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Almirante Rubén Paulino Álvarez, ARD In Memoriam

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Homero Luis Ljr SoláSanto Domingo, RD

Cuando un joven ingresa a una academia mi­litar, entre sus anhelos surgen muchas inquietudes, y una de las primeras es la aspira­ción de ser como el oficial o cadete que más ha desperta­do su admiración, ya sea por el porte, por su carácter éti­co o por su desempeño pro­fesional que sobresale ante los demás.

En lo particular, ateso­ré una experiencia con el comandante Rubén Pauli­no Álvarez, cuya capacidad profesional y rectitud se vol­vieron leyenda por el año 1985, refrendándose cuan­do el destino me llevó a ser oficial a bordo del buque, Remolcador Macorís RM-21, que él comandaba, y es­tando surto en el muelle de Sans Soucí, Villa Duarte, se originó una entrada de agua por la popa (atrás), hecho que provocó una reunión con los oficiales de a bor­do. Ese incidente se convir­tió en gran enseñanza, pues ese pundonoroso oficial, con efectividad técnica y gran serenidad, diseñó una estra­tegia tal, que al final del día estaba reparada la avería.

En la siguiente semana se presentó la primera navega­ción desde Santo Domingo al puerto de Barahona. A la salida, se originó una situa­ción donde los vientos y co­rrientes en el canal de sali­da del puerto, desplazaron la nave lateralmente hacia babor (izquierda), acercán­dola a una zona rocosa, y gracias al arrojo marinero y pericia del comandante Pau­lino , ordenando full avante (adelante) a las máquinas y timón a la vía (derecho), aunque en ese instante ge­neró tensión, logró el buque avanzara casi rozando las rocas del apostadero militar, saliendo a la mar, sin ningún daño, mientras observába­mos admirados tal demostra­ción de destreza .

En 1988, al regreso de uno de mis entrenamientos en los Estados Unidos de Nortea­mérica, para mi sorpresa, fui transferido con carácter tran­sitorio a la Policía Nacional, como ayudante del entonces teniente coronel, Rubén Pau­lino Álvarez, quien también fue transferido transitoria­mente de la Armada, como “comandante del departa­mento antinarcóticos” de la Policía Nacional, en la jefatu­ra del brillante mayor gene­ral, Fernando Sánchez Aybar, Ejército Nacional.

A partir de esa experiencia en la policía, mantuvimos una constante y continua relación de amistad, que me sirvió bas­tante cuando posteriormen­te fungía como enlace con el Grupo Consultivo de Asisten­cia Militar de los EE.UU. (MA­AG) y él como subcoman­dante general de la Armada, disponiendo que el enlace del MAAG participara en las re­uniones mañaneras donde se trataba la listeza operacional naval, tipos de apoyo en re­puestos, accesorios y entrena­mientos, que el esquema de asistencia militar USA podría aportar en función a las misio­nes de la Armada, como de hecho contribuyó a la repa­ración y puesta en servicio de varios barcos y a que muchos oficiales y alistados entrena­ran en los EE.UU.

En 1996, durante el pri­mer gobierno del presiden­te Leonel Fernández, sucedió una novedad cuando al pres­tigioso mayor general pilo­to, Juan Bautista Rojas Tabar, FARD, secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, la intri­ga de compañeros de armas le hizo saltar del cargo, pero sin que los que maniobraron en su contra fueran favore­cidos y en sustitución del ge­neral Rojas, fue designado el almirante Rubén Paulino Ál­varez. Dada nuestra relación profesional y personal de an­taño, me nombró su ayudan­te personal.

La gestión del almiran­te Paulino, constituyó un en­te de equilibro por su entere­za y visión que permitieron adrizar al estamento militar, restableciendo la disciplina y eliminando posibles cona­tos de retaliación, dando cá­tedras de don de mando, de profesionalidad, liderazgo y un brillante manejo, tanto de la defensa como de la segu­ridad pública. Aunque tuvo que lidiar con varias huelgas (1997), que ameritaban apo­yo militar a la Policía Nacio­nal, gracias a su reciedumbre y su condición de apartidista, no objetable por la sociedad civil, como debe ser siempre, dedicado exclusivamente a su carrera militar, el gobierno sa­lió airoso.

Cuando nos afectó el hura­cán George (1998), sus terri­bles secuelas fueron controla­das por las Fuerzas Armadas, agregando las responsabili­dades de la Defensa Civil de ese entonces, bajo un mando consolidado y respetuoso, si­tuación en la que sobresalió nueva vez el almirante Pau­lino, pues manejó ese proce­so de manera magistral y sin protagonismo.

El almirante Paulino fue un militar tan correcto, que al re­tornar al poder el presidente Fernández, (2004), estando en situación de retiro, en vez de aprovechar su buena ima­gen y su incuestionable ca­pacidad, cuando le pregunté si iba a saludar al presidente recién electo, él me contestó con su sinceridad, criterio ins­titucional y caballerosidad ha­bituales: “el Presidente tiene mucha gente que lo quiere sa­ludar, no voy a ser un ente de temores para los uniformados que se creen merecedores de los cargos del gobierno, si me necesitan saben dónde en­contrarme”, comportamiento muy raro en un país donde predominan los “cabildeos”.

Después de su retiro forzo­so, un almirante élite como él, nunca fue utilizado, por no incursionar en la política ni hacer uso de palancas, sien­do éstas las razones principa­les del por qué, ese caudal de experiencia no siguiera apro­vechándose , pese a las aún marcadas deficiencias en los delicados ámbitos de seguri­dad y defensa, sobre todo en el indispensable respeto al mi­litar que se deriva de un com­portamiento correcto e insti­tucional ante los políticos.

Despedimos al almiran­te Paulino en medio de una pandemia que impidió su desatraque en la barca de Caronte, con los altos hono­res que se ganó por su estela indeleble de méritos y digni­dad, que debe servir de ejem­plo cada vez que se hable de militares honestos y de des­empeño profesional íntegro, hecho que constituye, ahora más que nunca, un orgullo inmenso para su distinguida esposa, hijos y demás familia­res, así como para los que tu­vimos la dicha de beber de esa fuente de sabiduría y hombría de bien.

En su puente de mando en el más allá, su subalter­no y discípulo le rinde tri­buto eterno. Y le manifies­to que: por los ejércitos de aire, mar y tierra estar su­puestos a ser escuelas de fraternidad y lazos afecti­vos, nosotros, los oficiales de mi generación, llevamos el sello de su personalidad. “Muy respetuosamente, al­mirante de almirantes, des­canse en paz, señor”.

El autor es miembro fundador del Círculo Delta fuerzadelta3@gmail.com

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