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Reminiscencias

Ñango y Carambita

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Marino Vinicio Castillo R.Santo Domingo, RD

Fueron dos personajes populares en mi pueblo de Macorís. En mi adolescencia llegué a conocerles; eran muchas las anécdotas de la pareja; al cabo de setentisiete años, en este tiempo de pandemia, evoco como personaje central a Ñango; sólo una de sus ocurrencias, que fuera la más divertida y celebrada.

Un tamborero y bailador de merengues formidable. No había fiesta del pueblo que no contara con él. Tenía una adicción al trago que lo llevaba a la borrachera, no a la molestosa del borrachón desagradable, que todos rehúyen, sino a la del humorista que verdaderamente era; sus chistes y expresiones se hicieron leyenda.

Carambita, no era músico, ni participaba en los jolgorios. Se preciaba de administrador de pequeñas fincas de propietarios ausentes, por su reconocida honradez. No se podía explicar esa amistad tan estrecha entre ellos, a menos que se tome como prueba su devoción por el Ron Puyán de entonces. La pareja era una tosca reproducción de la relación de “El Caballero de la Triste Figura” y su Sancho imprescindible. Por ahí viene el recuerdo del relato.

Una noche, Ñango dejó de tocar temprano; se fue a la humilde casa de yagua en el techo y piso de tierra en su barrio querido; al llegar, reclamó a su madre su cena, que como siempre estaría servida para su regreso. El hombre venía más prendío que un bombillo y la madre lo oyó gritar: “¡Se pueden ir, que llegó el dueño! ¡Me perdonan, mis hijas!”.

Cuando la madre asomó a la humilde mesa de comedor, notó que había olvidado tapar la cena de su hijo adorado; que un grupo numeroso de cucarachas se encargaban de disputársela. De ahí fue la expresión echándolas del plato “porque había llegado el dueño”.

El hecho es que la virtuosa madre no se pudo callar la ocurrencia, compartiéndola con el compadre Carambita, que fue a tomar un cafecito antes de irse a sus obligaciones.

Ese día dejó el viaje porque él tenía que salir con su compadre a celebrar el encuentro; bastaron tres tercias de Puyán para que Ñango estuviera puesto en las cuatro esquinas por su conversación con las cucarachas. Corrió la especie y cada quien daba una opinión diferente; todas considerando que Ñango se había excedido al compartir el alimento con un animalito tan repugnante, no sólo por sucio, sino peligroso por las enfermedades que transmite.

Ñango no negó la ocurrencia y la asumió más bien como una prueba de su bondad, porque “esos pajaritos también son criaturas de Dios”, que “él no las perseguía ni las mataba” y, al contrario, se sentía muy honrado de haber compartido sus huevos fritos y el mangusito con manteca de puerco que la vieja le había “guaidao”. El hecho es que se hizo municipal el convite y Ñango pasó gran parte de su tiempo sazonando el peculiar banquete. Pasó un largo tiempo y la gente no dejó de molestarle con sus cucarachas y adornaban con otras frases lo que él les dijo cuando las echaba.

Un día, sería del año ´45, Ñango pontificaba en el Mercado Viejo, Puyán en mano, y lo llamó don Pancho Nolasco que estaba en su farmacia, junto con su entrañable amigo don Wadí Acra, que tenía su tienda enfrente. Le dijo Don Pancho: “Total, Ñango, tu tenías razón con aquella visita que te fue a comer la cena. Dile a Wadí que te enseñe la noticia del periódico”.

Había terminado la Segunda Guerra Mundial y aparecía la descripción de las dos bombas terribles que habían arrasado dos ciudades japonesas y decía que el hombre ya tenía el arma para destruir al mundo. Eso le explicaba don Pancho a Ñango, que oía con extraña atención.

Finalmente, le leyó un párrafo de la noticia diciendo que si se llegaba a producir tal cosa por las bombas atómicas, la única vida que se preservaría era la de la cucaracha. Superviviente segura.

Se hizo repetir la noticia para armarse y salir a vengar toda la burla que le hicieron por años y dijo: “Wadí y Pancho, ustedes fueron los que se rieron de mí mucho por mi cortesía con aquellas damitas. Yo siempre dije que eran criaturas de Dios y no me creyeron. Ahí lo tienen. En la tierra el Señor las quiere más que a nosotros y el día que, con lo loco que somos, nos ´jondiemos´ más de esas bombas, serán las únicas en salvarse. Por algo es eso, caramba. ¡Qué buena noticia, Pancho!. Déjame buscar a Carambita, que voy a comenzar por ei. Y de ahora pa´lante en to´ baile ese es el tema. Se puen dis, que llegó ei dueño”. Al recordar a Ñango en este tiempo peligroso, pienso en lo simpático y hasta profundo que resulta el pronóstico de supervivencia. ¡Qué lección duerme acaso debajo de esas cosas! Así como llegan los virus, llegan las muertes; el hombre no sabe qué hacer con el diminuto e invisible enemigo, pero ya saben que ese pajarito que tanto nos repugna, la cucaracha, tiene un destino mejor si es que estos hombres locos deciden destruirse.

Carambita, cuando le dio la noticia, dijo: “Uté tá má contento que ellas, como si se fuera a salvar.” Y Ñango respondió: “¡Quién sabe!”

Ñango se fue de la vida convencido en su humildad de que en todo aquello había misterios. Y yo lo recuerdo con amorosa nostalgia de mi adolescencia.

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