Enfoque
Reelección presidencial: un camino siempre escabroso
Desde la gesta de la Independencia Nacional del 27 de febrero de 1844 y sus consecuentes ensayos sobre el régimen presidencialista en la República Dominicana, el tema de la reelección presidencial ha ocupado un lugar predominante en el pensamiento y accionar de los partidos políticos nacionales, a tal punto que desde esa época hasta nuestros días la Constitución de la República ha sido modificada unas 39 veces, 32 de las cuales han sido para el establecimiento o no de la reelección presidencial.
Esta práctica, obviamente, ha generado en todos los tiempos fuertes debates que se han concentrado generalmente en enfrentamientos entre posiciones antagónicas. Por un lado aquellos quienes han promovido la reelección presidencial presentándola como un instrumento que garantiza la continuidad de las políticas del Estado y que se apega a las reglas del juego democrático, especialmente, cuando se convierte en un estímulo para que un gobierno con experiencia actúe de forma eficiente, honesta y responsable, con el objeto de que los ciudadanos continúen apoyándolos en las urnas.
Y por el otro lado, los que se oponen y plantean los riesgos de esa maniobra, argumentando la concentración y personificación del poder, agravado por el hecho de que una misma persona y su entorno ejerzan el poder por mucho tiempo, lo que se traduce en debilitamiento de la competencia electoral y la extirpación del principio de alternancia.
Haciendo un recuento histórico en torno a lo que ha significado la reelección presidencial en términos de desarrollo democrático, social, político y económico, el resultado ha sido negativo. Tras la tiranía de Trujillo, nuestra historia contemporánea registra que dos de los más grandes líderes dominicanos, el profesor Juan Bosch y el Dr. José Francisco Peña Gómez -ambos salidos de las canteras del Partido Revolucionario Dominicano (PRD)- siempre enarbolaron la NO reelección como principal emblema y, viendo en retrospectiva a la luz de los hechos, especialmente con los intentos reeleccionistas del expresidente Danilo Medina, esos grandes líderes tenían razón.
Como ejemplo de ello, la guillotina de la reelección presidencial terminó dividiendo a dos de los más poderosos partidos políticos del país, como el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), y de paso también ha destrozado la amistad y compañerismo de importantes líderes políticos como las del expresidente Hipólito Mejía y Hatuey Decamps y recientemente las de los expresidentes Leonel Fernández y Danilo Medina.
En este contexto, siendo el Partido Revolucionario Moderno (PRM) genéticamente emparentado con la filosofía política NO reeleccionista de los grandes líderes fundadores del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), vemos que algunos de los miembros del actual gobierno, quienes en medio de una sociedad cambiante catalizada por los efectos de la pandemia sobre la economía global, están hablando de efectuar una nueva reforma constitucional, hecho que presentaría la magnífica oportunidad para el presidente Luis Abinader para introducir la NO REELECCCIÓN en la Constitución, demostrando su coherencia con los postulados históricos no reeleccionistas de los dos líderes ya referidos y un liderazgo libre de vicios “politiqueros”.
De acuerdo a nuestro juicio, es oportuno destacar aquí algunos inconvenientes que producto del afán de reelección en países con endeble institucionalidad, tal como se ha demostrado en el pasado reciente con las intentonas reelecionistas del expresidente Danilo Medina que han provocado traumas en la sociedad hasta el grado de la repugnancia más asqueante, tal como la misma historia latinoamericana ha demostrado con las reelecciones de Carlos Menem en Argentina, Alberto Fujimori en el Perú y Evo Morales en Bolivia, que de exitosos presidentes en su primer período terminaron desprestigiados y objetables luego de forzar la reelección movidos por el exceso de sus desmedidas ambiciones personales.
Consideraciones negativas:
La desmesurada tentación y seducción que provoca el poder pueden influir peligrosamente para que un presidente-candidato concentre sus esfuerzos en dicha reelección y descuide la necesaria gobernabilidad, centralizando en su persona todo el poder del Estado, anulando la sana división de poderes, manipulando la opinión pública con los inmensos recursos del erario, cambiando a su favor las leyes y, con ello, oponiéndose a la indispensable alternabilidad propia del sistema democrático.
Esto contribuye a una desigualdad entre los demás candidatos, de manera especial en el tema económico, ya que el presidente-candidato posee todas las condiciones y capacidades estratégico-tácticas para ganar, pues tiene la ventaja de promover más su imagen con actos “oficiales”, pronunciar más discursos, inflar artificiosamente su popularidad, además de sacar galope de su rol de presidente, del aparato estatal y la multiplicidad de recursos de que dispone a su antojo.
Por otro lado, el inevitable desgaste del poder, que unido a la gula de las ambiciones desmedidas por el dinero hacen que la corrupción e impunidad se apoderen de las altas esferas de quienes gobiernan, pues solamente con la corrupción se hace más viable una reelección presidencial, especialmente para doblegar con el oro corruptor voluntades a todos los niveles, financiar todo tipo de vilezas y apoderarse de los medios de comunicación, los cuales son hoy en día los principales constructores de la realidad social de la cual se nutren los ciudadanos, donde se puede influenciar y sugestionar los modelos mentales y cognitivos de los distintos estratos de una comunidad.
En este sentido, cada vez es más válido el sabio aforismo que acuñó el historiador y político inglés Lord Acton cuando dijo: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Basta con echar una ojeada al planisferio político de América Latina para saber cómo en cascada han caído en prisión o en procesos judiciales muchos exmandatarios, a pesar del inmenso poder y fortunas acumuladas.
Por lo antes expuesto, el solo pensar en la reelección presidencial, más que alterar la agenda de gobierno en momentos complejos como el actual, agravados por la pandemia del COVID-19 o poner a prueba el margen de maniobra del gobierno, coloca en un dilema al jefe del Estado, entre volver al sensato sistema de la Constitución del 2010 que, de hecho, nunca debió de modificarse, y de paso, sin pretenderlo, rehabilitar al siempre turbio, taimado, fraudulento y maquiavélico Danilo Medina, o por el contrario, ir contra la coherencia de pensamientos, integridad y el conjunto de valores y principios que enarbolaron los fundadores hereditarios del partido en el poder. Tema para un buen debate nacional.
Finalmente, la eventualidad de la reelección presidencial precisamente no constituye un obstáculo para la democracia, sin embargo, aún en modelos de democracias tan sólidas como la de los EE.UU., donde hemos visto recientemente sus vulnerabilidades, también se corre el riesgo de la personificación del poder, propia de regímenes populistas en los cuales la “permanencia” del líder se hace imprescindible; por lo tanto, es saludable fortalecer los mecanismos constitucionales a los fines de consolidar la alternancia democrática, la equitativa competencia electoral y la prudente limitación del poder político del presidente para no sufrir el tránsito, otra vez, del camino escabroso de la pandemia política del danilismo.
El autor en miembro de Círculo Delta. fuerzadelta3@gmail.com