Contaminación
Plásticos y desechables: Una alternativa y mil problemas
El uso del plástico y los utensilios desechables comenzó como una alternativa para erradicar el tráfico de marfil, disminuir el daño a los animales y fomentar el cuidado del medio ambiente. Sin embargo, a lo largo de los años, se convirtió en un grave problema ambiental en todo el mundo, que tiende a empeorar.
Asignar una fecha exacta al inicio de los estragos ecológicos ocasionados por el uso del plástico es aventurado. Empero, podemos apuntar que en 1860 la compañía estadunidense Phellan & Collender era una de las mayores fabricantes de bolas de billar hechas a base de marfil. Debido a los elevados precios de aquellos productos y las consecuencias ambientales que ocasionaba, buscaron otras opciones. Pretendían detener la caza ilegal de elefantes, ya que la disminución de esa especie era alarmante, además de lo oneroso que resultaba fabricar instrumentos con aquel material.
Así, la compañía emitió una convocatoria. Premiaría a quien propusiera una variante del marfil. Uno de los participantes, John Wesley Hyatt, sugirió como alternativa el uso de celuloide. Aunque no ganó aquel certamen, es a él a quien se le reconoce como el promotor inicial del uso de dicho componente. Lo curioso es que, en ese primer momento, su propuesta pasó desapercibida.
Fue hasta 1909 cuando el químico Leo Hendrik Baekeland obtuvo el primer plástico sintético, nombrándolo bakelita, en honor a su apellido. Nunca se imaginó que, en los años siguientes, comenzaría la producción en grandes cantidades de ese material.
Aquellos científicos habían creado un producto resistente, manipulable, ligero, aislante y, sobre todo, muy barato. De manera que, a partir de ese momento, los animales estarían a salvo de cazadores furtivos. Ya podrían reproducirse sin ningún temor de ser molestados. La fauna estaba a salvo. No así el resto de la naturaleza.
El “estilo de vida desechable”
Los primeros intentos de emplear el plástico no fueron exitosos. Los objetos fabricados con dicho material se comportaban de manera extraña. Por ejemplo, se derretían o se deformaban al exponerlos a la luz solar, incluso al contacto con agua caliente, y al someterlos a bajas temperaturas se resquebrajaban o se comprimían. Al mismo tiempo, Samuel Jay Crumbine, médico y funcionario de Salud Pública en Kansas, Estados Unidos, comenzaba en 1908 una campaña en contra de los utensilios de uso común para beber y comer. Argumentaba que provocaban contagios de enfermedades y que reciclarlos era perjudicial para la salud. Así fue como los materiales plásticos entraron al mercado. Las ganancias económicas resultaron atractivas. Su producción a gran escala inició a partir de 1950; durante los diez años siguientes, a nivel mundial, era de 15 millones de toneladas métricas por año.
Para 1970, el plástico se convirtió en la materia prima más usada a nivel mundial. Para la sociedad de aquellos años, el uso de los “nuevos” materiales era considerado de buen gusto. Le nombraban “estilo de vida desechable”. Incluso, en agosto de 1955, la revista Time publicó un artículo al respecto con el título “Throwaway living”, en donde preponderaba la responsabilidad ecológica de estos temas, ya que, al ser desechables, implicaba usar menos agua. Es decir, ya no se desperdiciarían enormes cantidades de líquido para lavarlos. Al contrario, el ahorro estaba en que bastaba un solo uso y listo, se tiraba a la basura. El contenido de esa publicación estaba ilustrado con fotografías. En una de ellas se ve a un padre, una madre y una niña rodeados de desechables flotando por todos lados. En otra gráfica, varios individuos están recolectándolos.
El consumismo tóxico
No hay duda de que el consumo es una actividad humana. Cumple varias funciones, desde lo cultural hasta lo ritual. El consumo no sólo es de alimentos, sino también, entre muchos otros, de vestimenta para conservar la temperatura corporal. En estos procesos se modifica del entorno natural. Son prácticas comunitarias inevitables.
Así ha transcurrido el desarrollo humano a lo largo de la historia. El problema es que, hasta años recientes, en 2014, por ejemplo, la acumulación de plástico y otros desechables alcanzó niveles alarmantes. Se registraron 300 millones de toneladas anuales de estos productos. Su reducción no va a la baja, al contrario, en los últimos setenta años hemos contaminado el medio ambiente como nunca antes se había visto, debido a que una vez que esos productos son utilizados ya no pueden recuperar su propiedad anterior, dejan de estar disponibles, pasan a ser disipados, dispersados, se convierten en no utilizables por razones de ¿higiene?
Veamos esto con más detalle. En el Océano Pacífico hay una gran mancha de desechos conocida como “el gran parche del Pacífico”, “el basurero más grande del mundo”, “el continente de plástico”, “isla tóxica”. Tiene cerca de 79 mil toneladas métricas de contaminantes. Un nuevo informe de Foresight Future of the Sea, de Gran Bretaña, alertó que la contaminación en esta área podría triplicarse para 2050, a no ser que se prepare una respuesta mayor para evitarlo.
Por su parte, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente indica que el ochenta por ciento de la contaminación del mar proviene de fuentes terrestres. De esta contaminación, más del noventa por ciento es algún tipo de plástico. El problema es que este material tarda entre cien y mil años en descomponerse. Mientras que en el caso de las botellas desechables, el período se acerca a los quinientos años. Y si agregamos el uso desmedido de productos de unicel, el problema se agrava.
Reciclar no basta
La fundación ecológica MarViva advirtió que la cantidad de plástico que producimos es alarmante: el ocho por ciento de todo el petróleo mundial se destina a la producción de plásticos, de tal forma que si el actual ritmo de crecimiento de su uso continúa, el sector representará el veinte por ciento del consumo total del petróleo y el quince por ciento del presupuesto global de carbono anual para el año 2050.
Además de que, después de cuarenta años del lanzamiento del primer símbolo de reciclaje universal, apenas catorce por ciento de los envases de plástico se recoge para este propósito, para su reutilización.
Es así que resulta paradójico que esos instrumentos se hayan creado para mantener el equilibrio ambiental, para evitar contagios de enfermedades, y que ahora estén generando todo lo contrario a su propósito inicial. El problema
a estas alturas del siglo es, además, el desmedido crecimiento poblacional y el enorme consumo de esos productos. Necesitamos revertir la situación a partir de estas desafortunadas experiencias. No hay duda de que habrá alternativas para superar este problema. La cuestión será no cometer el mismo error que nos llevó a este tipo de situación ecológica actual. Vivir es consumir y el consumo exige reposición. Esto es, no debemos olvidar las necesidades básicas humanas: comer, beber, vestir, habitar, tener cultura, etcétera, pero con una responsabilidad absoluta con nuestro entorno.
El destino final de estos productos son, en gran parte, los mares, donde además perjudican a las especies que los habitan. Las evidencias se encuentran en las playas, en las superficies del agua y en zonas más profundas. Cada año, los mares y océanos acumulan hasta doce millones de toneladas de basura.
Se estima que en 2020 la producción de plásticos será de 500 mil millones de toneladas, más del novecientos por ciento de lo registrado en 1980. Sin duda, el uso de estos productos es un problema asociado a los modos de consumo, ya que la mayoría se emplean para envases de un solo uso.
Prevenir el colapso
El uso e incremento de producción de los plásticos se generalizó después de la segunda guerra mundial. La escasez y el encarecimiento de materiales naturales obligó a buscar alternativas sintéticas y al aumento exponencial en la producción de plásticos que persiste en la actualidad.
Es a partir de estas experiencias que se deben buscar alternativas en la mejora del ambiente. No necesitamos que haya otra guerra para que los modos de producción y utilización de estos utensilios cambien. Tampoco necesitamos un desastre ecológico para modificar nuestros hábitos de consumo. Esto se debe lograr a partir de la concientización de las sociedades en general. La parte exponencial y perturbadora es notoria. Su reversión es necesaria; es una urgencia contemporánea que necesita ser atendida desde una cultura de la convivencia ambiental.