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La lengua oculta

Inés Arrimadas y Pablo Casado, presidentes de los principales partidos de oposición en España recurrirán al Supremo la decisión del Conbreso.

Inés Arrimadas y Pablo Casado, presidentes de los principales partidos de oposición en España recurrirán al Supremo la decisión del Conbreso.

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Mario Vargas LlosaMadrid, España

¿Cuál fue el aporte principal de España a Hispanoamérica, cuan­do la descubrió y conquistó? A es­ta pregunta los creyentes respon­den que la Iglesia católica, Cristo, la verdadera religión. Los evan­gélicos, tan numerosos ahora en el nuevo continente, aunque dis­crepando algo, probablemente terminarían aceptando esta res­puesta. Los no creyentes, como el que esto escribe, responderíamos que, sin la menor duda, ese aporte principal ha sido la lengua, el cas­tellano o español que reemplazó a las mil quinientas (que algunos lingüistas extienden hasta cua­tro o cinco mil) lenguas, dialectos y vocabularios que hablaban en América del Sur las tribus, pue­blos e imperios. Como no se en­tendían, vivieron muchos siglos entregados al pasatiempo de en­trematarse.

Murieron por la espada y la pól­vora muchos indios y buen núme­ro de españoles en aquellos siglos convulsos, en que España llenó América de iglesias, ciudades, conventos, universidades y doc­trineros, y en el que millares de fa­milias españolas se avecindaron en las nuevas tierras, donde han dejado larga descendencia. Mu­chos latinoamericanos nos senti­mos orgullosos de ser herederos de esos humildes españoles, anal­fabetos muchos de ellos, que pro­venían de todos los pueblecitos de la península.

El español prendió muy pron­to en todas partes, unificando cul­turalmente de un extremo a otro el nuevo continente, y esa lengua ha tenido desde entonces la suer­te –sin que gobierno alguno la impulsara, entre la desidia gene­ral de todas las autoridades-, por su dinamismo interno, la claridad y sencillez de sus formas y de su conjugación, así como por su vo­cación de universalidad, de irse expandiendo por el mundo hasta ser hablada hoy en día en los cinco continentes por unos seiscientos millones de personas y de tener en un solo país, los Estados Unidos de América, donde es la segunda lengua viva, cerca de cincuenta millones de hispanohablantes.

Una lengua no es sólo un me­dio de comunicación; es una cul­tura, una historia, una literatura, unas creencias y experiencias acu­muladas, que fueron impregnan­do las palabras que la componen y llenándolas de ideas, de imáge­nes, de costumbres, y, por supues­to, de logros científicos. La im­plantación del español nos trajo a los hispanoamericanos Grecia y Roma, Cervantes, Shakespea­re, Molière, Goethe, Dante, y las instituciones que a lo largo de su trayectoria crearon Europa Occi­dental. Ahora son tan nuestras co­mo de España. Y en buena hora. Lo más importante de todo aque­llo son las instituciones que deter­minaron el progreso y la moder­nidad, así como la filosofía que permitió acabar con la esclavitud, que determinó la igualdad entre las razas y las clases, los derechos humanos y, en nuestros días, la lu­cha contra la discriminación de la mujer. En otras palabras, la demo­cracia y el apetito de libertad que la hace posible. Todo eso lo adqui­rió América Latina, y mucho más, al adoptar y hacer suya la lengua castellana. No se explicarían, sin ella, ni el Inca Garcilaso de la Ve­ga ni sor Juana Inés de la Cruz. Ni, por supuesto, Sarmiento, Rubén Darío, Borges, Alfonso Reyes, Oc­tavio Paz, Cortázar, Neruda, César Vallejo, García Márquez y tantos otros grandes poetas y prosistas hispano­americanos que han enriquecido el es­pañol.

Sin embargo, contrariamente a lo que sería natural, el regocijo y el orgu­llo de un país cuyo idioma ha ido ad­quiriendo con el correr de los siglos una universalidad que sólo tiene por delante al inglés, pues el mandarín y el hindi son demasiado complicados y locales para ser idiomas verdade­ramente internacionales, en España misma, la tierra donde aquella lengua nació y evolucionó y heredó luego el mundo entero, como nos descubrie­ron entre otros el gran don Ramón Menéndez Pidal y sus discípulos, hay desde hace algún tiempo una campa­ña de parte de los independentistas y extremistas para rebajarla y dismi­nuirla, cerrándole el paso y procuran­do (muy ingenuamente, claro está) abolirla o reemplazarla. Acaba de ocu­rrir una vez más, con la nueva ley de educación que ha aprobado, con un sólo voto más del que necesitaba, el actual Gobierno del Partido Socialista y de Unidas Podemos, con el apoyo de Bildu, la continuación de ETA, la orga­nización terrorista que asesinó a casi novecientas personas, y que ahora ha abandonado la lucha armada y se ha integrado a la legalidad. Y, por supues­to, de Esquerra Republicana, cuyos principales dirigentes han sido con­denados por los tribunales españoles por convocar un referéndum sobre la independencia de Cataluña estando prohibidos de hacerlo explícitamente por la Constitución de 1978, vigente en la actualidad.

La negociación que ha permitido esta alianza, sobre la que algunos so­cialistas discrepan, ha sido muy sim­ple. El Gobierno de Pedro Sánchez necesitaba aprobar su proyecto de presupuestos en las Cortes. Para ello Unidas Podemos atrajo los votos del Partido Nacionalista Vasco (el PNV), de Bildu y de Esquerra y éstos, ni cor­tos ni perezosos, se apresuraron a concederlos siempre que el Gobier­no aceptara modificar la ley supri­miendo el carácter ”vehicular” del es­pañol que señala específicamente la Constitución. Esta es la razón por la que el castellano o la lengua españo­la ha pasado a ser, según esta ley, una lengua oculta o clandestina. Quien lee dicha ley, llamada “la ley Celaá” por la ministra de Educación que la ha concebido, se queda sorprendido de que en un proyecto que establece las formas de la educación en todo el país, el español o castellano aparezca de solo pasada. El español, la lengua que nació en Castilla, cuando el país estaba semiocupado por los árabes y que se ha convertido en una len­gua universal, ¿dónde está? Se tra­ta de una lengua disminuida, silen­ciada, preterida ante lenguas locales que son habladas por minorías, y uno de los ministros del Gobierno ha te­nido la audacia de decir que todo el escándalo que se ha suscitado al res­pecto se hubiera evitado si el español no hubiera estado “envenenando” el clima escolar en Cataluña, donde al­gunos colegios, que respetan las le­yes, daban las horas de clases en cas­tellano a que están obligados y que, en su mayoría, los colegios catalanes no respetan. La ley señala que las cla­ses en español o castellano constitu­yen un derecho de todas las personas nacidas en España. ¿En cuántas co­munidades autónomas bilingües se cumple esta disposición? Me temo que sólo en una minoría. Pues, aun­que parezca imposible, la campa­ña contra el español en la tierra donde nació Cervantes sigue en marcha. Sería algo así como un verdadero suicidio que esta idio­tez prosperara, no para el español o la lengua castellana, que tiene más que asegurado su futuro en el resto del mundo. Más bien, pa­ra España, a quien arrancarle la lengua sería arrancarle el alma. Es simplemente impensable que el país donde nacieron la lengua castellana, Quevedo y Góngo­ra, además de cientos de escrito­res que le han dado prestigio y di­mensión universal al español, éste sea objeto de una victoriosa campa­ña de discriminación. Ella no puede ni debe prosperar. Los hispano­hablantes, que formamos una gigantesca mayoría en el país, debemos impedir este absurdo intento de minusvalorar y pos­tergar el castellano frente a las lenguas periféricas. Firmemos los manifiestos que haga falta y salgamos a las calles cuantas ve­ces sea necesario: el español es la lengua de España y nadie la va a enterrar.

El idioma de Cervantes fue denostado por el Congreso y el Gobierno en España .La ministra de Educación, Isabel Celaá, en el Senado.(EFE)

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