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Hay que recuperar el reportaje

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ALBERTO DI LOLLIMadrid, España

Yo creo que el Papa dio en el clavo con una lucidez impre­sionante. El periodis­mo ha dejado de ir a la calle a ver lo que pasa. Nos he­mos creído que dictamos senten­cia desde las redacciones determi­nando los intereses de la gente y eso no es verdad. La gente tiene su vida y sus preocupaciones coti­dianas y tienen poco que ver con lo que nosotros contamos muchas veces. Criticamos la política aleja­da de la vida de las personas, pero

nuestro periodismo también está muy alejado. Hay que ir afuera, entrar en la vida cotidiana de la gente. Recuperar el reportaje. De­jar de hablar de nosotros mismos. Dar menos nuestras opiniones y contar más lo que les pasa a otros. Estar atentos a los más débiles, a los que no tienen voz. Denunciar las injusticias, sin descanso, por encima de todo. Seguir contan­do el sufrimiento de quienes son víctimas de guerras, hambre, en­fermedad, violencia,… aunque estén lejos, aunque ya no sean noticia.

Y hemos dejado de salir a la rea­lidad por varias razones: en pri­mer lugar, porque un periodista que está en una redacción hacien­do las cosas por teléfono es más barato y produce más noticias que uno que sale fuera y pierde el tiempo necesario en ver las co­sas y reflexionar para contarlas. También porque salir a buscar co­sas es más incómodo que recibir teletipos y transcribirlos. Y tam­bién porque el periodismo vive al dictado de los poderosos muchas veces, atendiendo a sus intereses. Y también hemos dejado de salir porque tenemos mucho ego. Te­nemos que volver a recordar que no somos nosotros los importan­tes, sino el mensaje y las personas de las que hablamos.

Hoy en día hay más noticias que nunca, pero también hay mu­cho ruido y poca información. La gente tiene a su alcance muchos datos y sin embargo, parece que cada vez estamos menos infor­mados o nos importa menos lo que les ocurre a otros. Nos hemos acostumbrado a señalar con el dedo buscando culpables o ene­migos, a dar opiniones en calien­te sin darnos el tiempo y el silen­cio necesarios para reflexionar y ponderar las cosas. Nos hemos ol­vidado de la dimensión pedagógi­ca y la responsabilidad social que tiene nuestro trabajo. Y hemos ol­vidado nuestra dimensión peni­tencial, el servir de espejo a la so­ciedad para ayudarle a revisarse, a cambiar y trabajarse en sus fla­quezas. Nos hace falta a los pe­riodistas crecer en humildad, es­cucha, paciencia y compromiso para denunciar lo injusto».

Durante el confinamiento yo no he pisado todo el suelo que me hubiera gustado, ni tampoco to­do lo que hubiera sido necesario. Se han quedado muchas cosas por contar. Y se siguen quedando porque se va perdiendo el interés. Ha habido muchos impedimen­tos por parte de las administracio­nes varias para controlar la infor­mación, para no dar acceso. Y eso no es bueno, no contribuye a que seamos una sociedad adulta, ma­dura, consciente de su sufrimien­to y de sus debilidades. Y la cons­ciencia del hoy, es el primer paso para la construcción de cualquier porvenir. Es difícil que nos haga­mos mejores como sociedad si ca­minamos con una venda en los ojos.

De lo que yo he visto, me ha im­presionado sobre todo el trabajo incansable de la gente que pelea­ba en primera línea. Sobre todo los sanitarios, haciendo jornadas eternas, dejándose la salud, de­jando a sus propias familias, yen­do infinitamente más allá de su obligación y por supuesto de sus jornadas y de lo que su salario les obliga. Trabajando contra el virus, pero también contra el cansancio, contra la tristeza, contra el agota­miento mental, contra el miedo y contra el desánimo. Y también el trabajo de otras personas que han pasado más desapercibidas: ente­rradores, policías, bomberos, per­sonal de limpieza… que traba­jaron mucho y a veces en tareas invisibles, pero lo hicieron con una vocación de ayudar digna de admiración».

Hay muchas fotos que me gus­taría haber hecho… Me gusta­ría que nos hubieran dado acce­so a los hospitales y las morgues con más liberad. Me gustaría ha­ber podido entrar en la morgue del Palacio de Hielo de Madrid, a contar el trabajo que estaban ha­ciendo funcionarios y militares con un inmenso respeto para ga­rantizar el velatorio y la custodia de los cuerpos. Algunos se iban llorando a casa y nadie ha conta­do lo que han hecho allí, nos he­mos quedado con una imagen pa­sada bajo mano de un montón de ataúdes almacenados. Pero allí hubo una entrega y una implica­ción personal muy grande. Y no se ha visto.

Tuve la suerte hace poco de que en un hospital me dejaron es­tar 24 horas acompañando una guardia yo solo. Sin nadie que me controlara. Iba por los pasillos en­trando y saliendo de las unidades a placer. Y creo que fue un buen trabajo, responsable y respetuo­so. Al contrario de lo que pueda parecer, cuando nos dejan hacer nuestro trabajo y nos dan esa con­fianza, el resultado suele ser muy gratificante para los protagonis­tas de las historias. También es verdad que esa confianza hay que ganársela, con el trabajo de todos los días, siendo responsables has­ta en los más pequeños detalles. Teniendo empatía con los que te­nemos ante nosotros. A veces hay que renunciar a contar algo, pa­ra ganarte la confianza. Yo por ejemplo, al inicio de la pandemia, pude entrar a una sala de urgen­cias desbordada, porque me in­vitó la jefa de la unidad a pasar y le dije que no, porque no tenía el permiso y le iba a meter en un lío. ¡Y entonces nadie había entrado todavía a un hospital a hacer fo­tos! Hubiera sido una buena ex­clusiva, pero también nos habría impedido entrar más adelante con sosiego y confianza para po­der profundizar en el trabajo que se estaba haciendo, como lo he­mos hecho».

¿Una foto pospandemia? En septiembre me hizo mucha ilu­sión hacer fotos del primer día de vuelta a los colegios, estuve en el de mis hijas y fue una explosión de alegría. Desgraciadamente, la pospandemia va a ser mucho más triste. Salimos pasando una pá­gina que no hemos querido leer. No hemos cambiado lo impor­tante y salimos peores como so­ciedad. No hemos aprendido que tenemos que ganar en correspon­sabilidad como miembros de una sociedad. Que tenemos que redu­cir, que cambiar nuestro estilo de vida. Que tenemos que dejar de guiarnos por el consumo de cosas y por el beneficio desorbitado, por la esclavitud del dinero. No he­mos aprendido que tenemos que escucharnos más. Nos quejamos mucho más de lo que damos gra­cias, y tenemos muchos motivos para vivir agradecidos. Que tene­mos que reforzar la sanidad y la educación, porque son el cuidado de nuestro cuerpo y nuestra alma. Así que mi foto pospandemia es una foto mucho más triste y me­nos esperanzada que la prepan­demia.

Y si hablamos del periodismo, creo que la foto no es mucho me­jor tampoco. Los periodistas te­nemos un cansancio acumulado y necesitamos tiempo y distan­cia para reconocer lo que ha ocu­rrido. Como sociedad, no hemos comprendido lo importante que es estar bien informados. Para no ser engañados. Pero también para poder reflexionar y corre­gir el rumbo cuando no vayan las cosas como deberían ir. La gente mayoritariamente no está dispuesta a gastar dinero en es­tar informada. Y un periodismo barato no es un buen periodis­mo, porque no permite dedicar el tiempo necesario a las infor­maciones y porque no permite la fortaleza y la solvencia necesa­rias para poner sobre la mesa de­terminadas cuestiones.

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