyen el prolegómeno de un “fenómeno de comunicación” preocupante, en una dominicracia donde se cruzan los linderos del respeto, y en vez de denunciar el mal, sacando ventajas a las bondades de la democracia, aportando pruebas al Ministerio Público, se desorienta por motivos económicos o venganzas y se ensañan contra gente decente que tiene una familia que sufre esas afrentas, mintiendo a un público cautivo de los medios de comunicación, en su gran mayoría desconocedor de la historia, sobre todo los más jóvenes, adictos a las redes sociales.

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