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La mejor película sobre periodismo de la historia

El 9 de abril de 1976 se estrenó en los cines estadounidenses la película protagonizada por Robert Redford y Dustin Hoffman sobre el escándalo de Watergate.

El orgullo siem­pre precede a la caída, está escri­to en la Biblia. La política y el poder nos han dado muchos ejemplos en línea con esta verdad, incluso en tiempos recientes. Sin embargo, mu­chos años después, el caso Watergate sigue siendo insu­perable por su impacto his­tórico, por sus consecuencias políticas, por cómo derribó todo un sistema de poder y a su líder: Richard Nixon, el 37º presidente de los Esta­dos Unidos. Dick el trampo­so, Dick el estafador, éste fue el apodo que siempre acom­pañó a este político astuto, inteligente, incansable, ani­mado por una total falta de escrúpulos y vengativo más allá de todo límite.

Todos los hombres del presidente, estrenada hace 45 años, era una película so­bre él, sobre el hombre que destruyó el vínculo de con­fianza entre el pueblo y la Casa Blanca, sobre el subver­sivo del Despacho Oval. Nin­guna otra película, ni Nixon, de Stone, ni El desafío: Frost contra Nixon, de Howard, ha mostrado con tanta clari­dad quién era este hombre. Esta película fue trascenden­tal por ser casi contemporá­nea a los acontecimientos históricos que trataba, gra­cias al guion laberíntico pero hipnótico de William Gold­man y a la extraordinaria dirección de Alan J. Pakula. Todos los hombres del pre­sidente nos llevó al interior del sistema de poder, la vi­sión del mundo y la política de uno de los políticos esta­dounidenses más peligrosos de todos los tiempos.

Robert Redford fue el deus ex machina de la pe­lícula. Había convencido a Bernstein y Woodward pa­ra que escribieran un libro sobre el asunto Watergate, publicado en 1974, había comprado los derechos, con­vencido a Warner Bros. para que financiara el proyecto, que resultó ser largo, com­plicado y lleno de incógnitas.– dirigidos por un líder para el que la única verdad era su verdad. Nixon estaba en un período muy infeliz en sus relaciones con la prensa. El escándalo de los Papeles del Pentágono le hizo salir per­dedor, el Tribunal Supremo confirmó en 1971 el princi­pio de que la prensa es inde­pendiente del poder político.

Al cabo de unos meses, la prensa iniciaría ese viaje ha­cia la verdad, que revelaría al mundo lo que se escondía detrás del CREEP, el Comité Republicano para la reelec­ción de Richard Nixon.

Casi más un documental que una película, totalmente dedicada a la incisión de los hechos, la película de Paku­la se basó totalmente en los dos protagonistas. Incansa­bles, hábiles improvisadores, sabuesos más dotados de pa­ciencia que de genio, todavía hoy son los periodistas más creíbles que se hayan visto en una película. Al fin y al ca­bo, Redford y Hoffman pasa­ron semanas en la redacción del Post, para entender lo que significaba ser reporte­ros, persiguiendo la verdad en cada momento del día.

Lo que hace que la pelí­cula sea siempre relevan­te es precisamente esto: lo importante que es para una democracia tener su “perro guardián” en el periodismo, para garantizar su indepen­dencia, su total alejamiento de cualquier influencia ex­terna, incluso la más apa­rentemente benévola. Algo

que en Italia siempre ha si­do más único que raro, y hoy aún más. Pero también era un problema de la prensa es­tadounidense más liberal de aquellos años, que se había dejado hechizar por el en­canto de los Kennedy.

Nixon sólo aparece en imágenes de archivo en la película, apenas se le men­ciona, y sin embargo planea como una sombra, un gigan­tesco Leviatán, a lo largo de los 138 minutos de este pa­seo por su reino.

Cuanto más tiempo pa­saba, más su máquina de espionaje, corrupción y sa­botaje montada con la cola­boración de elementos de la CIA y del FBI, mostraba su cara, su naturaleza de infec­ción dentro del cuerpo de un país que ya luchaba herido por Vietnam y por un conflic­to feroz.

Pocas películas tienen una intimidad tan fuerte con el concepto de tensión y sus­pense, pocas han dado es­cenas tan icónicas como el diálogo en el aparcamiento entre Redford y esa “Gargan­ta Profunda” que no era otra que el ex subdirector del FBI Mark Felt. En ese momento, la película no podía ser aún explícita, iluminando la lu­cha subterránea entre la Pre­sidencia y otros sistemas de poder, recalcitrantes al ab­solutismo sin escrúpulos de Dick el tramposo. La iden­tidad de Garganta Profun­da permanecería en secreto hasta 2005. Pero esa esce­na, esa voz en la oscuridad que guía a Woodward ha­cia la verdadera naturale­za de la presidencia, no ha perdido nada de su poder 45 años después. Todo lo que es el periodismo que se adentra en secretos inconfe­sables, para tratar de revelar lo que tantos colegas de Wo­odward, entre ellos muchos italianos, pagaron con su vi­da. Pero también hay algo más, se adentra en lo filosó­fico, abarca el Mito de la Ca­verna de Platón, que al fin y al cabo es de lo que hablaba hace siglos: encontrar la ver­dad, el conocimiento, liberar a la humanidad de la oscuri­dad del olvido.

Fue lo que hicieron Berns­tein, Woodward y el Was­hington Post, cuyo resulta­do final fue obligar a Nixon a dimitir, algo que el final nos da al superponer la jura de Nixon con los dos reporteros golpeando incansablemente las teclas. Poco después, un teletipo enumera fríamente los acontecimientos poste­riores, la destitución, la ren­dición de Nixon, el nombra­miento de Gerald Ford.

Todos los hombres del presidente hasta el día de hoy puede reclamar una centralidad absoluta en la historia del séptimo arte, tanto estéticamente como por su dimensión de traba­jo comprometido y militante sin dudarlo.

Pero, ¿cuál es el papel del periodista hoy en día? La verdad y la mentira a menu­do se superponen, a menu­do es difícil separarlas, el pe­riodismo en todas partes se ha vuelto cada vez más ten­dencioso, cada vez menos conectado a la búsqueda de la verdad. Internet y las re­des sociales han dificultado enormemente el trabajo de los periodistas actuales. Es­tados Unidos acaba de salir de un ataque al Congreso, de cuatro años dominados por un presidente no me­nos mentiroso y subversivo de lo que fue Nixon. Trump ha tenido el mismo despre­cio por los medios de comu­nicación, por el papel del pe­riodismo en la política y en la sociedad, ya que Nixon propugnó una narrativa al­ternativa con la que intentar subvertir la realidad de los hechos para su propio uso.

Sin embargo, 45 años des­pués, esta película nos re­cuerda que la información neutral, basada en la investi­gación de los hechos y la in­formación, es lo que más nos protege de que la política se convierta en un arma para las ambiciones personales tóxicas.

Los Woodward y Berns­tein de hoy se llaman Chris­tiane Amanpour, Anderson Cooper, Hu Shuli... ellos también tienen que lidiar con “Gargantas Profundas” y muros de silencio, y ellos, como cientos de otros, ob­tuvieron de esta película, la imagen de lo que querían y soñaban ser: los vigilantes de la democracia.cm Casi medio siglo después, Todos los hombres del pre­sidente se considera hoy un tótem cinematográfico de la guerra entre el poder y la in­formación, un retrato histó­rico de los Estados Unidos de aquellos años y, sobre todo, una imagen realista, com­pleta y libre de toda retórica de lo difícil, peligroso y ago­tador que es el trabajo de pe­riodista. Ocho nominaciones al Oscar, dos estatuillas pa­ra el guión y para Jason Ro­bards, que interpretaba al editor jefe Ban Bradlee, un éxito casi unánime de públi­co y crítica, tanto que el pro­pio título se ha convertido en patrimonio común, siendo mal pronunciado, reutiliza­do, memorizado.

Todos los hombres del presidentees una película profundamente inquietante, a menudo aterradora por el mundo de oscuridad y cons­piraciones en el que guía al espectador, siguiendo los pa­sos de dos jóvenes periodis­tas que hasta ese momento no eran nadie. Todo comien­za con la detención de cinco hombres en la sede del Parti­do Demócrata en Washing­ton, en el complejo Water­gate, el 17 de junio de 1972. Bob Woodward (Robert Re­dford) y Carl Bernstein (Dus­tin Hoffman) son dos jóve­nes reporteros del Post. En parte por accidente, en par­te porque reciben la ayuda de su redactor jefe, los dos quedan para cubrir lo que se convertirá en el mayor es­cándalo político de la histo­ria. A medida que pasan los minutos, se encuentran den­tro de una gigantesca tela de araña hecha de pistas, silen­cios, falsas pistas, donde el código del silencio que atra­viesan se convierte poco a poco en el mejor rastro a se­guir para llegar a la verdad, que tiene un nombre muy sencillo: subversión.

De eso hablaba, y sigue hablando hoy, Todos los hombres del presidente, de hasta qué punto Estados Uni­dos había quedado en ma­nos de un grupo de hombres ávidos de poder, completa­mente ajenos a los conceptos democráticos más básicos,

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