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¿Tiene Donald Trump los días contados?

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ALEJANDRO HERRERASanto Domingo

Como si se tra­tase de una expresidenta o una heroí­na de guerra, la despedida con los más altos honores protocola­res de la progresista ma­gistrada Ruth Bader Gins­burg, en la sala circular del National Statuary Hall en Washington, posada sobre el mismo sepulcro cons­truido para acoger los res­tos de Abraham Lincoln, revela la extraordinaria significación de una mujer, cuya muerte a los 87 años, vencida por un cáncer de páncreas, es aprovechada para elevar a su máxima potencia los niveles de la polarización que caracteri­za el ambiente político de los Estados Unidos, a esca­sas semanas para la cele­bración de los cruciales co­micios del 3 de noviembre.

La Suprema Corte de Justicia estadounidense, garante de la Constitución y del equilibrio ideológico del sistema, está integrada por nueve magistrados, cu­yos cargos de jueces son vita­licios. En la actualidad, cinco son de tendencia conserva­dora (republicanos) y, con la magistrada Ginsburg, cua­tro eran de orientación libe­ral (demócratas), por lo que prácticamente se producía un empate, que se rompía con el voto del magistrado presidente, el conservador John G. Roberts. Ahora, la posibilidad de ampliar esa mayoría conservadora a seis miembros, pone en ma­nos del presidente Donald Trump un tanque de oxígeno político, capaz de movilizar como ningún otro atizador al votante conservador.

Todo indica que la propia magistrada Ginsburg resis­tió hasta donde pudo, para no morir antes del 3 de no­viembre, deseando que su reemplazo lo iniciara el Pre­sidente que surgiera de los pautados comicios, y para que no quedaran dudas de ese propósito y aspiración, lo dejó por escrito como le­gado, en un documento re­velado por sus familiares, momentos después de su muerte. Cualquier persona sensata podría razonar que la mejor forma de honrar a quien en vida todos coinci­den en reconocer como una legendaria magistrada, que hizo historia en los 27 años de ininterrumpida labor en el poderoso alto tribunal es­tadounidense, se materiali­za sencillamente haciendo cumplir su deseo de cuándo ser reemplazada.

Sin embargo, actuando en contra del propio preceden­te planteado, cuando “hace 4 años, a diez meses de las elec­ciones, los republicanos, que entonces igual que hoy ocu­paban la mayoría en la Cá­mara Alta, se negaron a ini­ciar siquiera la confirmación del juez propuesto por el de­mócrata Barack Obama, ale­gando que, en año electoral, procedía esperar a que lo no­minara el presidente salido de las urnas”.

Ahora, en menos de 24 ho­ras, con el cadáver aún calien­te, en pleno proceso electoral y faltando apenas semanas para el 3 de noviembre, Do­nald Trump, actuando como un Mike Tyson de la política, aprovechó su participación en el siguiente mitin electoral para anunciar que nominaría a la candidata de su preferen­cia, y que días después resultó ser la conservadora Amy Co­ney Barret, de 48 años, quien ocuparía la silla dejada vacan­te por la fallecida magistrada Ginsburg.

Este osado paso político hace más explosiva y delica­da la ya ardiente batalla elec­toral que polariza el clima po­lítico de los Estados Unidos como nunca antes en su his­toria, pudiendo desembocar en más violencia callejera en un país donde la pandemia de la COVID-19 se ha ensaña­do, arrojando más de 7 millo­nes de contagiados y más de 200 mil muertes por el coro­navirus, superando las cifras de fallecidos en la mayoría de las guerras en las que la super­potencia del norte se ha invo­lucrado.

Como si no bastara con las protestas interraciales y la cri­sis económica con su galopan­te desempleo, el presidente Trump no descansa en su ta­rea de “echarle leña al fuego”, agitando contra el uso de las mascarillas, contradiciendo y desautorizando a las autorida­des sanitarias y científicas de su propia administración; pro­metiendo la vacuna para an­tes de noviembre; acusando de comunistas peligrosos a sus adversarios demócratas; cues­tionando el voto por correo; y disparando todas las alarmas cuando anuncia la temeraria amenaza de que no garantiza una transición pacífica en caso de no ser favorecido en las ur­nas, obligando al propio Con­greso a casi desautorizarlo, rectificando que este proceso no está en peligro.

No obstante, ante tantos desatinos y embrollos en los que constantemente se ve en­vuelto el presidente Trump, algunos de sus antiguos con­tendientes advierten sobre el riesgo de subestimarlo, y aun­que sigue marcando impor­tantes porcentajes en las en­cuestas, es muy probable que sus días en la Casa Blanca es­tén contados.

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