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Testigo del Tiempo

Pasado y futuro del asalto al Capitolio

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J.C. MaloneNueva York (EE.UU.)

Lo único realmente sorprendente de lo ocurrido el miércoles en el Congreso, es que todo el mundo sabía lo que ocurriría, y nadie hizo nada por impedirlo.

La imagen de un grupo de hombres uniformados y armados ocupando el Congreso de los Estados Unidos, no sorprendió a ningún latinoamericano que pasa de cuatro décadas.

Lo extraño fue que “solo” mataron cinco, no tomaron presos a los congresistas, ni retuvieron el poder para “salvar la democracia”.

Uniformados latinoamericanos, obedeciendo a Washington, demostraron ser mas eficientes.

Nuestros guardias tomaban palacios y congresos, mataban líderes, a cientos de sus seguidores, encarcelaban miles; el resto se quedaba oscilando entre la incontinencia urinaria y la diarrea.

Lo que el presidente Donald Trump intentó contra Joe Biden, es tan reprochable como lo Richard Nixon perpetró contra Salvador Allende en Chile. Y lo que otros presidentes estadounidenses hicieron en toda Latinoamérica.

Para desviar la atención de esta realidad, el liderazgo político llega hasta a negar un aspecto central en la historia estadounidense.

La Violencia

Si hay algo central en la cosmología del blanco estadounidense, es ellos tienen derecho a lo que quieran. Y si alguien se opone a lo que a ellos se les antoje, entonces recurren a la violencia para “defender sus derechos” que ellos consideran absolutamente “divinos”.

Al pueblo hebreo, cuenta la Biblia, Dios le dio Canaán como su tierra prometida, a los estadounidenses blancos, les dio lo que a ellos se les antoje. Y la violencia para “defender sus derechos divinamente adquiridos”.

La historia de esta nación es una constante narrativa de violencias, desde el exterminio de los nativos hasta la esclavización de los africanos, son historias muy violentas.

Cuando Abraham Lincoln fue electo presidente en 1860, los estados sureños no aceptaron su triunfo bajo ninguna circunstancia.

En abril del 1861 los sureños lanzaron la Guerra Civil desconociendo el triunfo de Lincoln. Aunque los sureños perdieron la guerra, no aceptaron la “voluntad popular” que reeligió a Lincoln y al final, en plena paz, lo asesinaron en un teatro.

Al presidente John F. Kennedy también lo mataron quienes no aceptaron su elección.

Claro, según Biden y otros políticos de carrera, los estadounidenses no son violentos y siempre respetan los resultados electorales.

El carácter violento y medagalanario de los estadounidenses, durante todo el siglo XX, se exportó como “política exterior”.

Nadie esperaba que el boomerang de la violencia retornaría a Washington ahora, pero tiene sus razones, son poderosas.

Crisis sistémica

Lo curioso es que lo que ocurrió en Washington sucedió precisamente ahora, cuando el sistema político se quiebra en Perú, Guatemala, Venezuela y otros lugares del continente. En agosto pasado una turba derechista irrumpió el Congreso de Alemania, el sistema político está desgastado, en crisis.

Lo ocurrido en Washington, tampoco fue un hecho aislado, dentro del país ocurrió lo mismo ante los capitolios de otros estados simultáneamente.

Y todo el mundo espera que estos sean los primeros de una serie de acciones parecidas y conectadas.

La última crisis político-electoral estadounidense, Bush Vs. Gore, afortunadamente no llegó a estos extremos.

Le siguieron, sin embargo, una sucesión de eventos desafortunados: el 9-11, guerras, crisis inmobiliarias y colapso financiero.

En el 2000, el Gobierno Federal no enfrentaba una pandemia que lleva más de 375,000 estadounidenses muertos en menos de un año. Eso supera la suma de estadounidenses caídos en la Primera Guerra Mundial (116,516), Vietnam, (58,220) y Corea (36,574).

En dos años la pandemia de influenza del 1918 mató 675,000 en menos de un año Covid-19 lleva más de la mitad.

Al avance de la pandemia debemos sumarle la radicalización de la división política nacional, los demócratas ganaron dos senadurías de Georgia por estrechísimos márgenes.

La historia tiene un ominoso precedente de cuando se suman la división política y la pandemia.

En el siglo XV, el imperio Bizantino se debatía en una profunda y radicalizada pugna interna por el poder, agravada por el avance de la peste bubónica.

Vino la crisis económica, los ejércitos se diezmaron con los soldados muertos de peste y, para 1453 los turcos otomanos marcharon sobre Constantinopla, cayó el imperio Bizantino.

Preguntas finales

Mucha gente se pregunta ¿cómo es que 74 millones de personas crean en Trump, cuando todo el mundo sabe que miente?

Muchas veces esas preguntas, como las de las encuestas, esperan las respuestas posibles de la pregunta para encasillarlas donde le convenga a quien pague el sondeo de opinión.

Por eso se me ocurre usar los mismos elementos para voltear la pregunta.

El presidente electo Joe Biden tiene 48 años en Washington, el jefe del Senado, Chuck Schumer lleva 40 y la jefa de la cámara de representantes Nancy Pelosi tiene 34. Entre los tres suman 122 años gobernando, entonces me pregunto.

¿Qué habrán hecho Biden, Schumer y Pelosi para que 122 años después, 74 millones de estadounidenses no crean en ellos?