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Enfoque: Sociedad

La felicidad o el lugar donde uno vive

Miami, ciudad anhelada por muchos para vivir.

Miami, ciudad anhelada por muchos para vivir.

En mi columna -Mo­ve to Miami– dije cosas buenas y ma­las de vivir en esta ciudad. No aclaré que pese al futuro incierto por el calentamiento global, el tráfi­co o la desigualdad, no cambio a Miami por nada del mundo.

Tampoco infiero que para ser feliz hay que mudarse a Miami. A muchos no les agrada este lu­gar. La felicidad, en definitiva, es una cuestión de carácter in­dividual. Es, además, temporal y escurridiza. La relación con nuestro espacio depende tam­bién de cómo apreciamos y nos relacionamos con los demás. Es decir, vivir en Miami, Paris, en la paradisíaca Punta Cana o en Salta “la linda”, puede ser tan apetecible para algunos, como vivir en el campo rodea­do de pastizales para otros.

Estar en el mejor lugar de la Tierra, no es garantía de felici­dad. Sin embargo, las eviden­cias científicas indican que la interrelación con el lugar influ­ye en nuestra conducta, salud y calidad de vida, como lo estu­dia la geomedicina.

El periodista de National Geographic, Dan Beuttner, re­corrió los “bolsones azules”, como definió a los paraísos de la longevidad. Los encontró en Okinawa, Japón; en la Isla de Icaria, Grecia; en la Península de Nicoya, Costa Rica, y en la italiana Cerdeña, entre otros parajes. Apuntó que la belleza natural, la tranquilidad, la die­ta saludable y el ejercicio físico son componentes íntimos de la fuente de la juventud.

Para la ONU la calidad de vi­da en un lugar se define por los ingresos, la libertad, la confian­za, la esperanza de vida, el apo­yo social y la generosidad. Es decir, la felicidad depende de te­ner empleo, bajo nivel de inse­guridad, acceso a salud, vivien­da y servicios públicos, y gozar de libertades políticas y un me­dio ambiente limpio. Bajo esas características, su Informe de la Felicidad 2018, sitúa a Finlandia como el lugar ideal. EEUU que­da en un lejano puesto 16, por debajo de Costa Rica, el país más feliz del continente americano. Más rezagados están México, Chile, Panamá, Brasil, Argentina y Colombia.

Ese índice remarca que la feli­cidad no es estática, “cambia… de acuerdo con la calidad de la sociedad en que vive la gente”. Así se entiende que Nicaragua, bien ubicada según las mediciones del año pasado, descenderá a los in­fiernos luego de la violenta repre­sión y muertes provocadas por el régimen de Daniel Ortega contra quienes se manifiestan por el fin de su tiranía.

La felicidad no solo está atada a la belleza. Se puede vivir en un paraje magnífico, pero si se sufre una enfermedad crónica, un cli­ma económico inestable y conta­minación, las probabilidades de ser feliz se reducen. Ciudad Méxi­co o Santiago están atrapadas por la contaminación y en la linda Ca­racas, la escasez de agua potable y alimentos, los apagones y la in­seguridad, el desmantelamiento de los hospitales y el insano clima político, conspiran contra el bien­estar. El medio ambiente y la die­ta saludable y el ejercicio son pro­piedades que hacen a la calidad de vida, pero no son suficientes. Las cuestiones físicas necesitan al­ma y ahí es donde se insertan los valores espirituales, emocionales y morales. Muchos confunden la felicidad con la alegría, el entu­siasmo y el optimismo, pero mu­chas veces está relacionada a la superación, el sacrificio y, sobreto­do, al propósito de vida. También se confunde con el tener, el éxito y la fama, aunque el cómico Ro­bin Williams, así como muchas celebridades que se suicidaron, desmitifican esos atributos. Al contrario, nadie puede negar la felicidad de San Francisco de Asís que se consagró a la pobreza, la de la Madre Teresa que vivió sir­viendo entre leprosos, la de Ghan­di que sufrió violencia por prego­nar la no violencia o la de Stephen Hawking que, incapaz de mover un dedo, nos regaló haber desci­frado muchos misterios del Univer­so. La felicidad radicaba en sus ob­jetivos de vida.

Si se presta atención a sus entrelí­neas, el Papa hace referencia conti­nua a la felicidad física y al bienestar espiritual bajo la correlación perso­na-lugar-propósito. En el documen­tal presentado en el Festival de Can­nes, “Papa Francisco: un hombre de palabra”, habla de alcanzar la pleni­tud con la vocación de servicio y el amor al prójimo, a lo que le suma sus tres principios espaciales, o de lugar, que dignifican e incentivan la felicidad del ser humano: “Tie­rra, techo y trabajo”.

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