Opinión

Enfoque

El carisma: ¿don o fabricación?

GEDEÓN SANTOSSanto Domingo, RD

“Ningún hombre es superior a su pueblo”. Juan Bosch.

Por muchos años se ha sostenido que el carisma es exclusivo de determinadas figuras políticas y que es un atributo consustancial de su personalidad. A esos líderes se les ha atribuido poderes especiales, embrujo y magia personal para mover las masas o para dirigir la nación. Otros han pensado que está asociado a una imagen física contagiosa o que proviene de algo sobrenatural.

Pero un análisis minucioso de la historia nos lleva a conclusiones diferentes. Winston Churchill era de contextura gorda, Charles De Gaulle era delgado y de alta estatura, Napoleón Bonaparte era pequeño y Franklin Delano Roosevelt era impedido físico y andaba en silla de ruedas. La característica común de estos grandes hombres era que todos eran considerados carismáticos y que todos irradiaban magia frente a sus seguidores.

Entonces, si el carisma no se puede determinar por las cualidades físicas, materiales o intelectuales, ¿qué es entonces el carisma? ¿Es una condición intrínseca del líder o es una fabricación externa? ¿Es el carisma el que conduce al éxito o es el éxito la fuente del carisma? ¿Es el carisma un atributo exclusivo de los líderes o es también una condición que poseen los grupos sociales?

Los orígenes del carisma

Desde tiempos muy antiguos el carisma ha estado asociado a una combinación de habilidades personales, manejo de la imagen, uso de símbolos de impacto y a la ejecución de rituales considerados mágicos. Quizás, la primera manifestación de carisma la podemos encontrar en los brujos y hechiceros de las sociedades antiguas. Para alcanzar la condición de carismático, “el brujo se vestía y adornaba de una forma especial, invocaba el poder de los dioses, entraba en trance y realizaba ritos impresionantes que dejaba pasmada a la comunidad”. Normalmente, este “don” del brujo se transformaba en una forma de poder para solucionar problemas sociales como procurar la lluvia, proporcionar buenas cosechas, curar enfermedades o derrotar al enemigo; todo lo cual devenía en una forma de liderazgo que se transformaba en obediencia, admiración y respeto.

El gran aporte del sociólogo Max Weber fue el mostrar el proceso evolutivo mediante el cual el mago es sustituido por el rey a través de la transformación del carisma en práctica cotidiana y en fuerza institucional. Este proceso consiste en transferir la carga carismática inicialmente poseída por un individuo o por un grupo social, a otros individuos, mediante procesos de sucesión repetibles, institucionalizados, racionales y legales.

Carisma, dominación y poder

Visto así, el carisma es una forma de dominación que deriva de la pretensión de legitimar determinada forma de poder mediante la apelación a la magia de un individuo o grupo dominante. A su vez, para que esta forma de dominio sea efectiva es necesario establecer la validez del carisma mediante su reconocimiento por parte de los dominados. Claro está, que un grupo social acepta el liderazgo carismático sólo cuando cree que las acciones del líder vendrán en beneficio suyo. Por lo que la autoridad del carisma sólo es estable y permanente cuando da pruebas eficaces y útiles de los beneficios del carisma para el grupo social y cuando da muestras de que ha cumplido a cabalidad la misión para la cual fue elegido como líder.

Así, los reyes de las sociedades antiguas a quienes se les atribuían poderes mágicos a causa de su privilegiada relación con lo divino eran considerados directamente responsables tanto de los éxitos como de los fracasos de la comunidad. Por lo que cuando el rey no podía parar las hambrunas, impedir las epidemias o ganar la guerra, era culpado directamente por los daños causados, por lo que su carisma era puesto en duda, la autoridad cuestionada y en algunos casos era exiliado, apaleado o finalmente ejecutado, y su misión y carisma eran transferidos a otro líder más apto para la nueva coyuntura social. Esto quiere decir que desde sus inicios el concepto de carisma ha estado asociado a la relación entre las necesidades sociales, la misión encomendada a un líder para resolverlas y al éxito o fracaso de ese líder para llevar a su pueblo al logro de los objetivos planteados.

La estructura del carisma

El escritor Rodrigo Borja dice al respecto: “por el hecho de ocupar o haber ocupado posiciones cimeras de mando social, de haber realizado acciones de extraordinario arrojo y valor o de haber conquistado el éxito o la gloria, una persona se ve rodeada de una aureola de brillo, fama, admiración y a veces leyenda. Con mayor razón si está acompañada de la fuerza hipnótica del poder”.

Hoy, podemos decir, que el carisma es una combinación del prestigio y las cualidades personales del líder; al que se le suma la mística, la historia y los recursos del grupo social, la fuerza y la dinámica de la misión encomendada, la construcción por la vía de la publicidad de una imagen impactante y socialmente aceptada, los símbolos sociales y económicos del éxito y los impresionantes símbolos del poder. Todo lo anterior, promovido por los medios de comunicación y por los integrantes del grupo social en forma de propaganda directa o subliminal y repetido hasta la saciedad por todos los medios que permite el poder y los modernos mecanismos de persuasión.

Investido entonces el líder de todos estos poderes y cualidades, su figura se convierte en un factor de atracción, seducción y persuasión. Su brillo contagia todo lo que hace, dice o toca. Sus actos y sus palabras despiertan una fascinación especial. Ideas y acciones a veces sin contenido ni trascendencia o cualquier gesto por insignificante que parezca, pueden suscitar la admiración de sus seguidores, por lo que muchos le hacen al líder culto y reverencia sin cuestionamientos ni crítica alguna.

Los líderes carismáticos contemporáneos

En su forma actual, los líderes carismáticos contemporáneos ya no pretenden fundamentar la legitimidad de su dominio sobre una relación privilegiada con lo divino o con lo mágico, sino apelando a mitos y promesas para demostrar que son los únicos que pueden identificar los problemas nacionales y que sólo ellos conocen el camino que conduce a su solución definitiva. Normalmente, estos líderes que apelan al carisma utilizan el mito, la leyenda y el misterio como forma de ocultar las debilidades de su personalidad y de su liderazgo apoyándose en estereotipos y prejuicios culturalmente arraigados. Aprovechan el poder de los medios de comunicación, la magia de la publicidad, la precisión del “Big Data”, las redes sociales y la ignorancia de la población para fabricar cualidades ajenas al líder pero socialmente admiradas y deseadas.

El carisma frente a la historia

Por lo que podemos concluir, que convertir el concepto de carisma en un sinónimo de “ascendiente personal” o de don único y exclusivo de un líder en particular es una deformación de la ciencia, una negación de la historia y un empobrecimiento del pensamiento para legitimar una forma de poder o para mantener privilegios adquiridos. Pues, fuera de lo meramente esotérico, no hay pruebas científicas o históricas que demuestren la posesión intrínseca de magia, ángel, magnetismo, encanto, hechizo o cualquier forma de don especial que convierta a los líderes en seres sobrehumanos, cuyas cualidades lo ubican por encima de la sociedad y de las necesidades y las aspiraciones nacionales.

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