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Reminiscencias

Héctor, ¡cuánto te recuerdo!

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Marino Vinicio Castillo R.Santo Domingo, RD

Se ha dicho siempre que los abogados tenemos una forma de pensar especial. Llegué a conocer una monografía entretenida que tocaba el tema ampliamente. Si se admite ésto, hay que hacer algunas reservas; el debate es una experiencia inherente al derecho; son muchas las exigencias de la participación de la lógica, porque hay que convencer a otros, los Jueces, de las razones que se aleguen.

Es conveniente considerar que se enfrenta mucho a una masa de hechos y circunstancias que desarrollan habilidades para la interpretación; de ahí nace la condición de indócil para admitir pura y simplemente lo que se le propone. Las malas noticias, fake news, tienen, por ejemplo, una mala fama, indefendible. Degrada a quien las propala; confunden a la buena gente de la etnia ingenua; son una perniciosa perturbación social.

Sin embargo, al abogado les pueden convenir, no porque las genere ni se beneficie de su contenido fementido, sería vulgar mentira, sino por los cuestionamientos que se hacen: ¿Por qué se publica esta falsedad? ¿Quiénes están detrás de esta mentira propalada? ¿A cuáles móviles obedece este engaño tan artero? Busca debilidades en quien se vale de fake news.

Tuve el honor y la alegría de haber sido amigo entrañable del abogado más completo y formidable de todos los tiempos, de nuestro país, Héctor Emilio Sánchez Morcelo. Lo tuve como adversario, o compañero de tribuna; todavía me vuelve el asombro al recordar sus intervenciones. Me enseñó mucho aquel portento de la defensa penal.

Para él no había abrojos ni malas noticias surgidas del caso; las vencía con sus recursos dialécticos infinitos. Su comprensión de dónde estaba la verdad escondida en el debate, su elocuencia a grupas de una técnica impecable, expresada con la fascinante fluidez de su discurso, eran rasgos que brotaban de su enorme cultura; de su índole de abogado de raza suprema.

Fue una lástima que sus defensas no se grabaran ni se pudieran llevar a escritura. Él se hombreaba de igual a igual con el anaquel, nido de sabiduría.

Nos queda el recuerdo para el relato de sus hazañas forenses. Hoy lo recuerdo como nunca antes.

Estaba ya en lecho de muerte y me recordaba consejos que me diera, como reprimenda: “Te fuiste a la política buscando causas nobles que defender; prepárate para sobrevivir desengaños; no respondas ataques; te has abierto tantos frentes que te pueden sacrificar desde cualquier lado; perdiste la serenidad enérgica del debate penal y la tribuna política te apasionó en demasía; alégrate de los ataques y de las falsedades con que te han pretendido herir; no respondas; le están tirando al fantasma irreal que han creado; tú no eres nada de lo que ellos dicen; has sido otra cosa y “será del tiempo la ardua sentencia”. “Tengo pendiente lo de la Asociación de Abogados de Santiago.” Me dijo “¿Y cuál sería el tema?” Le respondí: No tendrás tema; serán los colegas quienes expresarán lo que quieren oír. Con una sonrisa triste dijo: “¿Tú no temes que me apague? Eso está muy abierto, los bríos no son los mismos.” Héctor, la propuesta no es mía. Ellos quieren abrevar en tu fuente.

Pasaron unos días y la muerte tenía cita con el amigo querido. Lo perdió la República. Era un gigante del pensamiento y la palabra. Muchos amigos que le velábamos se quedaron sorprendidos del abrupto panegírico que improvisé junto a su féretro.

Maestro, hoy no hay turno de réplica; calla tu elocuencia y guarda tu genio; habrás de responder ante un juez justo y eterno. Habla mejor de tus dolores y pesares que supiste sobrellevar con enorme serenidad para vadear aquellos ríos hondos de la envidia que inútilmente pretendió ahogarte en el desprecio; háblale de ti, de lo leal que siempre fuiste en el decoroso cumplimiento de los mandatos recibidos de gente atormentada que pasara por el tremedal de la justicia de los hombres. Háblale de la modestia silenciosa que siempre tuviste en tu trato encantador con los que tanto te quisimos.

Recuerda, Maestro, que hoy serás tú el juzgado por la justicia divina; ningún otro de esos que recibieron el apoyo luminoso de tus magistrales defensas.

Héctor no se revelaba nunca en su favor. Siempre le vi como el hijo más tierno y consecuente con su santa madre; parecía dedicado a enaltecerla y premiarla con su colosal condición de ser entre los abogados el primero. Más inmenso que lo que su padre fuera. Según el testimonio de los abogados de la generación precedente, en todos los duelos forenses con su padre, le venció. Héctor querido, cómo te recuerdo. No podías estar ausente de mis reminiscencias en medio de estos dolorosos silencios.

Maestro de vida, joya del intelecto para la defensa. Descansa en paz. Han cesado las brillantes victorias que obtuviste en tu paso por la tierra.

El ser humano que había debajo de la imponencia de sus éxitos permanentes, no era conocido debidamente. Por ello, hoy pienso que cuando me advertía del modo que indico, me guiaba y obraba desde su propia experiencia, sin decirlo.

¡Cuánta sabiduría y qué hondo su genio! Las veces que pedía la palabra para elevar la tribuna, o cuando descendía de ésta, iba al seno de la amable amistad, con su prédica solidaria y su anecdotario sorprendente de vivencias. Nos daba cátedra de vida. ¡Amigo del alma, cuánto te recuerdo!

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