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LA ARRANCADA

Los países pobres no reciben vacunas de occidente

En marzo del año pasado la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente la covid-19 como una pandemia global. Desde entonces todos los gobiernos han tratado de hacer frente a una emergencia sanitaria nunca antes vista.

Sobre esta base se crea una batalla por el relato de la covid-19, la cual al día de hoy se ha convertido en una carrera por la vacuna.

Actualmente todas las esperanzas están puestas en la inoculación. No obstante, la campaña se está llevando a cabo de manera lenta y desigual. Los países más pobres aún no tienen acceso a este bien, lo cual genera inequidad y proyecta el escenario de un mundo a dos velocidades, donde solo los más ricos pueden protegerse del virus. El 18 de enero de 2021, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, afirmó que: “En la actualidad, se han administrado más de 39 millones de dosis de vacunas en al menos 49 países de ingresos más altos. Solo se han administrado 25 dosis en un país de ingresos más bajos. No 25 millones; no 25.000; solo 25”. Esta declaración deja entrever una falta de solidaridad en la repartición.

Para distribuir la vacuna de forma equitativa la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha creado el programa COVAX, una iniciativa de colaboración internacional que intenta garantizar el acceso a todos los países del mundo. Sin embargo, existe una enorme distancia entre esa ambición y la realidad, dado que las farmacéuticas occidentales están más enfocadas en la ganancia, olvidando que la pandemia no conoce fronteras; por lo tanto, debe ser eliminada en el mundo entero y no sólo en los países de renta alta. Además, con el pasar del tiempo aumenta el riesgo de nuevas mutaciones.

En toda esta situación de desigualdad, Rusia y China están aumentando su incidencia política proporcionando la inyección para la inmunización a los países que se han quedado atrás. Este mecanismo garantiza prestigio internacional en un momento de liderazgos cambiantes. De nuevo el gigante asiático tiene un gran protagonismo en la batalla por el relato de la Covid-19. El experto en relaciones internacionales Iván Gatón afirma que: “La diplomacia china no empezó con las vacunas, sino con el envío de mascarillas y de médicos a Europa, en pleno corazón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)”.

Todo esto sucede porque las dosis creadas por las farmacéuticas occidentales son acaparadas por los países con mayor influencia a nivel internacional, trayendo como resultado un retraso en la llegada a los subdesarrollados. Los Estados sienten la necesidad de romper el confinamiento y reactivar sus economías, no pueden darse el lujo de escoger, necesitan inocular su población lo antes posible. Como consecuencia, terminan aceptando la ayuda de países como Rusia, China y la India, los cuales se han encargado de llegar donde Occidente tarda.

Este panorama deja un resultado que parece las dos caras de una moneda. Por un lado, es evidente la ventaja geopolítica de estos actores en un mundo multipolar que protagoniza un cambio de época donde cada quien desea consolidar su liderazgo. La alianza ruso china parece haberse fortalecido, ganando credibilidad en el vacío de poder existente actualmente. Por otro lado, vemos un Tratado del Atlántico Norte cada vez más fragmentado, una pasiva Unión Europea y un Estados Unidos que no ha logrado llevar a cabo un liderazgo en cuanto a la pandemia.

Occidente debe garantizar una distribución equitativa de la inmunización contra el virus dado que es la única manera existente para erradicar la pandemia. De no ser así la diplomacia de la vacuna llevada a cabo por Rusia y China podría socavar aún más el liderazgo occidental porque proporciona ayuda a los gobiernos que hasta ahora no han logrado acceder a las dosis. A largo plazo esto podría traducirse en una mayor influencia a nivel internacional por parte de los dos países.

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