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El suicidio de España

A Juan Carlos I, quizás el español más apreciado en el mundo y -por vía de consecuencia- un activo económico de esa nación, por minucias agrandadas le han desprestigiado y enviado al exilio.

El Rey Juan Carlos I junto a su hijo y actual monarca, Felipe VI.

El Rey Juan Carlos I junto a su hijo y actual monarca, Felipe VI.

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Ángel LockwardSanto Domingo, RD

No es ocioso pensar que en medio de la pandemia –cu­yo manejo parece dejarla con malas calificaciones– España, como reino de varias naciones formadas a par­tir de una boda y del descubrimien­to de América, camina hacia el sui­cidio político, cuando menos hacia cierta desintegración o desmembra­miento.

Las monarquías europeas que deben ser estudiadas en la realidad de cada país, conservan determina­dos valores; sus papeles protocola­res, son bien vistos y rinden ciertos frutos: Desde luego que para los ciu­dadanos esencialmente republica­nos de Estados Unidos y de la Amé­rica de origen latino, este sistema es ajeno a nuestra esencia: Ni siquiera cuando una casa real se trasladó al nuevo continente, como en Brasil, prosperó. Somos repúblicas presi­dencialistas.

Los pueblos no muy ricos de Cas­tilla y Aragón, tras el descubrimien­to y expulsión de los moros, cons­truyeron un imperio que no inició su declive sino hasta que empeza­ron las independencias americanas y las sucesivas cesiones de territo­rios tras las pérdidas de guerras eu­ropeas y de invasiones, empero ya entonces habían llevado una cultu­ra y creado un vínculo a través del idioma con más de 570 millones de personas que lo hablamos hoy, de ellos 490 como lengua materna: Ese es uno de sus activos actuales más importantes, al que ahora algu­nas regiones quieren renunciar con el apoyo del Gobierno nacional me­diante una ley que excluye el caste­llano como lengua vehicular.

El siglo XX no la encontró ni fuer­te ni desarrollada y, para colmo, se vio afectada por una guerra civil que no es el objeto de esta reflexión, de ella surgió un caudillo que se impu­so –pasando por una etapa de ais­lamiento internacional fruto de su “participación en la Segunda Gue­rra Mundial- hasta el momento de su muerte en 1975. Empero ya, aunque aislada de la Europa inte­gracionista, no era tan pobre, ni tan atrasada.

Sacudida por el terrorismo y la carencia de cultura democrática, un grupo de jóvenes, como entonces eran Adolfo Suarez y luego Felipe González, apoyados en un monar­ca sin experiencia –Juan Carlos- que apostó por la democracia se van por una Monarquía Constitucional co­mo sistema que la llevó a una de las transiciones políticas modélicas el siglo XX y con la integración a Eu­ropa, a una época de esplendor que, además, la reencontró con Hispano­américa a través del Rey y de las inter­nacionales, particularmente la social­democracia.

Entró de golpe a la economía del bienestar –quizás en exceso– y, esto, sin la participación del Rey, es muy posible que no se habría logrado: Fi­nalmente, también eliminó el terro­rismo.

La defensa de la Constitución, de la Monarquía como símbolo de unidad del Estado y la lucha en contra del te­rrorismo, fueron políticas de Estado que siguieron los dos partidos que en­tonces dirigieron el Reino, el PSOE y el PP. Hoy, eso parece haber cambiado y luce que se encaminan a la fragmenta­ción política y lingüística ante el asom­bro de quienes desde lejos vemos el es­cenario.

A Juan Carlos I, quizás el español más apreciado en el mundo y por vía de consecuencia un activo económico de esa nación por minucias agranda­das, le han desprestigiado y enviado al exilio: Nadie gana con eso, excepto los créditos noticiosos o el reenarbolar la bandera republicana que, a los parti­dos nacionales, no parece que les con­venga electoralmente, excepto al cuar­to en tamaño, Podemos.

Ahora se dirigen los cañones en contra de la Monarquía represen­tada por el Rey Felipe VI procuran­do su deslegitimación; en democra­cia, esa expresión de desafecto, es un derecho. Todo partido o ciudadano puede ser monarquista o republica­no, lo extraño es que la desafección proviene de ministros que han sido nombrados en su nombre y le jura­ron lealtad.

No es extraño sin embargo que los partidos constitucionalistas –PSOE-PP, VOX y Ciudadanos- que defienden la integridad del Reino de España, de­fiendan a Su Majestad Felipe VI: Lo ra­ro es que el PSOE tras recibir manda­to del Rey para formar Gobierno, tiene como vicepresidente a quien lleva la campaña en contra del Jefe del Esta­do y aliado circunstancial a Ciudada­nos. Cosas de las democracias, único sistema que para respetar su esencia, garantiza libertad para su propia des­trucción.

El expresidente español Adolfo Suárez.

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