La República

Enfoque

Ventura y Yolanda Reyna: vidas paralelas, punto en común

RAFAEL NÚÑEZSanto Domingo, RD

Al país le arran­caron un peda­zo de alegría con la partida física de John­ny Ventura del mundo de los vivos.

Con las muertes en menos de 15 días del “Rey del Me­rengue” y de doña Yolanda Reyna, la madre del expre­sidente Leonel Fernández, el país pierde dos íconos im­portantes de la familia domi­nicana.

Johnny Ventura fue ejem­plo de padre amoroso, artis­ta, político, abogado, empre­sario y conciliador.

Doña Yolanda Reyna es el símbolo dominicano de la madre protectora, abnega­da, trabajadora, honrada y de carácter indomable que no dejó sus hijos a la suerte.

Fueron dos noticias es­tremecedoras debido al rol que jugaron ambos en la so­ciedad dominicana. Las dos muertes ocurrieron un miér­coles y marcaron tendencias en las redes sociales.

Del percance de salud de Ventura me puso en alerta con la llamada desde San­tiago mi sobrino periodista Maxuel Reyes a las 3:18 de la tarde de este miércoles. En ese momento, el país estaba ajeno al hecho sobre el cual estaba enterado basado en fuentes de la clínica donde fue llevado el músico y ami­go, información a la que ha­bía tenido acceso Maxuel.

El cielo de Santo Domin­go se tornó nublado, mien­tras toda la tarde entris­teció con el color gris que presagiaba lo peor. Aferra­do a la idea positiva de que Johnny solo había sufrido un vahído que ameritó su internamiento de urgencia en el centro de salud donde realmente había expirado, seguí conduciendo a casa de mi hermana por la mis­ma ruta que tomo para lle­gar a la residencia de Johnny Ventura en Arroyo Hondo.

-No puede ser- pensé cuan­do me encontraba en las cer­canías del Jardín Botánico. Pero el rumor se iba propa­gando en las redes sociales a la velocidad que corrían por mi mente los pensamientos sobre aquella infortunada noticia, hasta que la llamada del cole­ga José Tomás Paulino, jefe de prensa de Telecentro, me sacó de aquella tormenta de cavila­ciones.

-Está en el Centro Médico Unión, pero hay dos versio­nes. Una cuenta de que está muy delicado y la otra de que habría muerto. Llama y confir­ma porque lo más certero a la verdad que te puedo decir es que fue ingresado por emer­gencia- le dije a Paulino.

Minutos después se confir­mó en los digitales de medios impresos lo que todos nos ne­gábamos a reconocer.

Con la muerte de Johnny Ventura se apagó la luz que mayor fulgor en el firmamen­to artístico iluminó por más de seis décadas y cuyo brillo bro­tó como volcán musical para contagiar con su ritmo y ale­gría a los millones de seguido­res que por todo el mundo, y en todo los escenarios, escu­charon su forma única de can­tar y bailar.

Al “Rey del Merengue” no se puede ver desde una sola dimensión, son múltiples. Di­fícilmente otro dominicano de su origen se pueda equiparar con Johnny Ventura.

Al ponderar su dimensión de artista, todos los domini­canos sin excepción, coincidi­mos en que Johnny Ventura es el merengue, como el pueblo lo definió y él mismo admitió en varias entrevistas. Con 106 discos grabados, galardona­do con 28 discos de oro, dos de platino, un Grammy Lati­no y un Grammy a la Excelen­cia por su trayectoria, Ventura obtuvo mas que premios, re­conocimiento de la sociedad dominicana y mundial. Ganó todos los premios que se han otorgado en República Domi­nicana.

Bajo su aura especial se formó una retahíla de músi­cos que luego trillaron su pro­pio camino, mientras por su orquesta, El Combo Show, pasaron los más diversos in­térpretes juveniles para acom­pañarle en su exitosa carrera.

Como él mismo me narró en el balcón de su residencia de Arroyo Hondo, lugar al que solía invitar a conversar a sus invitados, la mayoría de las canciones que grabó son de su autoría, no solo en las letras si­no en la arquitectura musical.

Johnny Ventura no tuvo lí­mites en su proyecto musical que permitiese dejar un nicho sin experimentar. Se mantenía actualizado de la evolución de la música, especialmente del merengue.

El país estará de duelo por siempre, pero en vez de apa­garnos en tristeza y lágrimas, Johnny nos enseñó a reír, a cantar y, sobre todo, a bailar de una forma que solo él mar­caba la clave.

Su paso por la política “El Caballo Mayor”, apodo que el pueblo le dio no solo fue un hombre que incursionó en la música, sino que lo hizo también en la política con el lí­der que fue su ídolo en el mo­mento de mayor esplendor en la vida de ambos: José Fran­cisco Peña Gómez.

En el Partido Revoluciona­rio Dominicano (PRD) se ini­ció como militante hasta al­canzar posiciones cimeras que le sirvió de plataforma para presentarse como candidato a diputado primero, que ganó, luego para la alcaldía del Dis­trito Nacional, elección esta última que obtuvo en el perío­do 1998-2002.

Con la muerte de Peña Gómez, Ventura pierde a su mentor político por lo que buscó refugio en el lideraz­go del doctor Leonel Fernán­dez, entonces líder del Partido de la Liberación Dominica­na (PLD), al que siguió en sus pasos para la fundación de la Fuerza del Pueblo, del que fue candidato a la alcaldía nue­va vez en el 2020, partido del que era de la máxima direc­ción en el momento de su de­ceso.

La última imagen que re­cuerda el país del “Caballo” es aquella donde casi se va a los puños con los gendarmes enviados por el régimen del presiente Medina a reprimir a quienes nos oponíamos a la reforma Constitucional para una segunda reelección.

Johnny Ventura tenía otros afanes en su vida: los negocios y otros proyectos empresaria­les; se hizo del título de abo­gado en la Universidad de la Tercera Edad. A los siete hijos dio mil muestras de respaldo en sus proyectos, como fue el grupo musical de dos de los varones.

Con doña Yolanda Reyna punto común A pesar de que llevaron dos vidas paralelas, uno en la mú­sica y en otras áreas, Johnny Ventura y doña Yolanda Re­yna, aparte de la admiración que esta distinguida dama le profesaba al artista, tuvieron un punto que los unía: Leonel Fernández Reyna.

Esta mujer, nativa de Ba­rahona, procreó a dos varo­nes: Leonel y Dalcio. Su vida se apagó a los 94 años cuando no tenía más fuerzas para se­guir luchando contra una defi­ciencia cardíaca, que se unió a los padecimientos de una caí­da en su casa.

Sola con las dos prole emi­gró a Estados Unidos donde tuvo que trabajar en sendos turnos laborales para echar hacia delante a Leonel y Dal­cio. La política siempre estuvo como tema de conversación en su mesa a finales de los se­senta, ha comentado su hijo que luego llegaría a ser Presi­dente en tres oportunidades.

Conocí a doña Yolanda en el año 1993 cuando su hijo Leonel ni siquiera se distinguía entre las figuras emergentes que podrían heredar el liderazgo del profesor Juan Bosch. En su casa de la avenida Lope de Vega, en La Agustina, le vi­sitaba cuando salía de la re­dacción de El Nacional.

Con la misma humildad y gentileza que le caracteri­zó me invitaba doña Yolanda a sentarme a desayunar o al­morzar en la mesa con su hijo. Con no pocas frecuencias acu­día allí a dialogar sobre políti­ca y periodismo con Fernán­dez.

Cuando su hijo se juramen­tó como presidente de la Re­pública el 16 de agosto de 1996 no pocas personas espe­raban un cambio radical en la vida social y económica de la dama. A partir de ese momen­to, construí una relación más estrecha, de complicidad en las conversaciones, pues mi posición de director de Comu­nicación me daba la ventaja de mantenerla al tanto de có­mo veía el rumbo del gobier­no y del país.

Luego, en su modesta ca­sa de Las Praderas, me con­vocaba a esos encuentros de los que su hijo se entera­ba cuando quien suscribe se lo informaba. Nunca actuó con ínfulas de ser la madre del presidente, conducta que le consta a todos los que fun­gimos como funcionarios del gobierno encabezado por su hijo.

En el segundo piso de su residencia, habilitó un espa­cio para un especie de museo en el que se guardan todas las pertenencias de Fernández desde los reconocimientos, placas, fotografías con digna­tarios y personalidades polí­ticas y académicas. Coopera­ba con ella en proporcionarle algunas cosas que solicitaba. Doña Yolanda lo hacía como aquella persona que pedía un favor, con amabilidad, humil­dad y siempre de favor.

Allí, en ese museo personal, está la Banda Presidencial que en 1996 recibió Fernández de manos del doctor Joaquín Balaguer. Esa cinta tricolor la guardó doña Yolanda con es­crupuloso celo en su casa.

Distinto a otras damas que se movieron en las cercanías del poder, doña Yolanda con su carácter firme mantuvo su humildad y no se involucró en los quehaceres de la adminis­tración pública. Nunca tomó un teléfono para llamar para un reclamo a funcionario al­guno, aunque tuviera razones para hacerlo.

La terraza de su casa de Las Praderas se convirtió en su “santuario” de audiencias perennes donde escuchaba y opinaba lo imprescindible, so­lo con el donaire de una ma­dre preocupada porque su hijo lo hiciera bien en la Presi­dencia.

A Johnny Ventura como a doña Yolanda Reyna con los que cultivé una buena amis­tad, los percibí como paradig­mas de trabajo, honestidad y bondad, en dos vidas que transcurrieron paralelas, solo unidas por un nombre: Leonel Fernández Reyna.

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