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Análisis político

Los políticos dominicanos son una banda de atrevidos

República Dominicana carece de dirigentes políticos bien formados. ARCHIVO

República Dominicana carece de dirigentes políticos bien formados. ARCHIVO

Los pobres resultados de la calidad de la democracia dominicana se explican porque el país nunca ha contado con dirigentes políticos bien formados y con alguna experiencia en la formación de partidos y en el ejercicio pulcro de la administración pública.

Los dominicanos son, casi en su generalidad, políticos enganchados y dispuestos a asumir la tarea de dirigir partidos “a la cañona”, pero nunca... ¿quién me puede citar un caso? ... formados en la academia o en la fragua de un partido de otro país que tenga una experiencia de construcción acumulada digna de inspirar respeto.

Por eso tenemos tan pésimos resultados en la administración pública y la competencia política se torna un coliseo donde las bestias con más músculo (dinero), más grasa (inescrupulosos) y más mañas (desfachatez), pueden dominar a las personas decentes que se equivocan tratando de creerse el juego de que pueden competir con ellos, que además son quienes imponen las reglas.

En República Dominicana la política (ejercida como politiquería) es una especie de hamaca donde ascienden y descienden repetitivamente logreros sin vocación de servicio que utilizan a hombres y mujeres serios como terreno de maniobra para sus perversidades.

De ahí que tengamos una democracia de pacotilla donde nadie está dispuesto a respetar la ley y el orden, desde el ministro que no protege el bosque y las aguas de Valle Nuevo porque se confabula con los grandes depredadores, hasta el conductor de camiones que se adueña de las autopistas sembrando muerte y destrucción porque sabe muy bien que aquí no tendrá que pagar el precio de su atrevimiento. Quizás eso explique por qué los partidos pequeños no crecen y la gran masa (muy realista ella) se incline por coger el pica pollo, los 500 pesos, la gorra, la bandera, la tarjeta y la esperanza de tener a “un amigo” jefe para cuando sea necesario buscar los pesos de una receta médica o la orden para el ataúd de un pariente, a cambio del activismo y el voto por los partidos grandes y con buena billetera con el dinero público.

Desde hace mucho tiempo me he preguntado por qué los dominicanos somos tan atrevidos para plantearnos tareas que claramente desbordan nuestras capacidades. Y la respuesta no puede ser otra: precisamente por ignorantes.

Dudo mucho que en el país haya un ingeniero capaz de construir, por sí mismo, un puente como el Duarte que salta sobre el río Ozama. Y no lo hay porque ese ingeniero no ha hecho residencia en una gran empresa de Estados Unidos, Francia, Inglaterra o Alemania, diseñando y construyendo puentes semejantes.

¿Si aquí no hay ingenieros capaces de construir puentes complejos, cómo puede pensarse que haya dirigentes políticos de carrera y experiencia capaces de conducir pueblos, forjar democracia y progreso?

No los hay porque los ingenieros del país al menos han estudiado y quizás sean capaces de hacer cálculos estructurales, pero los políticos no han estudiado nada y nunca han sido parte de un partido y un Estado extranjero con éxitos comprobados.

Jerga demagoga Los políticos dominicanos son, sin duda, atrevidos, dotados de una jerga demagoga y unos ambiciosos a la escala de su atrevimiento. Y los resultados del “desarrollo”, de la “educación”, de las artes y el espectáculo deportivo no pueden ser más deprimentes. Falta academia y experiencia de construcción de partidos democráticos fuertes y exitosos, a la vez que un mínimo de experiencia de Estado, donde el Estado es una verdadera correlación de fuerzas y no una ficción con leyes que no pasan de ser orientaciones para quien quiera seguirlas, y la mayoría no las respeta porque no tiene que pagar el precio de su atrevimiento.

Esa es la República Dominicana de ayer y de hoy y no debía ser la de mañana, pero nada indica que sin un desastre natural desproporcionado, que haga una revolución natural a fondo, limpiando el lastre acumulado por más de un siglo, las cosas puedan cambiar.

El fenómeno de la política no es particular y mucho menos único. ¡No! Eso mismo es lo que vemos a diario en todos los ámbitos de la vida colectiva y en la familia.

Por eso un muchacho que nace en una loma, abandona la escuela cuando está en octavo grado, entra a ser jornalero en una agroindustria, cobra un salario, adquiere una motocicleta a crédito, cree que con ella puede emprender vuelo y se hace un motoconcho.

Con solo meses o quizás un año como taximoto, ese atrevido no se detiene, emigra de la zona suburbana a la ciudad y se enrola -con toda su ruralidad a cuestas- como chofer del transporte público, luego como camionero de una gran empresa.

He ahí el ascenso vertiginoso de un jornalero agrícola, sin pasar un grado más de su alfabetización elemental, sin algún conocimiento de cultura general, sin nada, ahora es un conductor de camiones con capacidad de matar.

¡Es lo mismo! No tenemos ni buenos dirigentes políticos y pésimos administradores públicos porque ninguno tiene academia ni experiencia, pero tampoco buenos conductores de camiones porque de agricultores pasaron a motoconcho, taxistas y luego choferes.

A este país le esperan años de tragedias porque no tiene dirigentes formados para administrar el Estado, ni conductores que respeten las reglas, pero mucho menos ciudadanos que reclamen sus derechos y salgan a pelear por ellos.

Pobre país. ¡Si pasa la tempestad, contaremos las estrellas!