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Enfoque

¿Y qué del fascismo?

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Jonathan D’Oleo PuigSanto Domingo, RD

En respuesta a comenta­rios que re­cibí a raíz de mi artículo anterior titulado “Sutile­zas de la izquierda”, en esta entrega me dispon­go a argumentar que el comunismo y el fascis­mo son caras de la misma moneda. “Pero son ideas que van en direcciones opuestas”, dirán algunos. Ciertamente, se dirigen en direcciones opuestas, pero ambas salen y en­tran por la misma puer­ta. La puerta principal del laboratorio de ideas fabricadas que argumen­tan que la vida surge de la macro-evolución, de la dinámica existencial donde un gusano se pue­de convertir en un ser hu­mano a medida que este, en el tiempo, va “evolu­cionando”.

Antes de salir por esa puerta y divergir por di­ferentes sendas, el co­munismo y el fascismo acuerdan correr hacia extremos opuestos, yen­do por el mundo a propa­gar sus venenos; venenos que, aunque difieran en color y en sabor, tienen la misma composición que disfraza a la menti­ra de verdad con el ob­jeto de engañar y poder acumular. De esa mane­ra al público distraen ha­ciendo creer que ellos, los fascistas y los izquierdis­tas, son enemigos acérri­mos cuando en verdad son hermanos entraña­bles, hijos del mismo pa­dre, del que engaña des­de siempre con pericias vituperables.

De buenas a primeras el socialismo y el fascis­mo corren en direcciones opuestas hacia los extre­mos, pero los extremos, como sabemos, al final se unen, se abrazan y la ver­dad delatan. De hecho, si Carlos Marx fue el que co­rrió hacia la izquierda con la idea darwinista de evo­lucionar hacia la sociedad perfecta, su compatriota, el alemán Friedrich Nietzs­che, corrió hacia la dere­cha con la misma idea ex­presada de otra manera. Si por un lado Marx argumen­tó que la dictadura del pro­letariado había de ser el ve­hículo principal a través del cual la sociedad debía evo­lucionar, Nietzsche postuló que la élite intelectual debía ser la punta de lanza en la evolución de la especie hu­mana como tal. Específi­camente, Nietzsche habló de la evolución del ser hu­mano hacia una especie de “superhombre” que supe­raría en fortaleza, intelec­tualidad y productividad a sus contemporáneos del si­glo XIX. Según él, este “su­perhombre” superaría a sus contemporáneos, así como el hombre es superior al gu­sano.

La fuente de la cual Nietzsche bebía para ela­borar esta idea de “progre­so y mejoramiento” era la darwinista, naturalmen­te. Nietzsche, de hecho, vino al mundo en tiem­pos de Darwin y de Marx. Vivió unos sesenta y seis años, del año 1844 al año 1900. Sus ideas inspiraron y, lamentablemente, con­tinúan inspirando a mu­chos en derredor del mun­do. Entre sus adeptos más sobresalientes del siglo XX está, por un lado, Marga­ret Sanger, la fundadora de Planned Parenthood, la clínica abortista estado­unidense que desde la le­galización del aborto en la década de los 70 ha eje­cutado a más de 44 millo­nes de bebés (En Repúbli­ca Dominicana, cabe decir, que dicha clínica opera en el país bajo el nombre de Profamilia). Por otro lado, Adolfo Hitler, compatrio­ta de Nietzsche, abrazó el concepto del superhom­bre y lo llevó a la práctica haciendo de la eugenesia una política de Estado y el exterminio de más de 6 millones de judíos uno de los crímenes más ruines que la humanidad, a tra­vés de su historia, ha ates­tiguado.

Según Nietzsche, la evolución es un esfuerzo que corre sobre las rue­das de la fuerza de volun­tad para mejorar (Scho­penhauer), para aumentar los grados de complejidad, diversidad, multiplicidad y creatividad. A través de ese esfuerzo, de acuerdo a esta escuela de pensa­miento, el superhombre logrará plena maestría so­bre su vida y sobre su inte­lecto para así materializar, sin escollos, su actividad creativa. Sin embargo, más de cien años han pa­sado desde que Nietzsche articuló esas ideas y si bien es cierto que hemos avan­zado tecnológicamente, no podemos decir lo mis­mo en términos morales. Más aún, no es verdad, co­mo argumenta Nietzsche, que la tecnología llevará al hombre del futuro a “evo­lucionar” de modo tal que

llegue a ser tan superior al hombre actual, así como el hombre actual es superior al gusano. Pues valiéndo­se de avances materiales e intelectuales el hombre no podrá detener la muerte que es, sin dudas, el esco­llo más formidable y deter­minante que tiene el hom­bre junto al pecado que es, de hecho, lo que la causa. Para resolver ese proble­ma que tiene la humani­dad entera necesitamos no a un “superhombre”, sino a Dios quien, en Jesucristo, tomó la forma de hombre para vencer al pecado en la carne y resucitar de los muertos con el objeto de salvar y restaurar a aque­llos que se arrepintieran del mal y aceptaran su re­galo de vida eternal.

Irónicamente, Nietzsche construyó su cosmovisión filosófica sobre el postula­do “Dios está muerto”. Arti­culó el mismo tomando co­mo base el darwinismo que plantea que el hombre vino a ser sin la intervención del Creador Dios. Sin embargo, ese postulado no se corres­ponde con las dinámicas existenciales que observa­mos a diario; dinámicas en las cuales vemos que toda creación tiene un creador que la creó con un fin espe­cífico; con un propósito in­trínseco. En ese orden de ideas, todo lo creado debe regirse por parámetros de­terminados por su creador. Y de eso, precisamente, fue de lo que Darwin, Nietzs­che, Marx, Sanger, Hitler, Stalin y muchos más se han querido zafar. De obedecer las exigencias morales de un Dios santo, soberano y perfecto. Por eso, Nietzsche utilizó como fundamen­to el postulado “Dios está muerto”. Mas, a diferencia de Dios que creó al mundo con la palabra de su poder, Nietzsche no pudo ocasio­nar lo que su boca insolente declaró con tanta vehemen­cia. Sus ideas, de hecho, lo llevaron a la demencia. Fi­nalmente, en agosto de 1900 Nietzsche murió y, al día de hoy, continúa muer­to. Dios, por su parte, ES, así como se lo dijo a Moisés en el Monte Horeb. Él sim­plemente ES, pues nunca ha dejado de ser, así como nunca vino a ser, pues siem­pre ha sido, desde la eterni­dad pasada y por los siglos de los siglos, amén.

El autor es economista. Email jd@doleoanalytica.com

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