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Enfoque político

Trump, ¿Y ahora qué?

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Carlos Alberto MontanerSanto Domingo

Funcionaron las insti­tuciones. Todo le sa­lió muy mal a Donald Trump y muy bien al resto del planeta y a la sociedad americana. Como se sabe, en la madrugada del 7 de enero Joe Biden y Kamala Harris fueron entronizados como presi­dente y VP de EE.UU. Mike Pen­ce se enfrentó a la ira de Trump. Prefirió optar por la tradición y la Constitución antes que sumar­se a la rebelión que le propuso su jefe. Hizo bien.

Lamentablemente, se deshi­zo el mito de la excepcionalidad de Estados Unidos. La turba que entró en el Capitolio parecía una escena venezolana o boliviana. De pronto, se latinoamericani­zó la vida en USA. No pude evi­tar que me recordara a Cuba en los días de enero de 1959. El ti­po con los pies puestos sobre el escritorio de la señora Pelosi, presidenta de la Cámara, era un “barbudo revolucionario”. No es cuestión de ideología, sino de si­cología. Era alguien ajeno a la ley, al respeto y al orden. Real­mente, estamos muy cerca de la barbarie. A un tiro de piedra (nunca mejor dicho).

Algunas explicaciones me pa­recen delirantes. He llegado a leer que esas manifestaciones de incivilidad estuvieron a car­go de infiltrados de “Black Li­ves Matter” o de “Antifa”. Me re­cordaron una visita a las ruinas de Luxor en Egipto. El guía, un egipcio culto y competente (creo que era historiador), nos explicó que los asesinos de la “Masacre de Luxor” en 1997 (72 personas, casi todos turistas suizos y japo­neses) no eran terroristas islá­micos. Habían sido israelíes dis­frazados de árabes. ¿Lo creía o mentía descaradamente? Me te­mo que lo creía. El fanatismo ha­ce creer casi cualquier cosa. Has­ta esa burda mentira.

El 62% de los electores repu­blicanos son fanáticos de Trump y creen, con él, que su caudi­llo fue víctima de un inexplica­do fraude, pese a que 60 jueces y tribunales no han encontrado indicios de las trampas, incluido el Supremo, aun cuando la ma­yoría conservadora la logró, pre­cisamente, Donald Trump. No es verdad que los muertos votaran. Tampoco que los extranjeros in­documentados pasaran por las urnas o que las boletas fueron cambiadas. No es cierto que las máquinas de votar estaban tru­cadas. Son fantasías dichas por Trump y suscritas a pie juntillas por sus partidarios.

Queda por determinar qué su­cederá con Trump en el futuro. El futuro está a la vuelta de la es­quina. Comienza el 21 de ene­ro. Es muy probable que Trump continúe en política, pero ha aprendido una peligrosa lección: la institucionalidad americana le perjudica para su proyecto de hacer lo que le da la gana con el país y con sus partidarios, acti­tud perfectamente congruente con su condición de caudillo.

Trump será más peligroso en la oposición que en un po­der condicionado por la ley. En 1922, Benito Mussolini le plan­teó al rey Víctor Manuel III una disyuntiva: “O nos dan el gobier­no o iremos a Roma a tomar­la”. El rey cedió y el fascismo se instaló en el país. Primero cum­plieron con las leyes, pero muy pronto se desataron. A partir del asesinato de Giacomo Matteot­ti ya la suerte totalitaria estaba echada.

No es gratuito el ejemplo de Mussolini para tratar de enten­der lo que haría Donald Trump. La ultraderecha europea ha en­contrado su par en Estados Uni­dos. ¿Quiénes se sienten a gus­to con Trump? Marine Le Pen en Francia, Geert Wilders en Holanda, los camaradas griegos de ”Amane­cer Dorado”, incluso Vladimir Putin de Rusia, otro género de autócrata. Todos nacionalistas y antiinmigran­tes. Todos contrarios al libre comer­cio internacional, esto es, furibun­dos “antiglobalización”.

¿Qué hará el establishment de­mócrata-republicano ante Trump tras el intento de coup del 6 de enero? Muchas personas han re­nunciado a sus puestos en la Casa Blanca. Algunos –todos los demó­cratas y pocos republicanos– quie­ren aplicarle el artículo 25 y des­tituirlo por incapacidad mental. (Por supuesto, no está loco). Otros quieren iniciar un juicio político o “impeachment”. No creo que haya tiempo para nada. Le quedan unos días en el poder. Eso sí: dentro de la ley, es muy importante mante­nerlo ocupado en los tribunales de­fendiéndose de las mil fechorías que ha realizado. Entre ellas, natu­ralmente, incitar a la rebelión a sus compatriotas fundando sus argu­mentos en una sarta de mentiras.

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