Política

Qanon y las teorías conspirativas

1. Jake Angeli. 2. El controversial Angeli en su hábitat natural. 3. El chamán de la conspiración

1. Jake Angeli. 2. El controversial Angeli en su hábitat natural. 3. El chamán de la conspiración

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Carlos Alberto MontanerSanto Domingo

Un alto porcentaje de los votantes re­publicanos piensa que realmente hu­bo fraudes masi­vos en las elecciones que el pre­sidente Trump perdió en el 2020 por casi siete millones de votos, 81 contra 74. Si eso fuera cierto, quienes irrumpieron en el capi­tolio serían patriotas y no unos vulgares violadores de la ley con­vencidos por Trump de que ha­bía que enmendarles la plana a los demócratas. Pero no es ver­dad.

Veamos.

Se trataba de una fauna impre­sionante. Jacob Chamsley, alias Jake Angeli, penetró en el capito­lio norteamericano por una de las ventanas derribadas por la multi­tud embravecida. Llevaba un cu­rioso casco de piel de coyote del que salían dos enormes cuernos de búfalo. Tenía la cara pintada en son de guerra de rojo, azul y blanco, los colores de la bandera americana. Su disfraz era el más vistoso. Si hubieran dado premios se hubiese llevado el primero. Los cuernos y el casco ocultaban su agresiva calvicie. Se había hecho tatuar en el vientre, creo, una espe­cie de daga enorme. Era el chamán de QAnon.

Los chamanes son los sacerdotes de las tribus primitivas. Hacen las veces de curanderos y tienen, di­cen, poderes sobrenaturales. QA­non es una combinación de una de las más altas gradaciones de los que tienen acceso a los secretos es­tadounidenses, a quienes les asig­nan la Q, mientras Anon es una contracción de “Anónimo”. Varias veces una misteriosa letra Q ha fir­mado algunas de las “teorías cons­pirativas” que circulan por Inter­net.

Curiosamente, el señor Ange­li tuvo que desmentir una de las más asombrosas teorías conspira­tivas puestas en circulación por el trumpismo más rancio: que él era, en realidad, un agente provocador colocado por la gentuza de Antifa o Black Lives Matter entre los patrio­tas de derecha para sembrar el caos y desorden que se vio en el capitolio el 6 de enero.

En un twit enviado por el cha­mán a Lin Wood, abogado de Do­nald Trump, y experto él mismo en difundir esos rumores, Angeli le explicó que él se había visto obli­gado a luchar contra esos canallas. Sin dilación, persistió en la huelga de hambre que había montado en la cárcel mientras el juez no le pro­porcionara alimentos orgánicos que necesitaba su esbelto cuerpo de chamán. El juez, magnánimo y garantista, le otorgó los alimentos que el reo solicitaba.

La lista de las “teorías conspirati­vas” es casi infinita. Tienen que ver con la importancia de los protago­nistas. Por eso los judíos son una fuente inagotable de rumores. Co­mo el origen del pleito ocurrió en las sinagogas, y Roma era el centro del mundo cuando el emperador Teodosio I en el siglo IV declaró “lo­cos o malvados” a quienes desobe­decieran a los obispos cristianos del rito de Nicea, los pobres judíos co­menzaron a beber la sangre de los niños, a envenenar los pozos de agua potable, a propagar las pes­tes y a cualquier perrería que se les ocurriera a sus adversarios.

Desde entonces circulan esas canalladas. Un Anderson Cooper, presentador y comentarista de CNN (o sea, la definición perfecta del “enemigo del pueblo” en esas mentes calenturientas), le pregun­tó a Jitarth Jadeja (de origen hin­dú, pero estadounidense), rene­gado de QAnon, si de verdad creía que él, Cooper, se alimentaba con la carne de los niños, a quienes an­tes les había bebido la sangre. Ja­deja le dijo que sí y le pidió perdón. Su explicación era que, si se forma­ba parte de un culto, se corría el riesgo de creer cualquier cosa.

Creer, por ejemplo, que en sep­tiembre 11 del 2001 hubo una se­creta pasividad de los militares que no respondieron adecuadamente al ataque a las torres gemelas o al Pentágono.

O sostener que ese día, ¡oh ca­sualidad!, no fue ningún judío a trabajar a las Torres Gemelas. Pe­ro la palma se la lleva la negación de que un avión de los secuestra­dos se estrelló contra el edificio del Pentágono “porque nadie lo ha vis­to”.

¿Existe alguna súbita cura para quienes creen en las teorías cons­pirativas? Me temo que no. Exis­te una terapia de realidad que es capaz de convencerte de que eres un malvado y te conviene modifi­car tu conducta, porque si no vas a terminar preso o muerto. Pero eli­minar el tipo de pensamiento ab­surdo que te lleva a creer en los zombis o en los extraterrestres que nos visitan, no tiene un rédito cla­ro e inmediato.

Si mañana Donald Trump decla­rara que realmente perdió las elec­ciones se produciría una decepción profunda en sus filas, pero no un cambio de convicciones. Muchos dirían que fue forzado por el “deep State” para salvar las vidas de sus hijos. Le darían otra vuelta a la tuer­ca. Sólo eso.

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