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Cuando los niños se olvidan de leer

Antes del Covid 19, el 40 por ciento de los estudiantes faltaba a clases por falta de agua, comida, etc. Después de un año con los colegios cerrados, los alumnos tienen que agudizar el ingenio si quieren continuar aprendiendo. Aquí se expone el ejemplo de la Venezuela actual.

Seliandry Rodríguez recibe instrucciones por WhatsApp y como puede le enseña los números y vocales en casa a su hija de tres años. No ha querido llevar a la pequeña a sesiones con la maestra, porque teme el contagio con el virus. (FOTOS: DANIEL HERNÁNDEZ)

Seliandry Rodríguez recibe instrucciones por WhatsApp y como puede le enseña los números y vocales en casa a su hija de tres años. No ha querido llevar a la pequeña a sesiones con la maestra, porque teme el contagio con el virus. (FOTOS: DANIEL HERNÁNDEZ)

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FLORANTONIA SINGERCaracas, Venezuela

Zambrano cami­na por la capital la mañana de un jueves de marzo con cuatro com­pañeros después de salir del li­ceo a donde fueron a averiguar cómo harían las pasantías con las que deben graduarse. Vis­ten su uniforme escolar; frus­trados.

En un año casi no han hablado con sus profesores, no tienen internet en casa y ni si­quiera señal de móvil para ha­cer una llamada. Han quedado en el agujero negro de la desco­nexión en Venezuela. Además, deben recorrer los bancos du­rante toda una semana para sa­car dinero en efectivo y poder pagar un viaje en transporte público hasta su escuela en un país en hiperinflación donde el 96% de su población está su­mida en la pobreza, de acuer­do con la última medición de la Encuesta de Condiciones de Vi­da del Venezolano.

La educación a distancia en Venezuela es a la distancia de un abismo. La carrera de obs­táculos que deben sortear Zam­brano y sus amigos es el lugar común en el sistema escolar, que desde hace un año no ha reabierto las aulas y todavía es­tá lejos de hacerlo. El Gobier­no de Nicolás Maduro decretó la suspensión de clases incluso antes de que se detectaran los primeros casos de coronavirus en el territorio. Abruptamen­te, uno de los países con la co­nectividad más lenta de la re­gión, en el que seis de cada 10 personas no posee un móvil —según cifras de la Comisión Nacional de Telecomunicacio­nes— y donde varias regiones pasan varias horas al día a os­curas por los apagones, pasó a educarse a través de un inter­mitente WhatsApp, clases gra­badas que transmiten en la te­levisión estatal y centenares de fotocopias de guías que los padres recogen en los colegios quincenalmente y, a veces, no pueden pagar.

Pandemia más emergencia Con una propagación inicial ralentizada por la propia crisis del país —la poca conectividad aérea y una agravada escasez de combustible redujeron la movilidad y, por tanto, el contagio de coronavirus—, un año después la epidemia empieza a mostrar los dientes con un incremento ve­loz de los casos. Aunque el Go­bierno primero anunció un regre­so semipresencial a las aulas para el mes de abril, el pasado 22 de marzo Maduro dijo que no habrá vuelta a las clases presenciales y decretó un nuevo confinamiento debido a la detección de las nue­vas variantes más contagiosas del virus.

La vacunación es incierta. Pero la covid-19, en realidad, es lo de menos. La pandemia encontró al país en emergencia humanitaria. Esta condición previa también ha hecho que sea un espejismo la vuelta a clase en escuelas que no tienen agua para garantizar el la­vado de manos y cuando los pro­fesores han desertado en ma­sa porque reciben menos de un dólar al mes de salario. Según la Federación Venezolana de Maes­tros, más del 40% de los docen­tes del país ha renunciado en los últimos años. Muchos han apro­vechado la educación a distan­cia —que se ha limitado al envío y corrección de deberes— para emprender en otros oficios para poder sobrevivir.

La hija de tres años de Selian­dry Rodríguez, de 29, empezó su educación en esas condiciones. Su madre recibe instrucciones por WhatsApp y como puede le enseña los números y vocales en casa. No ha querido llevar a la pequeña a sesiones con la maes­tra porque teme el contagio con el virus. En la misma casa estu­dian los dos hijos de su herma­Carolina Castelin, que dice que no ha encontrado la manera de explicarle al más grande qué son los mestizos, los zambos y los mulatos, asignaciones de quinto grado sobre la historia del descu­brimiento de América.

En el estrecho corredor de acce­so a la casa, ubicada en el barrio La Lucha en el este de Caracas, es­tá la cocina, una nevera y el mue­ble en el que se apilan los cuader­nos y materiales para la tarea, unas ollas y la licuadora. Las her­manas, ambas desempleadas, han diseñado piezas para apoyar el aprendizaje de sus hijos, hasta el punto de que terminan haciéndo­les los dibujos en los cuadernos. Rodríguez tiene algo de experien­cia porque estudió ocho semestres de Educación Preescolar, aunque hubo de retirarse hace dos años “por la situación país”: no tenía dinero para pagar el transporte hasta la universidad, que le que­daba a dos horas de casa.

Mientras espera a que comien­ce una sesión en Google Meet, que al final fue suspendida sin mayores explicaciones, Mattias Gasper, de 11 años, cuenta que él era muy bueno en Matemá­ticas, pero eso cambió repen­tinamente. “Creo que la maes­tra desapareció después de que comenzó la pandemia, no supi­mos más durante todo el último lapso y mi mamá es muy mala con los números”, explica.

Gasper estudia en un cole­gio privado que desarrolló una aplicación para poder imple­mentar un aula virtual. Podría ser un afortunado, pero la cri­sis también lo ha alcanzado. Su madre, Karla Franceschi, le comparte su ordenador portá­til del trabajo por las mañanas para que pueda estudiar, pero dice que está ahorrando para el tutor y la terapia que necesitará su hijo para superar este año de desaprendizaje y estrés. Lo ha dado todo por perdido.

La lógica rota

“En Venezuela hubo una ruptu­ra en la lógica del aprendizaje en un momento clave del año esco­lar, cuando estaba por finalizar”, explica Olga Ramos, especialista en políticas públicas del Observa­torio Educativo de Venezuela. “No se pudieron cerrar los procesos de aprendizaje y lo que ha ocurri­do en muchos casos es desapren­dizaje, aprendizajes incorrectos y acumulación de deficiencias. Hay lecciones que solo pueden ser pre­senciales y se siguen postergan­do”. Dos grados escolares han que­dado trastocados por la pandemia: el que terminó abruptamente en junio y el que comenzó en octubre pasado en casa, sin tener las condi­ciones para implementarse a dis­tancia.

Ramos dice que es difícil saber las consecuencias que esto tendrá en el futuro, pero de entrada ase­gura que la desigualdad ha gana­do terreno. “Donde había mejor conexión, el estudiante tuvo ma­yores capacidades para aprender”, dice. “Las escuelas, al estar disemi­nadas en casi todo el país, permi­tieron que los venezolanos apren­dieran independientemente de sus condiciones de vida. Ahora, de sus condiciones de vida dependerá su desarrollo”.

En La Cruz, otro barrio caraque­ño, la maestra Socorro Medina ha visto cómo a los niños se les ha ol­vidado leer. En su casa, en una ha­bitación de tres por tres metros, funciona desde hace años un aula con pupitres, pizarra y biblioteca en la que atiende de seis a 12 ni­ños de todas las edades y en todas las materias. En la pandemia ha te­nido mayor demanda. En un mo­mento está con números romanos, pasa a la propiedad conmutativa y luego al uso del that y el this, eso y esto en inglés.

Medina tiene más de 20 años de experiencia y da clases en una es­cuela subvencionada por el Esta­do donde gana 2,5 euros al mes. Cuando comenzó la pandemia, su esposo, que trabajaba de me­sonero, quedó sin empleo. “Tuve que convertir lo que me gusta en mi sustento”, dice. Ahora, por ca­da estudiante que recibe en su ca­sa cobra un dólar al día, apenas 83 céntimos de euro

La Cruz es el barrio donde la maestra Socorro Medina ha montado su escuela. Ella ha visto cómo a los niños se les ha olvidado leer.

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