Enfoque
¿Tiene Donald Trump los días contados?
Como si se tratase de una expresidenta o una heroína de guerra, la despedida con los más altos honores protocolares de la progresista magistrada Ruth Bader Ginsburg, en la sala circular del National Statuary Hall en Washington, posada sobre el mismo sepulcro construido para acoger los restos de Abraham Lincoln, revela la extraordinaria significación de una mujer, cuya muerte a los 87 años, vencida por un cáncer de páncreas, es aprovechada para elevar a su máxima potencia los niveles de la polarización que caracteriza el ambiente político de los Estados Unidos, a escasas semanas para la celebración de los cruciales comicios del 3 de noviembre.
La Suprema Corte de Justicia estadounidense, garante de la Constitución y del equilibrio ideológico del sistema, está integrada por nueve magistrados, cuyos cargos de jueces son vitalicios. En la actualidad, cinco son de tendencia conservadora (republicanos) y, con la magistrada Ginsburg, cuatro eran de orientación liberal (demócratas), por lo que prácticamente se producía un empate, que se rompía con el voto del magistrado presidente, el conservador John G. Roberts. Ahora, la posibilidad de ampliar esa mayoría conservadora a seis miembros, pone en manos del presidente Donald Trump un tanque de oxígeno político, capaz de movilizar como ningún otro atizador al votante conservador.
Todo indica que la propia magistrada Ginsburg resistió hasta donde pudo, para no morir antes del 3 de noviembre, deseando que su reemplazo lo iniciara el Presidente que surgiera de los pautados comicios, y para que no quedaran dudas de ese propósito y aspiración, lo dejó por escrito como legado, en un documento revelado por sus familiares, momentos después de su muerte. Cualquier persona sensata podría razonar que la mejor forma de honrar a quien en vida todos coinciden en reconocer como una legendaria magistrada, que hizo historia en los 27 años de ininterrumpida labor en el poderoso alto tribunal estadounidense, se materializa sencillamente haciendo cumplir su deseo de cuándo ser reemplazada.
Sin embargo, actuando en contra del propio precedente planteado, cuando “hace 4 años, a diez meses de las elecciones, los republicanos, que entonces igual que hoy ocupaban la mayoría en la Cámara Alta, se negaron a iniciar siquiera la confirmación del juez propuesto por el demócrata Barack Obama, alegando que, en año electoral, procedía esperar a que lo nominara el presidente salido de las urnas”.
Ahora, en menos de 24 horas, con el cadáver aún caliente, en pleno proceso electoral y faltando apenas semanas para el 3 de noviembre, Donald Trump, actuando como un Mike Tyson de la política, aprovechó su participación en el siguiente mitin electoral para anunciar que nominaría a la candidata de su preferencia, y que días después resultó ser la conservadora Amy Coney Barret, de 48 años, quien ocuparía la silla dejada vacante por la fallecida magistrada Ginsburg.
Este osado paso político hace más explosiva y delicada la ya ardiente batalla electoral que polariza el clima político de los Estados Unidos como nunca antes en su historia, pudiendo desembocar en más violencia callejera en un país donde la pandemia de la COVID-19 se ha ensañado, arrojando más de 7 millones de contagiados y más de 200 mil muertes por el coronavirus, superando las cifras de fallecidos en la mayoría de las guerras en las que la superpotencia del norte se ha involucrado.
Como si no bastara con las protestas interraciales y la crisis económica con su galopante desempleo, el presidente Trump no descansa en su tarea de “echarle leña al fuego”, agitando contra el uso de las mascarillas, contradiciendo y desautorizando a las autoridades sanitarias y científicas de su propia administración; prometiendo la vacuna para antes de noviembre; acusando de comunistas peligrosos a sus adversarios demócratas; cuestionando el voto por correo; y disparando todas las alarmas cuando anuncia la temeraria amenaza de que no garantiza una transición pacífica en caso de no ser favorecido en las urnas, obligando al propio Congreso a casi desautorizarlo, rectificando que este proceso no está en peligro.
No obstante, ante tantos desatinos y embrollos en los que constantemente se ve envuelto el presidente Trump, algunos de sus antiguos contendientes advierten sobre el riesgo de subestimarlo, y aunque sigue marcando importantes porcentajes en las encuestas, es muy probable que sus días en la Casa Blanca estén contados.