Bajo el fuego del Covid-19
El actual modelo económico dominicano es insostenible
Durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, nadie osaba cuestionar el modelo económico dominicano que consistía esencialmente en exportaciones de azúcar de caña, café, cacao y tabaco, combinadas con la extracción y venta en el exterior de bauxita, ferroníquel, oro y plata, entre otros minerales.
Ahí estaba concentrada la capacidad exportadora de República Dominicana y de esos dos sectores productivos (agro exportaciones y minería), dependía el mayor volumen de divisas que captaba el país.
Junto a esa canasta exportadora, con amplio mercado local en lo relativo a las agrícolas, había una vasta producción de arroz, habichuela, gandul, maíz, tubérculos, ganadería porcina y bovina, aves y pesca artesanal, que garantizaban el abasto de las mesas dominicanas.
A comienzos de la década de los ochenta, el modelo económico dominicano comenzó a ser cuestionado e inducido a un cambio radical y profundo tanto por el interés geopolítico de Estados Unidos, como por la naciente oligarquía ligada al comercio que estaba en expansión.
Para provocar el colapso de las “exportaciones tradicionales” de gran cantidad de países, Estados Unidos, presidido por Ronald Reagan (1981-1989), aplicó como nunca antes la Ley Pública 480 (PL-480), promulgada en 1954 por el presidente Dwight Eisenhower, que disfrazada de ayuda para regiones pobres, era una trampa mortal para quebrar el aparato productivo de esas naciones.
La PL-480
En lo esencial, la PL-480 buscaba “colocar los excedentes agrícolas (de Estados Unidos) en los mercados mundiales, primero como ayudas alimentarías, crear mercados para los productos agrícolas, cambiando los hábitos alimenticios de las poblaciones receptoras de las ayudas, y posteriormente, crear los mercados de exportación para sus productos”, como escribió Guillermo Maya Muñoz.
Esos excedentes eran el resultado de una sostenida política de subsidios para producir y de dumping para destruir los mercados internos de los países víctimas de ella.
Por eso este país mermó la producción de arroz, de habichuelas, llegó la peste porcina africana que arruinó el cerdo criollo y quebró el cultivo de maní, por lo que hoy la utilización de materia prima nacional de esa oleaginosa es nulo para la elaboración de las grasas que empresas dominicanas suplen al mercado.
Ningún experto puede cuantificar la cantidad de empleos rurales y urbanos que se perdieron con la quiebra intencionada del cultivo, despalille, secado, despulpado y conversión del maní en aceite y otras grasas.
El “aporte nacional” al colapso del modelo dominicano basado en las agro exportaciones y la minería vino por la interacción de un concierto legislativo y decretos para colocar altos impuestos a esas ventas destinadas al exterior a la par de que se incentivaba la inversión en el turismo amparado en la Ley 153-71, que otorgaba amplias facilidades a este último sector.
El cambio de modelo implicó un impacto laboral y social extraordinario: centenares de miles (tal vez millones) de empleos en el campo y la ciudad se perdieron por el golpe mortal a la caña y al café, principalmente, lo que a su vez provocó una migración masiva del campo a la ciudad que modificó aquel cuadro mimético cuando el 65% de la población era rural y el restante 35%, urbana.
El colapso del turismo
El sector no quiere admitirlo y el gobierno mucho menos, pero el turismo está colapsado y recuperarlo no será posible por más políticas “nacionales” que se ejecuten y más dinero público que se lance por ese barril sin fondo.
Lo grave de esa situación es que si el liderazgo político nacional no lo entiende o no quiere aceptarlo, los dominicanos tendrán que prepararse para una “década de pérdidas”, grandes privaciones de todo tipo y eventuales, –ojo al Cristo que es de cera- estallidos sociales por el crecimiento de la pobreza y la incapacidad del Estado para remediarla.
Un solo dato ilustra el escenario actual: en el año 2020, la gigante de la aeronáutica norteamericana Boeing acumuló pérdidas por sobre los US$12,000 millones y perdió ventas por cerca de US$60,000 millones, lo que demuestra que el transporte aéreo –el caballo trotón de los turistas- no tiene demanda.
Del negocio de cruceros, mejor no hablar porque están en peor situación y sin perspectivas de recuperarse a mediano plazo.
Deseos aparte
Cualquier mal pensado puede suponer que escribo de estos temas con satisfacción… ¡No! Por el contrario, ojalá fuera posible sostener el turismo, porque es mejor captar 1,500 dólares por una turista canadiense que viene al país por una semana luego de acogerse a un “todo incluido”, baila con un “moreno” y promete volver, pues para conseguir ese monto sembrando aguacates en Valdesia hay que madrugar mucho y cuidarlos de los ladrones.
Recuperación será 3%
Mis escritos de este mes no han secado la tinta todavía cuando afirmé que es irreal el pronóstico del Banco Central de que sería posible un crecimiento del producto de por encima del 6%.
Lo sostengo una vez más: La recuperación no pasará del 3% porque no es posible con el turismo colapsado y aquí –como en ninguna otra parte- no hay un mago que haga mover turistas hacia el país en los próximos años en una proporción semejante al año 2017. ¡Es imposible!
Que lo diga yo no tiene ninguna importancia, pero que la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en su informe sobre perspectivas económicas, dado a conocer el 25 de este mes, afirme claramente que “la amenaza de otra década perdida, tanto en términos de crecimiento económico como de progreso del desarrollo, se cierne sobre América Latina y el Caribe”, debe ser digno de tomar en cuenta. https://www.un.org/development/desa/dpad/wp-content/uploads/sites/45/WESP2021_FullReport.pdf
Este país no tiene alternativas: rompe con el modelo del turismo como eje transversal de la economía y se lanza por uno que privilegie la producción industrial, la exploración minera a gran calado, tanto metálica como de hidrocarburos, la agro exportación, la pesca moderna basada en técnicas, el desarrollo de tecnologías de comunicación y teletrabajo, entre otras, o nos vamos al precipicio económico y social.
De todo esto, lo peor es el grave riesgo de desestabilización y grandes protestas sociales que pueden desencadenar en conflictos desproporcionados o gobiernos de corte fascista.
¿Exagerado? Puede ser. Lo único que puedo asegurar es que aquí estaré, ocupando mi puesto, que nunca será debajo de una cama ni en una cueva.
¡Bienvenidos a lo desconocido!