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Cómo la internet ha roto la democracia donde quiera que ha llegado

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MohorteMADRID, ESPAÑA TOMADO DE MAGNET.COM

¿Alguna vez has senti­do que el debate pú­blico está más vicia­do, más enconado que nunca? No se tra­ta de una percepción personal. Las democracias occidentales atraviesan hoy una fase de po­larización política aguda, ten­dencia acrecentada por la crisis del coronavirus. Nuestros nive­les de antipatía hacia el otro, de aceptación de ideologías y puntos de vista ajenos al nues­tro, cotizan a la baja. Nos he­mos radicalizado.

¿Pero cómo hemos llegado hasta aquí? En parte, gracias a Internet.

Hace un lustro, las evidencias sobre la creciente polariza­ción y radicalización de la so­ciedad estadounidenses eran ya abrumadoras. Para enton­ces la filiación partidista se ha­bía convertido en un predictor del desprecio hacia el otro más preciso que la raza, tradicional punto de conflicto del país. La simpatía por uno u otro partido había contaminado las relacio­nes sociales, moldeándolas; y los niveles de rechazo a un ma­trimonio o a una relación inter-partidista se habían disparado en el seno de las familias. Una enorme zanja separaba al país.

Corría 2015 y tres investiga­dores especializados en cien­cia política, Yphtach Lelkes, Gauruv Sood y Shanto Iyengar, se interesaron por la cuestión. ¿A qué obedecía semejante brecha social? Su hipótesis de partida era la siguiente: con­forme la conectividad a Inter­net se popularizaba condado a condado, estado a estado, sus gentes se habían polariza­do. Una paradoja por aquel en­tonces de creciente interés pa­ra la investigación académica y el debate público. Más conec­tados que nunca, sí, pero tam­bién más separados.

Para averiguar si estaban en lo cierto acudieron al conoci­miento demoscópico y a una década crucial, la de los ‘00, en el desarrollo e implantación de la banda ancha.

El estudio se valió de los datos de filiación partidista obtenidos a través de diversas encuestas tanto en 2004 y 2008, dos años electo­rales entre los que el acceso a la red se hizo mayoritario en todo el país. Aquellos sondeos pedían a los participantes valorar su ni­vel de proximidad con uno de los dos candidatos (Bush vs. Kerry en 2004; Obama vs. McCain en 2008). Tales encuestas, centradas en aspectos como la “confianza” o si el candidato comparte “los va­lores” del votante, son útiles pa­ra entrever la distancia ideológica con el candidato adverso.

De forma paralela, el trabajo acudió a los datos ofrecidos por los proveedores de fibra en to­do el país. Entre 2004 y 2008 el número de operadores aumentó hasta en un 64%, facilitando el acceso a la banda ancha de una significativa porción de los vo­tantes. A través de estos, los in­vestigadores pudieron observar si la llegada de una conexión más rápida y menos costosa, y por lo tanto de mayor uso, beneficiaba a los medios de comunicación más radicalizados a uno y otro lado del espectro político.

Los resultados son fascinantes. En agregado, el estudio calcula que la llegada de la banda ancha aumentó en .02 puntos la polari­zación estado a estado. En aque­llos condados con el menor nú­mero de proveedores de banda ancha, limitados a fuentes de in­formación tradicionales o a un In­ternet aún hipotecado a la lentitud de la conexión telefónica, el grado de polarización, de simpatía o an­tipatía hacia el opuesto político, era hasta 4 puntos menos. Internet estaba radicalizando al país.

Hacia las cámaras de eco

Por ejemplo, mientras el usuario medio con acceso a banda ancha visitaba alrededor de quince “pá­ginas partidistas”, definidas co­mo tal por su proximidad a uno u otro partido y por su proclividad a mostrar una visión de los hechos más ajustada a sus intereses, el usuario de RDSI tan sólo accedía a

una media de siete. Dicho de otro modo: la llegada de la banda an­cha a un condado cualquiera du­plicaba el consumo de informa­ción más radicalizada, y con más probabilidades de afianzar los sesgos propios.

No se trataba un fenómeno exclusivo de un grupo de votan­tes, sino que se distribuía de for­ma casi perfecta entre los más progresistas y los más conserva­dores. Mientras un 19% de los demócratas con banda ancha so­lía visitar con regularidad me­dios de comunicación y platafor­mas liberales “progresistas”, el porcentaje se reducía al 3% en­tre los demócratas con línea con­vencional. Lo mismo sucedía con los republicanos: un 20% acce­día a sitios más acordes a su cos­movisión, menos equilibrados, cuando disponían de alta velo­cidad; frente al 8% con una red más lenta.

Este proceso ha sido refrenda­do por otros estudios y análisis. Internet ha multiplicado tanto la oferta como la demanda de con­tenidos. Y en el camino ha fortale­cido a las cámaras de eco de cada espectro ideológico. Sorteadas las barreras técnicas, hemos tendido al nicho ideológico e informativo. ¿Qué necesidad hay de escuchar los puntos de vista contrarios, co­mo podría suceder cuando só­lo disponíamos de un puñado de cadenas de televisión o de radio, cuando podemos navegar infini­tamente, de caja de resonancia en caja de resonancia?

Por defecto, preferimos leer co­sas que nos den la razón.

Los autores aclaran que no juz­gan la popularización de la ban­da ancha como el principal mo­tivo de polarización en Estados Unidos. Las causas son múltiples y transversales a otros países. En muchos casos tienen un sustrato económico: al tiempo que nues­tras opiniones se radicalizaban también lo hacía la economía, segregando en función del nivel formativo y adjudicando traba­jos más o menos cualificados en el camino. En Estados Unidos en particular la polarización tam­bién tiene un alto componente espacial, geográfico, fruto de sus particularidades demográficas.

Pero es innegable que Internet ha contribuido, y que su llegada ha marcado un antes y un des­pués tanto en la comunicación política como en su consumo. La fragmentación mediática nos ha recluido en espacios de socializa­ción donde la disidencia cada vez es menor. Es lo que muchos ana­listas han calificado como un re­pliegue “tribalista”: en las redes, tendemos a relacionarnos única­mente con personas que opinan como nosotros, desdibujando a la figura del otro. Una pérdida de la empatía que nos desincentiva a comprender al bando contrario.

La propia lógica de Internet nos conduce a este punto.

Lo vimos a cuenta de Facebook y más recientemente a través de YouTube: el diseño de los algo­ritmos favorece que consuma­mos más contenido relaciona­do en base a nuestros intereses. Si tendemos a leer comentarios y medios conservadores, es más probable que la plataforma nos recomiende más comentaristas y articulistas conservadores. Lo mismo sucede con los vídeos: si sólo consumimos vídeos progre­sistas, sus recomendaciones se­guirán esa línea. El esquema de incentivos es idéntico para los medios de comunicación. ¿Cómo atraer a más lectores? Apelando a su identificación ideológica o par­tidista, desdibujando los matices intermedios.

La red, así, centrifuga tenden­cias sociales y económicas de lar­go recorrido, y las condensa en un ecosistema donde el premio para todos los actores (creadores de contenido, distribuidores, lec­tores) reside en la filiación ideo­lógica, y no tanto en la búsqueda de un debate equilibrado don­de todas las partes puedan expli­car sus puntos de vista civilizada­mente. No es que esto sucediera antes. Siempre hemos tendido a consumir nuestros medios. Pe­ro la banda ancha ha acelerado y exacerbado el proceso. Ya no se trata de un informativo radiofó­nico a la hora de cenar, sino de un consumo continuado y masivo de nuestros puntos de vista.

Todo esto ha confluido tam­bién en las últimas elecciones es­tadounidenses. El número de vo­tos partidos, es decir, de electores que escogen a un partido para las presidenciales y a otro para el Se­nado o para el Congreso, es menor década a década. Tampoco ha im­portado el enorme nivel de antipa­tía que una buena parte del elec­torado proyectaba hacia Donald Trump, manifestado en su pobre popularidad desde el inicio: los vo­tantes republicanos se han mante­nido fieles a sus líneas ideológicas. En todos los casos. Quizá el mejor resumen lo ofrezca el analista po­lítico (demócrata) David Shor en esta interesante entrevista:

Es muy simple. El Senado siem­pre ha sido una institución anti-mayoritaria. Pero antes no pasaba nada porque la gente de Nebraska, por ejemplo, solía votar de forma aleatoria. Pero ahora tienen Inter­net. Y ahora saben que los demó­cratas son progresistas.

Estamos más informados. Pe­ro como hemos analizado algu­na vez, ese volumen cuantitativo de información no se correspon­de con un salto cualitativo. La “in­formación” no es más que la con­firmación de nuestro sesgo, de ahí que plataformas destinadas a veri­ficar hechos hayan fracasado par­cialmente. Porque el consumo de información y de opinión no opera sobre líneas neutras, no buscamos “los hechos” cuando acudimos a Internet, sino una interpretación de los hechos que case con nuestra visión del mundo.

En esencia, estamos confirman­do nuestros prejuicios con más re­gularidad. Y de ahí, en parte, sur­ge la polarización actual..

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