El autócrata gobernante de la nueva Rusia imperial
Sin la nostalgia del antiguo poderío soviético, ni el caos imperante en los primeros años de la democracia en los 90, hoy pocos dudan que Vladimir Putin ha logrado devolverle a Rusia su lugar entre las potencias del mundo, integrándola a una economía globalizada, obteniendo beneficios y explotando las entidades financieras del libre mercado –bancos, mercados de valores, operadores comerciales-, aupando allegados para convertirlos en nuevos magnates y permitiendo el disfrute de cierta bonanza económica a los rusos en general.
¿Cómo ha logrado Putin el pleno dominio político y el restablecimiento de los controles del Estado sobre los vastos recursos de gas y petróleo de su país y transformarlos en poderosos instrumentos geopolíticos de la nueva Rusia? Esa es una pregunta obligada de cualquier curioso de la ciencia política, cuya respuesta se encuentra en las características del ejercicio de un poder prolongado de Vladimir Putin bajo formalidades democráticas, que ha devenido en un gobierno con estilo y manejo autocrático.
La autocracia, etimológicamente, se define “como el ejercicio del poder por voluntad propia”, y aunque el profesor Rodrigo Borja, en su Enciclopedia de la Política, plantea que Democracia y Autocracia son dos formas diametralmente opuestas de ordenación estatal, donde una es la antípoda de la otra, él mismo expone que ambas tienen en común que ninguna se da en la realidad en su forma más pura. Así las “presidencias” de Putin se validan en elecciones abiertas, y luego todo el poder se concentra en su persona.
En una de las conferencias de prensa anuales celebradas en el Kremlin, recuerda Steven Lee Myers, su mejor biógrafo, según The Washington Post, “Putin respondió de forma extensa y detallada a una pregunta, argumentando “que no creía que un sistema parlamentario pudiera gobernar un país tan vasto y étnicamente diverso como Rusia”. Por eso desde su inicio acuñó el slogan que encarnaba las contradicciones internas de su ideología, de sus estudios como abogado, de su experiencia como oficial de inteligencia y de su temperamento: Una Nueva Rusia obediente de las reglas, segura y próspera.
Obviando el poderío de la antigua Unión Soviética, a la que era imposible volver, Putin fundamenta su visión de una gran nación Rusa recurriendo a la historia, de donde rescató la teoría de IVAN ILYN, filósofo, religioso y político, despreciado y expulsado por los bolcheviques en 1922, que desarrolló la tesis de convertir el inmenso país en “el imperio de la tercera Roma, trazando su propio curso, indiferente a la imposición de valores extranjeros”, y creando la noción de democracia soberana.
Putin impartió su orden en la casa, domando a los nuevos ricos y oligarcas surgidos durante los gobiernos de Boris Yeltsin, que amasaron enormes fortunas a costa de un Estado en tránsito al capitalismo. En su propio parecer, en cierta medida, esos neo gerifaltes económicos tuvieron la impresión de que “los dioses dormían en sus cabezas” y de que todo les estaba permitido. Así, quienes no acataron sus advertencias reiteradas fueron sometidos a tormentosos procesos judiciales de revisión, terminaron en prisión y despojados de sus empresas y corporaciones, como el emblemático caso del otrora magnate petrolero, Mijaíl Jodorkovsky o del muy actual opositor político Alexei Nalvany, quien la semana pasada llegó en estado grave a Alemania donde intentan salvarlo de un presunto envenenamiento.
Ejerciendo la parte ruda de la política, el Presidente ruso impuso respeto eliminando, tanto opositores políticos como oligárquicos, con métodos non sanctos, donde unos son judicializados, otros menos dichosos mueren sospechosamente envenenados, mientras los más afortunados corren al exilio. En la Rusia del putinismo “una llamada telefónica de un Comité de investigación es ahora tan ominosa como lo había sido el golpe en la puerta del otrora temido KGB en la época soviética”.
Desde “el 2005, extendió su control sobre los monopolios del Estado y coincidió con la eliminación de los últimos controles políticos contra su poder en el parlamento y/o el poder judicial”. “No ha restituido ni la Unión Soviética ni el imperio zarista, sino una nueva Rusia con las características e instintos de ambos, con él como secretario general y soberano, siendo tan indispensable como el país es excepcional. Sin Putin, no hay Rusia”, que posiblemente será gobernada por él hasta 1936.