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El destino inexorable de las tres causales

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JONATHAN D’OLEO PUIGSanto Domingo, RD

La película de te­rror del aborto aniquilador lle­va décadas ro­dando en países desarrollados. En Esta­dos Unidos se presenta en cientos de salas a nivel na­cional. Las personas que a ellas acuden entran de dos en dos, no en calidad de meras espectadoras, si­no como figuras protagó­nicas. A medida que hacen su entrada, una de las per­sonas se ve a simple vista. La otra reside en el vientre de la primera, en el lugar ideal para su desarrollo inicial. Sin embargo, iróni­camente, aquel lugar idó­neo para su desarrollo se constituye, de un momen­to a otro, en su cámara de ejecución cuando el doctor inserta instrumentos lace­rantes seguido de un con­ducto que succiona lo que los abortistas llaman “el producto”. Ese “producto” que es, en efecto, un ser humano, es eliminado, en la gran mayoría de los ca­sos, más que por razones médicas, por razones pre­eminentemente egocéntri­cas.

Así es, en Estados Uni­dos, el 75% de las muje­res que abortan el hijo que albergan en el vientre, lo hacen argumentando que tener el bebé comprome­tería su desarrollo acadé­mico, profesional y/o so­cial en sentido general; el 50% decide abortar por­que no quieren ser madres solteras o porque, simple­mente, tienen problemas relacionales con el padre de las criaturas que cargan por encima de sus cintu­ras. Solo un 2% de las mu­jeres que deciden desha­cerse del ser humano que se desarrolla dentro de su cuerpo, lo hacen porque el embarazo se produjo fruto de una violación, incesto o porque el niño fue diagnos­ticado con algún defecto congénito.

Desde que el aborto se le­galizó en Estados Unidos el 22 de enero de 1973, la Su­prema Corte de Justicia es­tableció que los gobiernos estatales no pueden regu­lar el aborto durante los pri­meros tres meses de emba­razo. Más adelante, en esa misma sentencia, se pun­tualiza que en el segundo trimestre de embarazo las autoridades estatales tienen la opción de regular el em­barazo, pero solo en mane­ras que protejan la salud de la mujer. Respecto del ter­cer trimestre de embarazo, la Suprema Corte les otor­ga a los gobiernos estata­les la autoridad de prohibir el aborto, excepto en casos que sea necesario para pre­servar la salud y la vida de la madre.

Dado el carácter vago del lenguaje de la sentencia en torno a la salud de la mu­jer, técnicamente el aborto en EE. UU. es legal desde la concepción hasta el na­cimiento. Específicamente, la definición de salud que la Suprema Corte usa en su sentencia cubre un amplio espectro que va desde lo es­trictamente médico hasta el extenso y flexible repertorio diagnóstico del cual gozan los psicólogos.

Hoy día en EE. UU., las feministas y otros grupos de intereses afines abogan para que el lenguaje que legaliza el aborto establez­ca que el mismo es legal “por cualquier razón o por ninguna razón en particu­lar”. Es lo que podríamos llamar en buen dominica­no un aborto “medalaga­nario”. Ahora bien, esto no siempre fue así. De he­cho, el movimiento abor­tista en EE. UU. tuvo como argumento central, por un periodo de tiempo, las fa­mosas tres causales que hoy son el objeto de deba­te aquí en la patria de Juan Pablo Duarte. Sin embar­go, si nos vamos a la géne­sis del movimiento abor­tista en la tierra de George Washington, tendríamos que hablar de la Sra. Mar­garet Sanger, fundadora de Planned Parenthood, la entidad que, en la actua­lidad, tiene a su cargo la mayor cantidad de salas donde se rueda la película de terror del aborto aniqui­lador en numerosas tandas semana tras semana.

Inicialmente, la Sra. San­ger abogó por el aborto mo­tivada, fundamentalmente, por el racismo y la eugene­sia. Estas, dicho sea de pa­so, fueron, básicamente, las motivaciones de Adolfo Hitler y sus secuaces para llevar a cabo el exterminio de más de seis millones de judíos a finales de la prime­ra mitad del vigésimo siglo después de Cristo.

Como modo de obviar el origen oscuro del movi­miento abortista, los pala­dines del sector progresista han empleado un lengua­je positivo para avanzar su causa. Por ejemplo, ellos se hacen llamar los “pro-libertad de decisión” (pro-choice) en vez de los “pro-aborto”. Dicen estar a favor de los derechos de la mujer en vez de establecer que están en contra de recono­cer que el bebé que se en­cuentra dentro de la mujer es un ser que tiene dere­chos también. En ese sen­tido, cabe señalar que para principios de los años no­venta la primera dama de los EE. UU., Hillary Clin­ton, abogaba por un abor­to seguro, legal y raramen­te practicado.

Lastimosamente, como sabemos, desde su legaliza­ción, el aborto en EE. UU. no ha sido para nada algo raro. Por el contrario, ha si­do practicado de manera profusa al punto que hace tan solo unos años, el 29% de los embarazos en Was­hington, DC, terminaron en aborto. En términos agrega­dos, en los 47 de años que lleva de legalizada la inte­rrupción del embarazo, en Estados Unidos se han abor­tado más de cuarenta y cua­tro millones de bebés, en su mayoría, proporcionalmen­te hablando, afroamerica­nos. Llama la atención que los líderes del movimiento Black Lives Matter no usan su capital político para bus­car solucionar este proble­ma que opaca a todos los demás por los cuales ellos salen a protestar, a robar y a vandalizar.

En lo que atañe a Repú­blica Dominicana, hoy por hoy, el juego parece estar armado para la legalización del aborto dentro del marco de las tres causales. El pre­sidente Luis Abinader se ex­presó en favor del particular durante la campaña electo­ral. Curiosamente, la Licen­ciada Raquel Peña, quien él escogió como compañera de boleta y que hoy, conse­cuentemente, ocupa la vi­cepresidencia, se opone ve­hementemente al aborto en todas y cada una de sus for­mas. Quizás de mayor peso es el hecho de que el PRM, como institución política, está a favor de las tres cau­sales y, además del presi­dente Abinader, tienen el li­derazgo feminista de Faride Raful quien está empecina­da en materializar la agen­da abortista en su gestión como congresista.

Dicho todo esto, que na­die se llame a engaño. Co­mo demuestra el patrón estadounidense y el de mu­chos otros países de oc­cidente, la agenda de los abortistas va mucho más allá de las tres causales. Esa argumentación tripar­tita no es más que un pun­to de partida; el de menos inercia en una agenda am­biciosa que busca institu­cionalizar no nada más el aborto, sino también una retahíla de políticas anti-familia que debemos parar en seco aun antes de que lleguen al foro del Congre­so. Si ahí llegan y efectiva­mente se aprueban, el des­tino inexorable de las tres causales será la conforma­ción de un sistema deplo­rable donde el inocente no estará seguro ni el vientre de su madre.

El autor es economista.

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