Enfoque: Política
El nacionalismo como campo de batalla
En México, septiembre es el mes patrio por excelencia; en días como los recién transcurridos, la parafernalia, la simbología y los rituales nacionalistas suelen convertirse en parte del paisaje cotidiano. Sin embargo, los críticos del nacionalismo acusan –con justa razón– que toda ideología nacionalista es un instrumento de control político, además de albergar un fuerte contenido xenófobo y generar traumas de orgullo y revanchismo.
El escritor Paul Valéry advertía lo peligroso que resulta un pueblo embriagado de autoelogios nacionalistas que sólo vuelven a las naciones soberbias, vanas e insoportables. Pese a ser verdad, no menos cierto es que el nacionalismo no sólo ha sido utilizado para beneficio de las clases gobernantes; también movimientos sociales se han apropiado de los símbolos y la memoria histórica nacional para defender sus causas, reafirmar sus identidades y criticar al Estado.
El festejo de Independencia, por ejemplo, ha sido convertido en arena de pugna donde se rechaza o se subvierte el nacionalismo oficial. Así sucedió durante las celebraciones del Bicentenario en el 2010, cuando el movimiento de obreros electricistas organizó una celebración alterna desde la cual criticaron el gobierno de Felipe Calderón y llamaron a otros movimientos sociales a unir fuerzas en favor de las demandas de las clases trabajadoras.
Por su parte, grupos indígenas aglutinados en el Movimiento Indígena Nacional señalaron que la conmemoración de la Independencia les era ajena, toda vez que la nación mexicana se venía construyendo sobre la exclusión de los pueblos originarios. Ellos aprovecharon la efeméride del 15 de septiembre no para celebrar, sino para realizar un foro que propuso la formación de un Estado pluricultural.
Casos similares han ocurrido con los héroes venerados por la historia oficial.
En la segunda mitad del siglo xx, la izquierda partidista retomó la figura y memoria de Lázaro Cárdenas para disputar el poder al Estado priista y argumentar que ellos eran los verdaderos continuadores del nacionalismo de la Revolución, mientras el PRI se volvía cada vez más corrupto, autoritario y neoliberal.
El caso de Emiliano Zapata es aún más ilustrativo. Por una parte, distintos gobernantes, han buscado allegarse a su recuerdo para crearse la imagen del político que defiende las causas del pueblo bajo, especialmente las del campesinado.
De manera paradójica y sorprendente, Carlos Salinas de Gortari también recurrió a la memoria zapatista para legitimar su política de privatización del ejido. Por otro lado, desde la muerte de Zapata, movimientos sociales de los más diversos –desde campesinos hasta guerrilleros– lo han convertido en símbolo de sus luchas.
Al margen de la propaganda oficial, la efigie de Zapata está presente de manera constante en mantas de protestas, en playeras de manifestantes o en pintas contestarías. Destaca el caso del ezln, quienes han empleado el Zapata encapuchado como símbolo de su nuevo zapatismo; o el Zapata “punk” que jóvenes pintaban durante el Centenario de la Revolución para hacer visible su rebeldía contra los valores del nacionalismo y la cultura oficial. ElcCaso más reciente fue la controversia que despertó el cuadro del Zapata “afeminado” pintado por Fabián Cháirez, que dejó atrás el nacionalismo que elogia la figura del héroe macho y paternal, para dar lugar a un héroe nacional cercano a la reivindicación de la diversidad sexual.
Los movimientos feministas también han hecho lo propio en la subversión de héroes y símbolos nacionales. Podemos mencionar desde su acercamiento al Monumento a la Madre como una forma de trastocar las políticas maternalistas conservadoras que tanto defendió el nacionalismo revolucionario; hasta sus recientes pintas en el “Ángel de la Independencia” y a cuadros de Francisco i. Madero. Esta es una oleada feminista que ha recurrido al embate iconoclasta contra símbolos nacionales como una forma de expresar el hartazgo y crítica a un Estado nacional donde gobernantes y pobladores han naturalizado la misoginia y hasta el feminicidio.
Todos estos casos no son en absoluto anecdóticos, ya que demuestran que más allá de un juicio moral sobre si el nacionalismo es bueno o malo, lo cierto es que se trata de un elemento que ha sido objeto de rechazos, apropiaciones y usos que demuestran que los símbolos y las identidades también son parte de los argumentos con que se disputa y negocia en el campo de la política.