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Propaganda, publicidad y manipulación de masas

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MARIO CAMPUZANOCiudad de México / Tomado de La Jornada Semanal

En su última novela, Tiempos recios, Var­gas Llosa aborda no sólo el tema del gol­pe de Estado estadu­nidense contra el presidente de Guatemala, Jacobo Arbenz, sino el de los entretelones de la con­jura, tanto en Estados Unidos co­mo en Guatemala, generada por la búsqueda de democratización del país de los presidentes Aré­valo y Arbenz tras la Revolución cívico-militar de 1944 que siguió el modelo estadunidense de de­mocracia, y que, al dar derechos a los trabajadores, tenía un gran potencial de afectación de los intereses de la United Fruit, co­mercializadora de banano para Estados Unidos y otros países que era conocida como “el pulpo”, por su dominio sobre grandes exten­siones de tierra, la mayoría inac­tivas pero que evitaban la compe­tencia y mantenían el control del único puerto al Caribe, Puerto Ba­rrios, de la electricidad y del ferro­carril que cruzaba de un océano a otro.

Inicia la novela con el encuen­tro de “las dos personas más influ­yentes en el destino de Guatemala y, en cierta forma, de toda Centro­américa en el siglo xx… Edward l. Bernays y Sam Zemurray.

Ambos eran emigrantes euro­peos a Estados Unidos. El segun­do, un aventurero con pobre edu­cación formal que había logrado construir esa próspera y millona­ria empresa, trabajando día y no­che, sin mayores prejuicios mora­les en las formas. El segundo, en contraste, proveniente de las cla­ses educadas europeas y sobrino político de Sigmund Freud que “se jactaba de ser algo así como el Padre de las Relaciones Públicas, una especialidad que, si no había inventado, él llevaría a unas altu­ras inesperadas, hasta convertirla en la principal arma política, so­cial y económica del siglo xx”.

El primer encuentro fue en 1948, donde Sam Zemurray fue al despacho de Bernays en New York para contratarlo como director de relaciones públicas de la empresa a fin de quitarle la mala fama que tenía tanto en Centroamérica co­mo en Estados Unidos.

Edward Bernays en su libro Propaganda (1928) había escrito esta frase profética por la que,

en cierto modo, pasaría a la posteridad: “La consciente e inteli­gente manipulación de los hábitos organizados y las opiniones de las masas es un elemento importante de la sociedad democrática. Quie­nes manipulan este desconocido mecanismo de la sociedad cons­tituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder en nuestro país… La inteligente minoría ne­cesita hacer uso continuo y siste­mático de la propaganda.” Tesis que es clara negación del sentido de la democracia, pero que desnu­da la necesidad del control ocul­to de esas masas por una minoría que las manipula mediante la pro­paganda, tema que viene desarro­llándose desde inicios del siglo xx, pero que en la actualidad es el me­dio privilegiado de control social, razón por la cual el filósofo Byung-Chul Han, continuador de la obra de Foucault, la estudia en toda su profundidad y amplitud bajo la denominación de psicopolítica, propia de una etapa neoliberal-postmoderna.

En el período presidencial de Juan José Arevalo (1945-1950), producto de las primeras eleccio­nes realmente libres en Guatema­la, se promulgaron, entre otras, dos leyes que alarmaron a la Uni­ted Fruit: una ley del trabajo que permitía a los obreros y campesi­nos formar sindicatos o afiliarse a ellos, cosa no permitida en los do­minios de la compañía, y una ley antimonopolios copiada de la es­tadunidense. Por ello, el directorio decidió enviar a Bernays un par de semanas a Guatemala para eva­luar la situación.

A su regreso, en nueva reunión del directorio, planteó el peligro de que Guatemala se convirtiera en un enclave comunista, pero que conve­nía mantener y estimular esa idea en la opinión pública y los políticos estadunidenses. Y Vargas Llosa po­ne, como final de su discurso, una cínica declaración: “Pero, por para­

dójico que les parezca, su amor des­medido por la democracia represen­ta una seria amenaza para la United Fruit. Esto, caballeros, es bueno sa­berlo, no decirlo”, y además existe el peligro de que estas ideas de demo­cracia moderna se extiendan a otros países, con lo cual “la United Fruit tendría que enfrentarse a sindica­tos, a la competencia internacional, pagar impuestos, garantizar seguro médico y jubilación a los trabajado­res y a sus familias…”

El remedio: convencer a la opi­nión pública y al gobierno del peli­gro de Guatemala como un caballo de Troya de la Unión Soviética en el patio trasero de Estados Unidos, a fin de que realice una intervención drástica. ¿Quién realizaría esa deli­cada tarea? Bernays y su talento de manipulación; manipulación faci­litada por el hecho de que en Esta­dos Unidos se vivía el macartismo con su amplia persecución de todos aquellos ciudadanos de pensamien­to progresista. Fue la época dora­da de los soplones en todos los ám­bitos, hasta en el cinematográfico, donde destacaron Walt Disney y Ro­nald Reagan. La época que en apa­recían en los vidrios de las ventanas exteriores de las casas calcomanías o letreritos que manifestaban: “Este hogar es católico y anticomunista.” Debe agregarse el hecho de que en esa época se iniciaba el desarrollo de los medios masivos de comuni­cación que, por su efecto regresivo, infantilizador, aumentan enorme­mente la capacidad de influencia y manipulación de las masas. Así quedó sellado el destino imposible de una Guatemala democrática y, si bien Arévalo pudo terminar su ges­tión presidencial, su sucesor, el co­ronel Jacobo Arbenz Guzmán, que realizó una tímida reforma agraria, fue quien sufrió los efectos deses­tabilizadores de la conjura que dio lugar a la intervención de la CIA en Guatemala. Arbenz renunció antes de terminar su gestión y salió al exi­lio, pero fue cruelmente perseguido por para que ningún país le diera asi­lo, hasta que la Cuba revolucionaria concentró su atención y lo liberó de la persecución y pudo establecerse en México, cerca de su amada Gua­temala, para finalizar sus días.

Las agencias de publicidad Este fenómeno de infantilización que generan los medios de difu­sión masiva da lugar a un incre­mento de la credulidad y la emo­cionalidad en el público, lo cual inhibe el análisis racional de los contenidos. La propaganda se diri­ge a generar ciertas emociones en el público donde la racionalidad no importa y, de hecho, se utili­zan las emociones para impedir que aparezca la racionalidad.

Por eso en la propaganda po­lítica no son sustantivos los programas de gobierno, ni las posturas ideológicas, sino la ge­neración de emociones descali­ficadoras o esperanzadoras, mu­chas veces sin sustento objetivo alguno, pero eficaces para ma­nipular al crédulo público. Por eso también en el voto dominan las emociones, en vez de la ra­cionalidad sustentada en datos objetivos.

Cámbiense los personajes y situaciones de años atrás y compárense con los actuales y se comprenderán mu­chas cosas, funda­mentalmente la impor­tancia de la propaganda en la manipu­lación a fin de apoderarse, co­mo dicen los ma­nuales militares, “de mentes y cora­zones”. De mentes, que por el efecto in­fantilizador de la pro­paganda en los medios de comunicación, las re­gresa a la etapa de los ni­ños de siete u ocho años que tienen acendrada credulidad en vez de racionalidad crítica, y por una división maniquea de los personajes públicos en “bue­nos y malos”, como en las pe­lículas de vaqueros. En otras palabras, la propaganda poten­cializada de hoy incrementa sus efectos de influencia manipula­toria al actuar no sobre la mente racional, sino sobre las emocio­nes, orientándolas en un deter­minado sentido, esperanzador o desesperanzador, que influye en el actuar de los sujetos sin que ellos perciban su origen. Pero la inmediatez de los acontecimien­tos no permite todavía ir mucho más lejos.

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