La República

Contaminación

Plásticos y desechables: Una alternativa y mil problemas

José Rivera GuadarramaCiudad México

El uso del plástico y los utensilios desechables comenzó como una alternativa para erradicar el tráfi­co de marfil, disminuir el daño a los animales y fomentar el cuida­do del medio ambiente. Sin embargo, a lo lar­go de los años, se convirtió en un grave proble­ma ambiental en todo el mundo, que tiende a empeorar.

Asignar una fecha exacta al inicio de los es­tragos ecológicos ocasionados por el uso del plástico es aventurado. Empero, podemos apuntar que en 1860 la compañía estaduni­dense Phellan & Collender era una de las ma­yores fabricantes de bolas de billar hechas a base de marfil. Debido a los elevados precios de aquellos productos y las consecuencias am­bientales que ocasionaba, buscaron otras op­ciones. Pretendían detener la caza ilegal de elefantes, ya que la disminución de esa espe­cie era alarmante, además de lo oneroso que resultaba fabricar instrumentos con aquel ma­terial.

Así, la compañía emitió una convocatoria. Premiaría a quien propusiera una variante del marfil. Uno de los participantes, John Wesley Hyatt, sugirió como alternativa el uso de celu­loide. Aunque no ganó aquel certamen, es a él a quien se le reconoce como el promotor ini­cial del uso de dicho componente. Lo curioso es que, en ese primer momento, su propuesta pasó desapercibida.

Fue hasta 1909 cuando el químico Leo Hen­drik Baekeland obtuvo el primer plástico sin­tético, nombrándolo bakelita, en honor a su apellido. Nunca se imaginó que, en los años si­guientes, comenzaría la producción en gran­des cantidades de ese material.

Aquellos científicos habían creado un pro­ducto resistente, manipulable, ligero, aislante y, sobre todo, muy barato. De manera que, a partir de ese momento, los animales estarían a salvo de cazadores furtivos. Ya podrían repro­ducirse sin ningún temor de ser molestados. La fauna estaba a salvo. No así el resto de la na­turaleza.

El “estilo de vida desechable”

Los primeros intentos de emplear el plástico no fueron exitosos. Los objetos fabricados con dicho material se comportaban de manera extraña. Por ejemplo, se derretían o se defor­maban al exponerlos a la luz solar, incluso al contacto con agua caliente, y al someterlos a ba­jas temperaturas se resquebrajaban o se com­primían. Al mismo tiempo, Samuel Jay Crum­bine, médico y funcionario de Salud Pública en Kansas, Estados Unidos, comenzaba en 1908 una campaña en contra de los utensilios de uso común para beber y comer. Argumentaba que provocaban contagios de enfermedades y que reciclarlos era perjudicial para la salud. Así fue como los materiales plásticos entraron al merca­do. Las ganancias económicas resultaron atrac­tivas. Su producción a gran escala inició a par­tir de 1950; durante los diez años siguientes, a nivel mundial, era de 15 millones de toneladas métricas por año.

Para 1970, el plástico se convirtió en la mate­ria prima más usada a nivel mundial. Para la so­ciedad de aquellos años, el uso de los “nuevos” materiales era considerado de buen gusto. Le nombraban “estilo de vida desechable”. Inclu­so, en agosto de 1955, la revista Time publicó un artículo al respecto con el título “Throwaway living”, en donde preponderaba la responsabili­dad ecológica de estos temas, ya que, al ser des­echables, implicaba usar menos agua. Es decir, ya no se desperdiciarían enormes cantidades de líquido para lavarlos. Al contrario, el ahorro es­taba en que bastaba un solo uso y listo, se tira­ba a la basura. El contenido de esa publicación estaba ilustrado con fotografías. En una de ellas se ve a un padre, una madre y una niña rodea­dos de desechables flotando por todos lados. En otra gráfica, varios individuos están recolectán­dolos.

El consumismo tóxico

No hay duda de que el consumo es una activi­dad humana. Cumple varias funciones, desde lo cultural hasta lo ritual. El consumo no sólo es de alimentos, sino también, entre muchos otros, de vestimenta para conservar la temperatura corporal. En estos procesos se modifica del en­torno natural. Son prácticas comunitarias inevi­tables.

Así ha transcurrido el desarrollo humano a lo largo de la historia. El problema es que, hasta años recientes, en 2014, por ejemplo, la acumu­lación de plástico y otros desechables alcanzó niveles alarmantes. Se registraron 300 millones de toneladas anuales de estos productos. Su re­ducción no va a la baja, al contrario, en los últi­mos setenta años hemos contaminado el medio ambiente como nunca antes se había visto, de­bido a que una vez que esos productos son uti­lizados ya no pueden recuperar su propiedad anterior, dejan de estar disponibles, pasan a ser disipados, dispersados, se convierten en no utili­zables por razones de ¿higiene?

Veamos esto con más detalle. En el Océano Pa­cífico hay una gran mancha de desechos conoci­da como “el gran parche del Pacífico”, “el basu­rero más grande del mundo”, “el continente de plástico”, “isla tóxica”. Tiene cerca de 79 mil to­neladas métricas de contaminantes. Un nuevo informe de Foresight Future of the Sea, de Gran Bretaña, alertó que la contaminación en esta área podría triplicarse para 2050, a no ser que se prepare una respuesta mayor para evitarlo.

Por su parte, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente indica que el ochenta por ciento de la contaminación del mar proviene de fuentes terrestres. De esta contami­nación, más del noventa por ciento es algún ti­po de plástico. El problema es que este material tarda entre cien y mil años en descomponerse. Mientras que en el caso de las botellas desecha­bles, el período se acerca a los quinientos años. Y si agregamos el uso desmedido de productos de unicel, el problema se agrava.

Reciclar no basta

La fundación ecológica MarViva advirtió que la cantidad de plástico que producimos es alar­mante: el ocho por ciento de todo el petróleo mundial se destina a la producción de plásticos, de tal forma que si el actual ritmo de crecimien­to de su uso continúa, el sector representará el veinte por ciento del consumo total del petróleo y el quince por ciento del presupuesto global de carbono anual para el año 2050.

Además de que, después de cuarenta años del lanzamiento del primer símbolo de reciclaje universal, apenas catorce por ciento de los enva­ses de plástico se recoge para este propósito, pa­ra su reutilización.

Es así que resulta paradójico que esos instru­mentos se hayan creado para mantener el equi­librio ambiental, para evitar contagios de enfer­medades, y que ahora estén generando todo lo contrario a su propósito inicial. El problema

a estas alturas del siglo es, además, el desme­dido crecimiento poblacional y el enorme con­sumo de esos productos. Necesitamos revertir la situación a partir de estas desafortunadas expe­riencias. No hay duda de que habrá alternativas para superar este problema. La cuestión será no cometer el mismo error que nos llevó a este tipo de situación ecológica actual. Vivir es consumir y el consumo exige reposición. Esto es, no debe­mos olvidar las necesidades básicas humanas: comer, beber, vestir, habitar, tener cultura, etcé­tera, pero con una responsabilidad absoluta con nuestro entorno.

El destino final de estos productos son, en gran parte, los mares, donde además perjudican a las especies que los habitan. Las evidencias se encuentran en las playas, en las superficies del agua y en zonas más profundas. Cada año, los mares y océanos acumulan hasta doce millones de toneladas de basura.

Se estima que en 2020 la producción de plásti­cos será de 500 mil millones de toneladas, más del novecientos por ciento de lo registrado en 1980. Sin duda, el uso de estos productos es un problema asociado a los modos de consumo, ya que la mayoría se emplean para envases de un solo uso.

Prevenir el colapso

El uso e incremento de producción de los plás­ticos se generalizó después de la segunda gue­rra mundial. La escasez y el encarecimiento de materiales naturales obligó a buscar alternati­vas sintéticas y al aumento exponencial en la producción de plásticos que persiste en la actua­lidad.

Es a partir de estas experiencias que se deben buscar alternativas en la mejora del ambiente. No necesitamos que haya otra guerra para que los modos de producción y utilización de estos utensilios cambien. Tampoco necesitamos un desastre ecológico para modificar nuestros há­bitos de consumo. Esto se debe lograr a partir de la concientización de las sociedades en general. La parte exponencial y perturbadora es notoria. Su reversión es necesaria; es una urgencia con­temporánea que necesita ser atendida desde una cultura de la convivencia ambiental.

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