Panorama político
Una hostil transición
La transmisión del mando el próximo 16 de agosto del presidente Medina al presidente electo Abinader marca una diferencia enorme sobre la prevalencia del poder civil a lo que ocurrió en 1978, cuando el presidente electo Guzmán asumiría el poder de manos del doctor Joaquín Balaguer bajo amenaza militar.
La foto publicada en los medios donde se ve al presidente electo Abinader visitando al ministerio de las Fuerzas Armadas, era contrario a lo que ocurrió cuando Guzmán vivía una transición aceptable por la rama civil que encarnaba Balaguer y rechazada por el aparato militar del régimen saliente.
El presidente electo Abinader fue al ministerio a conocer la estructura C51 y la Big Data Sanitaria de esa institución puesta en uso recientemente por el presidente Medina. Aunque no se dijo la visita también guardaba la tradición desde 1978, con la diferencia de que ahora no había disgustos ni crispaciones.
El ministro de las Fuerzas Armadas, teniente general del Ejército, Rubén Ernesto Paulino Sem, recibió a Abinader, a su vicepresidenta electa, Raquel Peña, al designado ministro de defensa de Abinader, general Carlos Luciano Díaz, y a otros ministros entrantes.
Días antes el presidente Medina invitó a visitarlo en el Palacio Nacional tanto a Abinader como a la vicepresidenta electa, señora Peña, en un gesto de deferencia que afianza la idea de que existe una marcada distancia entre la época pasada y la actual.
A Guzmán no se le habría ocurrido anticipar quiénes serían sus jefes militares cuando tenía una lista enorme para poner en retiro, figuras que tenían el poder dividido por regiones, en algunas de las cuales el candidato perredeísta tuvo dificultades para entrar en la campaña.
Militares hostigan PRD me ocurrió”. Esa noche GFue tan hostil el rechazo de las fuerzas militares al triunfo del Partido Revolucionario Dominicano, PRD, sobre el Partido Reformista, PR, en 1978, que desde el cuartel general de la Policía salieron a las calles enviados por sus jefes, clases y alistados con pañuelos colorados al cuello y en los fusiles.
El colorado era el color reformista. Se trataba de una intimidación nunca vista en tiempos modernos del rechazo militar a la asunción del candidato opositor que había ganado las elecciones de manera limpia, según dijo la Junta Central Electoral, JCE, y observadores internacionales.
Sofocado por Balaguer, el temor a una división militar, la firme presión del PRD y Estados Unidos para que se reconociera el nuevo presidente, la situación al parecer quedó sosegada, pero en el interior de los cuarteles había un rechazo de los jefes a Guzmán.
Guzmán, sin dudas un hombre de valor, al parecer en cualquier circunstancia, entendió que debía visitar los cuarteles en su calidad de comandante en jefe entrante. Había fuerte oposición sobre todo en la Policía y la Fuerza Aérea, un coto del general Lluberes Montás.
En el Ejército Nacional la oposición a Guzmán era menor porque había surgido un movimiento de cambio que tenía nombre secreto y que lo encabezaba el general Rafael Adriano Valdez Hilario, un militar de un temple de hierro que prometió a Guzmán que todo saldría bien.
Valdez Hilario había aparecido en la portada del periódico Última Hora en un artículo con mi firma en el cual se decía que no por el rumor de que el militar sería nombrado por el presidente Guzmán como el secretario de las Fuerzas Armadas, podía ser cancelado y puesto en retiro.
Quizás para cumplir el protocolo y tomar distancia tan pronto la JCE anunció que Guzmán era el presidente electo, Balaguer le mandó una limosina negra y miembros del Cuerpo de Ayudantes, aunque el malestar entre los jerarcas militares continuó durante algún tiempo hasta las visitas a los cuarteles.
Luego de una brega y tensión nerviosa de varios días, el presidente Guzmán con reducida compañía visitó las sedes de los institutos castrenses. Antes habían ido amigos del nuevo presidente a explorar el terreno para verificar si los resquemores habían cedido.
El 16 de agosto tras su toma de posesión, el presidente Guzmán juramentó al general Valdez Hilario como nuevo secretario de las Fuerzas Armadas en sustitución del general Juan René Beauchamps Javier, quien había asumido el mando tras la renuncia de los cuatro jefes militares.
La renuncia ocurrió en 1975. Balaguer recibió las renuncias del secretario, Ramón Emilio Jiménez; de los jefes de estado mayor del Ejército Nacional, Enrique Pérez y Pérez, de la Marina, Manuel Logroño Contín, y de la Fuerza Aérea, Salvador Lluberes Montás, quienes la enviaron con el subsecretario, vicealmirante Amiama Castillo.
Las visitas más tensas que llevó a cabo Valdez Hilario al posesionar a los nuevos jefes fueron en la base naval de Sans Soucí, donde Guzmán había nombrado a Amiama Castillo, para reemplazar al vicealmirante Rivera Caminero, y en San Isidro, donde asumió el general Alfredo Imbert McGregor. Ambas ceremonias se produjeron con la sola presencia de dos periodistas, quien escribe esta nota y el editor gráfico del Listín Diario, Antonio García Valoy, ya entrada la noche.
La renuncia a Balaguer de los jefes militares Pérez y Pérez, Beauchamps Javier, Logroño Contín y Lluberes Montás había sido motivada por la designación del general Neit Nivar Seijas como jefe de la Policía Nacional para investigar el asesinato del periodista Orlando Martínez.
En conversaciones que sostuve con el general Nivar Seijas en 1980, enviado por Guzmán como agregado militar a Washington, D.C., y delegado ante la Junta Interamericana de Defensa, reconoció que la derrota de Balaguer fue el momento más difícil de su carrera.
Nivar Seijas era un político nato. Por su despacho en la jefatura de la Policía Nacional pasaban dirigentes políticos reformistas que en el fondo lo veían como un eventual candidato de ese partido, ya que Balaguer, ciego y anciano, parecía no tener futuro. Nivar Seijas comenzó una campaña política por su pueblo San Cristóbal, pero murió del corazón antes de que la misma floreciera.
En la recepción que el embajador dominicano en Washington, Enriquillo del Rosario Ceballos, ofreció el 27 de febrero de 1980, el general Nivar Seijas estaba al margen del grueso de invitados. Yo estaba en esa misión como consejero y cónsul general. Como lo conocía desde mis días de periodista en Última Hora, conversé bastante con él.
Una de mis preguntas fue si a él le habría pasado por la mente en algún momento que siendo el militar más importante del país estaría algún día en el exterior como diplomático y en una especie de exilio dorado que no era de su agrado.
Su respuesta, lacónica como era su conversación fue: “Nunca se me ocurrió”. Esa noche Guzmán lo puso en retiro.